Las mentiras de la responsabilidad social

Las mentiras de la responsabilidad social

Por: Andrés Emilio Vargas
julio 06, 2014
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Las mentiras de la responsabilidad social
Imagen Nota Ciudadana

Empresas ven en las políticas verdes un medio para atrapar clientes

En el año 1987 el informe Bruntland le dijo al mundo que “de continuar con el modelo de desarrollo actual se necesitarían dos planetas para vivir”. Hoy, 27 años después, los bosques han perdido más de 5.0 millones de km2, por año se producen en promedio 30.000 millones de toneladas de dióxido de carbono y, por si fuera poco, la temperatura de la tierra ha tenido un aumento del 0,74%

Los polos se derriten, los corales se acaban y el consumo aumenta. Es una realidad que nadie quiere afrontar pero, como lo dijo el presidente de la ONU, Ban Ki Moon, “nadie se escapará de los efectos del calentamiento global”, luego de que el presidente del Panel Intergubernamental del Cambio Climático, Rajendra Pachuari, diera un informe mundial sobre el calentamiento global, en el que se probaron los efectos devastadores para la tierra si no se emprenden acciones verdaderas para detener, por ejemplo, el derretimiento de los polos.

Cuando se habla de políticas ambientales siempre se fija la atención en las potencias industriales como Estados Unidos, Japón, China, Rusia o Alemania pues son los mayores generadores de CO2 en el ambiente. No obstante, recientes investigaciones como la de Universidad de Hawái, aseguran que las zonas tropicales serán las afectadas por la temperatura. Si bien es común asociar el derretimiento de los glaciares al cambio climático, lo más catastrófico ocurrirá en el trópico (Colombia es un país tropical), pues las especies que habitan en dichas latitudes tienen menos capacidad de adaptación al cambio en comparación a aquellas que están, por ejemplo, en los polos.

Una “solución” que se ha brindado para combatir estos efectos es la compra de bonos de carbono. Esta es solo una excusa por medio de la cual se les paga a países que no superan la producción permitida de CO2 para que ‘asuman’ una parte de las emisiones y vendan ese cupo restante permitido de gases contaminantes no utilizado. Esta política, derivada del protocolo de Kioto, resulta un método de compensación para los países con pocas industrias. Los bonos no han resultado porque de hecho las cifras muestran lo contrario: ya se superaron las 400 partes por millón, una cifra impensable hace unas décadas para ambientalistas y líderes mundiales, pero bastante probable para los industriales.

Con esta realidad amenazante, se emprendió un compromiso en las industrias de todos los sectores por reducir las emisiones de CO2 y mitigar en general los efectos contra el ambiente. “El compromiso es de todos, y no de ellos”, se dice en el ámbito ambiental. Es así como se estandarizaron prácticas ambientales en las empresas, basadas en una producción más limpia, el respeto por las comunidades y el respeto por la biodiversidad. Las normas ISO 1400, ISO 2600 y otras (muchas más) guían a las industrias para que tengan procesos amigables con el medio ambiente.

Estas reglas, así como la normatividad legal que han creado los países, son un logro en sí mismo para el planeta. Algunas empresas se destacan por tener prácticas socioambientales íntegras. Otras, por el contrario, se aprovechan del boom ambiental para esconder sus desastres contra el medio ambiente. La publicidad masiva, que suele verse en patrocinios a deportistas y grandes equipos de fútbol, hace que los efectos nocivos en las operaciones sean invisibles. Si bien no es una generalidad, las empresas mineras, de hidrocarburos y sísmicas suelen tener este tipo de publicidad, abundante y denigrante para los países, pues se apoyan en los símbolos y valores más preciados por los ciudadanos, para mostrarse como promotores de la cultura, la biodiversidad y el fútbol. Lo curioso es que hacen lo contrario.

