Desde mis inicios en el conocimiento letrado de la historia nacional supe que María Isabel Pineda, mi abuela materna, había nacido en los tiempos de la Guerra de los Mil Días, acontecimiento real relatado en los manuales de historia patria y que había forjado, en la ficción de lo real maravilloso, al célebre personaje literario del coronel Aureliano Buendía, inmortal por haber combatido en más de 32 guerras y perdido todas.
Un país así fundido por los fuegos de guerras de distintas denominaciones, contadas en detalles por la llamada "novela de la violencia", no podía ser ajeno a fenómenos sociales, como la agresión sexual que ahora, en tiempos de la pandemia, se detecta dolorosamente en cuarteles militares y en los hogares de familias aisladas por la cuarentena.
Violencia sexual desatada por jóvenes soldados contra niñas de poblaciones indígenas que, antes, habían sido víctimas de los desafueros de guerrilleros desalmados, crímenes sobre los cuales no han recibido sanción alguna, ni judicial ni social, muy a pesar de haber firmado un acuerdo de paz, lleno de protocolos que no han cambiado, para nada, la realidad de nuestra Colombia de horror.
Y esto pienso al leer las declaraciones del expresidente del elefante a sus espaldas, expresando que en el Ejército Nacional no se enseña ética y esa omisión explica que los soldados, ociosos por la paz negociada, sean unos desaforados violadores sexuales. Y es que la ética como la ciencia política son asignaturas ignoradas en el currículo de nuestras instituciones educativas.
En contraste con esa realidad, en los días que se inauguró en la Universidad del Atlántico, durante la rectoría de la ingeniera Ana Sofía Mesa, su primer doctorado en Educación, postule como tema de estudio, para ingresar, una investigación jurídico-pedagógica sobre el amor como un derecho constitucional de los niños en Colombia, como lo consagra el artículo 44 de la Carta del 91.
Investigación realizada bajo el postulado "del horror al amor" y que permitió el diseño de la cátedra del amor, que durante unos semestres se impartió como asignatura electiva, matriculándose en ella estudiantes tanto estudiantes de ciencias jurídicas como humanas, de educación e ingenierías y otros programas. Pero que desafortunadamente se impidió proseguir por la miopía educativa de exdirectivas del alma mater, donde se dictó la primera cátedra del amor en América Latina, como consta en las memorias académicas de eventos realizados en Cartagena de Indias, Buenos Aires, Villa Hermosa (estado de Tabasco, México) y La Habana.
Entonces no podemos seguir perdiendo, como Aureliano Buendía, las guerras contra el horror de la violencia sexual contra niñas, niños y mujeres. Todavía tenemos la obligación política de enseñar y de aprender la concepción educativa que del amor, como derecho fundamental, se desprende del artículo 44 de nuestra Constitución Política, única con la consagración de ese derecho en Hispanoamérica. Y su desarrollo, como deber de la familia, la sociedad y el Estado, en el Código de Infancia y Adolescencia.
La cátedra del amor debe ser nuestra respuesta educativa y política al horror de la violencia sexual y de todas las especies. Esta cátedra está disponible para las autoridades que deseen acabar con la ignorancia y la violencia. El amor como antídoto contra el horror.