Durante cada gran crisis, suele repetirse un sofisma que alude a la magnitud del suceso para justificar la ineficacia de las decisiones tomadas: "Nadie podía saberlo. Nadie podía haberse preparado. Nada podía evitarlo". Así se resta responsabilidad a los encargados de tomar las decisiones y se deja la idea que, aún a pesar de los malos resultados, nadie podía haberlo hecho mejor que ellos.
En Colombia, esta narrativa coge fuerza al ver cómo el COVID-19 ha afectado a todo el mundo sin distinción. Sin embargo, ¿qué dicen los hechos? A través de la reconstrucción de la cronología del virus en Colombia, la comparación del actuar del gobierno con sus homónimos de otros países y los sucesos acontecidos antes y después de la llegada del virus podemos responder si nos encontramos ante la catástrofe inevitable e imprevisible que tanto se clama o ante una falta de preparación y previsión pasmosa de los responsables de contenerla.
En Colombia, el primer reporte sobre la pandemia data del 22 de enero del presente año (2020). Informaba que el Ministerio de Salud ya estaba tomando medidas y se realizaban algunas recomendaciones a viajeros, ciudadanos y personal de la salud. Unos reportes más tarde, el 30 de enero, ante la declaratoria de Emergencia de Salud Pública de Interés Internacional (ESPII), el gobierno sostuvo que la situación estaba bajo control —no se reportaban casos en América— y solo expidió como recomendaciones el lavado frecuente de manos, usar tapabocas si se tenían síntomas de resfriado y cubrirse al toser o estornudar.
El 27 de febrero, con el riesgo de COVID-19 a nivel moderado, durante la operación de repatriación de los colombianos de Wuhan, el ministro de Salud encargado, Iván Darío González, aseguraba que "Colombia es un país que está preparado no solo para traer a nuestros connacionales en esta misión, sino también para afrontar la situación del coronavirus. Lo decimos con toda la tranquilidad, hemos trabajando intensamente durante siete semanas".
Unos días más tarde, el 2 de marzo, el riesgo del COVID-19 pasó a alto. Ante ello, González expresó: "No hay ninguna razón para hablar de cierre de fronteras o afectación al turismo. Colombia está preparada para esto (...) tenemos un sistema de salud fuerte y capacidades epidemiológicas comprobadas” Para las medidas a tomar, insistió en el lavado de manos como “la principal herramienta de prevención” y el uso de tapabocas “solo si la persona tiene síntomas de gripa o está cuidando a una persona con gripa”.
Para el 4 de marzo, Fernando Ruiz, el ministro de Salud en propiedad, anunciaba que la fase “de preparación, vigilancia y prevención, donde se hacen todas las acciones antes de que llegue el virus al país”. Estaba “prácticamente terminada".
Dos días después, el 6 de marzo, se reportó el primer caso positivo de COVID-19 en el país. Como respuesta, el presidente Duque hizo un llamado a la calma y dijo que "el país debe estar unido, en tranquilidad, tomando todas las medidas de prevención y protección (...)”. Con esto, Colombia entraba a la “fase de contención”.
El 8 de marzo se dieron a conocer nuevas medidas. Se fortalecieron las acciones para la detección de los casos importados en puntos fronterizos y centros de salud; se habilitaron líneas telefónicas y aplicaciones para informar sobre el virus; se recomendó a los mayores de 60 años evitar el contacto con personas con síntomas respiratorios y se volvió a insistir en el frecuente lavado de manos.
El 12 de marzo, tras una seguidilla de casos confirmados y la declaratoria de pandemia de la OMS, se declaró la emergencia sanitaria en el país y se cancelaron eventos masivos de más de 500 personas y la fecha del fútbol colombiano.
Once días más tarde, el 23 de marzo, se anunciaba la primera etapa de la cuarentena tras la escalada de casos y medidas de bioseguridad. El 31 del mismo mes, el país entraba en la “fase de mitigación”, que se daba una vez el 10% de los casos no tuvieran un nexo epidemiológico.
La historia a partir de ahí la conocemos todos. Aproximadamente dos meses en confinamiento. Actualmente, con un progresivo desescalado de la cuarentena en la vida productiva.
Hasta ahora, según la información presentada por el gobierno, podríamos pensar en un buen manejo de la situación. Hubo una escalada progresiva de medidas de bioseguridad a la par que se iban presentando los casos y la OMS escalaba la amenaza. Asimismo, el virus no tomó por sorpresa al gobierno. Pues desde el 22 de enero se venía preparando.
Sin embargo, esta narrativa del buen manejo de la crisis no está exenta de fallas.
Una de las manzanas de la discordia para la narrativa del gobierno son las declaraciones acontecidas por el aeropuerto El Dorado. Para el 16 de marzo, se habían cerrado todas las fronteras con los países vecinos. Se podría decir que era apenas lógico hacer lo mismo con las aéreas. Pero ellas seguían abiertas. El 17 de marzo, ante la presión de ciudadanos y mandatarios locales que pedían el cierre de El Dorado, se pronunciaron presidente y vicepresidente.
Duque justificó el no cierre del aeropuerto aludiendo al artículo 24 de la constitución y pidió a los colombianos pensar “desde el corazón” refiriéndose a su derecho “de estar al lado de sus seres queridos” que tenían los connacionales por fuera del país.
La discordia vino por parte de la vice.
Marta Lucía dijo que era no necesario “ni cerrar todo el transporte aéreo ni cerrar todo el transporte terrestre dentro del país, ni cerrar todo el país”.
