El pasado 18 de junio vino a mi mente un recuerdo muy especial, pues justo diez años atrás, cuando me encontraba en el sector rural del municipio de El Peñol, desarrollando actividades propias de mi trabajo de ese entonces, notario único del Círculo de El Tambo (Nariño), recibí una llamada de mi cuñada y amiga personal Sayuri, quien me informó de la muerte de José Saramago. Si bien es cierto, el destacado escritor portugués ya se encontraba en avanzada edad y se conocía acerca de su delicado estado de salud, la noticia me puso bastante triste. Sayuri, quien por ese entonces trabajaba fuertemente en su tesis para optar por el título de psicóloga, sabía, a la perfección, que en materia literaria Saramago es mi escritor de cabecera.
Escuché hablar por primera vez de Saramago por allá en 1985 en boca de Karín, un poeta palestino que por aquella época estuvo radicado en Pasto y que tenía muchas simpatías con la JUCO, organización política en la que ya militaba pese a mi escasa edad y que integré a lo largo de varios años. Precisamente fue Karín quien me prestó el primer libro del escritor en mención, Levantado del suelo, una extraordinaria novela que devoré rápidamente y la cual tuve oportunidad de releer en años posteriores. Tiempo después, mientras asistía a un seminario ideológico en la ciudad de Cali, en el que tuve la fortuna de contar como docente con el gran Estanislao Zuleta, encontré en la biblioteca de una organización sindical otra de sus obras, El año de la muerte de Ricardo Reis, ejemplar que solicité en condición de préstamo y que leí en unos pocos días, aprovechando el escaso tiempo que estuve, por aquella ocasión, en la Sultana del Valle.
Sin embargo, fue a partir de 1998, año en que le es concedido el Premio Nobel de Literatura, que el apetito por su obra se disparó considerablemente. Vendría, en mi lectura personal, como en cadena, una serie de sus escritos, tanto novelas como artículos y entrevistas, que lograron atraparme en su estilo y reflexiones. Memorial del convento, El Evangelio según Jesucristo, Ensayo sobre la ceguera, Historia del cerco de Lisboa, La balsa de piedra, La caverna, Ensayo sobre la lucidez, El viaje del elefante, Caín, Todos los nombres, entre otras, contribuyeron no solo a reafirmar el papel del escritor comprometido con la necesidad de un cambio social sino que además fortaleció mis convicciones sobre un mundo mejor. Y creo que ahí está buena parte de la magia de Saramago, que desde sus novelas crea conciencia política e incita a leer e investigar sobre muchos otros temas relacionados con la búsqueda de una nueva sociedad.
En mi experiencia personal, Saramago no solo aumentó el amor por la literatura, también encontré en él la fuente de inspiración para muchos otros quehaceres. De esta manera, fue en El cuento de la isla desconocida, en donde descubrí las bases motivacionales para configurar mi proyecto de tesis en una maestría. A medida que lo leía iba comprendiendo la necesidad de plantear los objetivos para poder lograrlos, de arriesgarse y de saber elegir los momentos adecuados para tomar decisiones. Y es que, efectivamente, cada novela del "Maestro de Azinhaga" deja un mensaje concreto que llama a no quedarse pasivo sino a asumir una actitud propositiva frente a la vida y el mundo. Así tenemos que Levantado del suelo se trata no solo de una denuncia de las difíciles condiciones del campesinado portugués sino también un homenaje a sus luchas y a la hermosa Revolución de los Claveles de 1974. En Memorial del convento podemos apreciar una crítica a las obras físicas cuya construcción se inspira en razones egoístas y caprichosas desde las alturas del poder, ocultas tras una máscara de fe religiosa.
Su condición de ateo quedó claramente reafirmada en el famoso artículo El factor Dios, lo cual no constituyó ningún obstáculo para que el tema de la religión sirva como punto de partida a buena parte de su obra. En ese sentido, El Evangelio según Jesucristo nos ofrece la imagen de un Dios del Antiguo Testamento, cruel y perverso, que necesita crear un enemigo (El diablo) y un mártir (Jesús) para fortalecer su poder y dominio sobre la Tierra. Esa crítica al mito religioso se vio también reflejada en Caín, en la que nos presenta a este personaje bíblico en contravía de la versión oficial.
La crítica a la dureza e inhumanidad del modelo neoliberal se puede constatar en La caverna, simbolizado en el centro comercial que convierte en un simple observador conformista al transeúnte. En Ensayo sobre la lucidez nos comparte sus profundos cuestionamientos a la democracia en el marco del capitalismo. Y ni qué decir de Ensayo sobre la ceguera, a propósito del actual momento histórico, en la que da cuenta de una pandemia muy especial que deja ciega a la gente, simbolizando la pérdida de la razón por parte de la humanidad.
Realmente nos faltaría espacio para escribir nuestras percepciones sobre la vida y la obra de Saramago. Lo cierto es que hace diez años partió el hijo de campesinos pobres y sin tierra, que durante su infancia acudía a devorar libros a una pequeña biblioteca municipal, que con el paso del tiempo se convirtió en un obrero mecánico, posteriormente en empleado público para más tarde iniciar su incursión en el periodismo. Todas estas actividades estuvieron atravesadas por su afán permanente y presente hasta sus últimos días de escribir, situación que se ve reflejada en toda su vasta y exquisita obra.
Pero hay algo más que es inevitable referirse al hablar de José Saramago: su militancia comunista. Ingresó al Partido Comunista Portugués en 1969, cuando esta organización política se encontraba en la clandestinidad y en la que permaneció hasta su muerte. Recomendable la entrevista titulada Soy un comunista hormonal, en la que le cuenta al periodista argentino Jorge Halperín sus impresiones sobre muchísimos temas políticos de actualidad y en la que reafirma su condición de comunista.
Sin caer en cuenta que en este presente 2020 se conmemoraría el décimo aniversario de su muerte, a fines del año pasado adquirí en una venta callejera un ejemplar del libro titulado José Saramago: el amor posible, una entrevista concedida al filólogo español Juan Arias Martínez, en la que queda plasmada su versatilidad sobre diferentes temas como el amor, la inexistencia de Dios, el lenguaje, la política, etc. Fue el último libro que leí en el año 2019.
En la mañana del 18 de junio del hogaño llamé a Sayuri a recordarle que, una década atrás exactamente, ella me informó sobre la muerte del obrero convertido en Premio Nobel. Ya dejé de ser notario hace un poco más de siete años. Gracias a la vida hoy me desempeño como docente en la Universidad de Nariño, profesión en la que he conjugado las lecciones del derecho constitucional con otros campos del saber como el literario, siendo José Saramago el que ocupa un lugar preponderante entre las enseñanzas transmitidas a los estudiantes. Estaba terminando de leer La suspensión política de la ética del filósofo esloveno Slavoj Zizek, pero en medio de su agradable contenido decidí releer desde ese día en la madrugada un libro de pasta verde José Saramago en sus palabras, una bonita selección de escritos y pensamientos del hombre cuyos últimos años de su vida los pasó en la isla española de Lanzarote, realizada por Fernando Gómez Aguilera y publicada por Alfaguara.
Sayuri dedica todas sus energías a trabajar por el bienestar de la gente desde su cargo actual como directora local de Salud del municipio de El Tambo, labor a la que está consagrada las veinticuatro horas del día con toda su vocación, paciencia y carisma. Se tomó en serio aquellas palabras de Saramago que dicen "lograr una sociedad más justa, donde la persona es una prioridad absoluta...".