Cínicas. Ese es el calificativo para las empresas que se valen de la publicidad para esconder los desastres que cometen contra las comunidades étnicas, los trabajadores, las leyes y el ambiente. Responden a las mentiras con más mentiras, pese a que se vendan con excelentes comerciales, técnicamente hablando, que asocian sentimientos cotidianos. A varias personas se les escurren lágrimas cuando con una musiquita triste en la televisión se dice “incondicional con Colombia” o “protegemos el medio ambiente”.

¿Qué es ser socialmente responsable?

Es una definición amplia. En síntesis, responsabilidad social implica tener un pago justo con los empleados, respeto por las comunidades y protección al medio ambiente, siempre teniendo ética. No se vale sembrar árboles y explotar a un trabajador. Tampoco se vale desarrollar programas sociales para empoderar a las comunidades cercanas a los campos de operación si a solo kilómetros se liberan partículas de níquel que le causan cáncer a indígenas y obreros. Y mucho menos se vale hablar de sostenibilidad en periódicos de tirada nacional si las operaciones de extracción de crudo generan sismos.

Una forma predilecta para esconder las barbaries que se cometen es hablar en medios de comunicación sobre políticas verdes. La información que vende la empresa se asocia con la veracidad que se desprenden de los géneros noticiosos usados para publicar dicha información. El publirreportaje ya no se usa, pues es muy poco probable. La noticia y la entrevista son el género ideal. A veces se hacen informes especiales donde se deja que la empresa, por medio de su vocero, exponga lo que hacen en materia de responsabilidad social, sin comentar, claramente, los famosos efectos colaterales. Eso no se dice.

Siempre se debe desconfiar de tanta información tan positiva en una misma hoja, pues no hay políticas de RSE perfectas. El desarrollo de la consulta previa es un ejemplo de cómo ser socialmente responsable cuesta. Que la Corte Constitucional sea quien deba resolver los conflictos entre indígenas y empresas es una clara muestra que la famosa sostenibilidad en las operaciones no funciona. Esto no suele aparecer en las secciones de responsabilidad social, pero sí en sentencias y estudios antropológicos.

Las políticas de RSC tienen un gran asidero en quien dirige la empresa. Si esa persona tiene don de gente y antes de realizar cualquier proyecto genera verdaderos espacios de diálogo, ya se habrá creado una buena ruta para ser sostenible. Esto implica salir de los escritorios, empaparse “de pueblo” y conocer las verdaderas necesidades de las personas que serán el objetivo principal en las políticas sociales. ¿Cómo se podría ser socialmente responsable si una cadena de super mercados que da bolsas biodegradables no es capaz de pensar en el cansancio que siente un empacador al durar más de ocho horas de pie? Alguien que no haya salido del escritorio y escuchado a sus trabajadores no podrá ostentar ese título, pese a que con muchos bombos reciba premios a la sostenibilidad entregado por corporaciones zalameras como ocurre con algunas cajas de compensación.

No puede seguir pasando que se premie a una empresa con malas prácticas socioambientales solo por desarrollar algún proyecto que beneficie a una comunidad. Eso no es sostenibilidad porque básicamente se toma un acto para esconder malas prácticas. Un parámetro para otorgar un premio debería ser la integridad en lo social, ambiental y laboral. Si se falta en alguno de estos ítems, que además conforman la definición de RSE, pues se infiere una nulidad práctica. La ciudadanía tiene que observar con cuidado a aquellas empresas que hacen alarde de sus políticas de responsabilidad social.

Si desde lo local no se emprenden cambios para proteger el planeta, a las poblaciones y garantizar el derecho de los trabajadores, esas emisiones de CO2 que tanto le criticamos a la China o a Estados Unidos no serán más que críticas infundadas, así tengamos una abundante selva que le sirve de pulmón al mundo y extensas tierras aptas para los cultivos.

No se puede ser y no ser. Hay una máxima en la sostenibilidad: hacer el máximo posible y no el mínimo necesario. Como decía Gandhi “nadie puede hacer el bien en un espacio de su vida, mientras hace daño en otro. La vida es un todo indivisible”.

Andrés Emilio Vargas
@andresvach

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