Argumentó que “si cerráramos todo el país entraríamos en una situación de crisis, que lo que tenemos que hacer es evitarla (…) Nos parece que no es necesario en la medida en que todos tengamos controles, en que todos seamos responsables, en que todos cumplamos unas normas mínimas, no hay necesidad”. Es decir, confiaba en que las medidas tomadas hasta el momento contendrían el virus. Curiosamente, unos días antes, el 15 de marzo, la Procuraduría había publicado un informe que mostraba la deficiencia en los controles y medidas del gobierno.
En el informe, la Procuraduría “evidenció fallas en los controles y la prevención de contagio del coronavirus a los pasajeros (...) de El Dorado” y, entre otras deficiencias, encontró que “el personal de sanidad portuaria es insuficiente, teniendo en cuenta que diariamente arriban al país en vuelos internacionales un promedio de 9.000 mil pasajeros.”
La idea del control sobre la situación era una ilusión: ¿cómo se podía confiar en el gobierno después del informe de la Procuraduría? El 23 de marzo, menos de una semana después de decir que no era necesario cerrar el transporte aéreo ni todo el país, se cerraba el aeropuerto y entrabamos oficialmente en cuarentena. Estábamos en la situación de crisis que debíamos evitar.
Y, se podría argumentar, que hasta entonces el gobierno había hecho bien. Que se puede cambiar de opinión en cuestión de días y que, se hiciera lo que se hiciera, era inevitable llegar adonde llegamos. Y sí, quizás. Podría ser. Pero no. En realidad, las medidas pudieron haberse tomado antes y con mayor eficacia.
Por ejemplo, en El Salvador aún sin casos confirmados, el 11 de marzo se decretó una cuarentena de 21 días, se cancelaron clases y se prohibieron las conglomeraciones de más de 500 personas. Su presidente, Nayib Bukele, llamó a la población salvadoreña a verse en el “espejo de Italia”, ya sumida en crisis.
Y, en esa expresión de vernos en el espejo, reside la mayor crítica que puede hacerse al Gobierno Colombiano y a los de toda la región. El COVID-19 ya había demostrado de lo que era capaz con mucha antelación. Latinoamérica estaba en una posición privilegiada, teníamos semanas de ventaja mientras que Europa y Asia si acaso habían contado con días.
Pero antes de continuar, realicemos unas comparaciones más. El 13 de marzo, un par de días después de la declaratoria de pandemia de la OMS, esta era la situación en diferentes países:
España: Casos: 5232 Muertos: 133
Italia: Casos: 17 66 Muertos: 1266
Argentina: Casos: 34 Muertos: 2
Ecuador: Casos: 23 Muertos: 0
En ese momento, Colombia tenía 13 casos y 0 muertos. China, ya en cuarentena, tenía más de 80 mil y Europa atestiguaba cómo Italia sufría las consecuencias de no haber actuado antes. Latinoamérica apenas registraba los primeros casos, pero la gravedad del virus estaba más que probada y avalada.
Podría pensarse que en este punto debieron tomarse las decisiones. Y, en parte, así fue. El gobierno tomó fuertes medidas un par de días después. Sin embargo, la estratagema mostrada por el mismo gobierno y las declaraciones hechas por el presidente y la vicepresidente respecto a El Dorado, sugieren que, no solo se actuó tarde, sino también de manera negligente.
El boletín 089 del 23 de marzo, hace referencia a la estrategia que se venía manejando en el país. De aquel boletín, solo nos quedaremos con el siguiente punto correspondiente a la “fase de preparación”: Evitar que entrara el virus a Colombia para así ganar tiempo.
Durante la “fase de preparación”, las declaraciones por parte de representantes del gobierno mostraban plena confianza en las medidas que el país había tomado, pero aun así llegó la crisis. ¿Qué tanto Colombia se preparó realmente? ¿Qué pasó con la confianza y preparación que se tenía? ¿Cómo es que entramos a la crisis que la vicepresidente llamaba y confiaba tanto en evitar? ¿Por qué no se tomaron medidas más extremas para evitar la llegada del virus, sabiendo de lo que era capaz?
La respuesta la encontramos en que se confiaba en unas instituciones deficientes y en la competencia de personas que terminaron demostrando todo lo contrario.
Si la idea era evitar la entrada y propagación del virus. ¿Por qué no tomar las medidas de prevención de El Salvador? O las de Uruguay, uno de los países que se considera le está ganando la batalla al COVID-19, que apenas se registraron los primeros casos se declararon cierres de fronteras y suspensión de clases.
Y aquí podría decirse que no se sabía de las consecuencias del virus. Que el gobierno pecó por inocente y subestimó al COVID-19 creyendo que sus medidas eran suficientes. Pero las consecuencias estaban a la vista desde hace semanas en China y ya se vislumbraban por Europa. La mediocridad de otros Estados no puede ser excusa para justificar la propia.
Se desperdició la ventaja que teníamos y las consecuencias actuales, como la falta de elementos de bioseguridad o el desborde del sistema de salud en ciudades como Leticia, hicieron quedar a las declaraciones iniciales de preparación por el suelo.
Nadie duda que el COVID-19 sería una catástrofe que dejaría huella. Lo que se cuestiona es la incapacidad de respuesta de los responsables de minimizar la crisis. Se espera más de las personas e instituciones que están al mando del país. Más aún cuando la reacción y manejo que otros países dieron a la pandemia, además de los propios datos y declaraciones presentadas por el gobierno, nos indican que, de hecho, sí se sabía de la crisis, sí podíamos habernos preparado y, de haber actuado mucho antes, sí podíamos haber evitado en gran medida la tragedia que vivimos hoy.