La subjetividad del colibrí

La subjetividad del colibrí

"Él se pasa la vida pensando en su bebedero, ¿quién soy yo para juzgarlo, si ni siquiera tengo claro lo que quiero?"

Por: Alejandro Palomino Agudelo
junio 23, 2020
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La subjetividad del colibrí
Foto: Pixabay

Afuera de la casa, en el patio, hay un bebedero para colibríes. Todas las mañanas y tardes me siento a verlos tomar agua con azúcar. Quién diría que lo simple se vuelve tan deseado. Todos son muy parecidos: azul oscuro con el pecho blanco. Es por esto que creí que todo el día venían varios de todos los alrededores. Incluso les puse nombres diferentes.

Hoy en la mañana, detallando, me di cuenta que es el mismo siempre, parado en una palmera cercana al acecho de los otros que quieran tomar de su bebedero. Son bravos y territoriales; son hermosos, sigilosos y sublimes.

Lo primero que se me vino a la cabeza fue pensar: ¿vale la pena pasar la vida cuidando un bebedero? Yo mismo me contesté algo que siempre he tenido en mente: es subjetivo y el colibrí tiene su subjetividad. Todos nos pasamos la vida detrás de algo, a veces incluso, menos tangible, menos real y controlable. El bebedero no se va a mover de ahí. El colibrí hasta sus últimos días, tampoco.

Desde pequeño fui muy amigo de las subjetividades, tal vez porque mi realidad me obligaba a verme afuera de la normalidad, tener compasión y entender por qué los demás hacían lo que hacían. A esta capacidad que desarrollé desde pequeño la llamo “empatía”.

Nunca ha sido un camino llano o lleno de iluminación, me la paso día a día haciendo microjuicios de cómo debería ser la vida, de cómo debería actuar cierta persona o lo que debería soñar. Pero, después, afortunadamente, me doy cuenta que todos hacen lo mejor que pueden para conseguir esa motivación interna que tienen (y que algunos conocen plenamente y otros no) y que en ese proceso que llamamos vida todos nos vemos enfrentados a hacer cosas susceptibles al escarnio público.

Quiero poner un ejemplo: tengo una amiga que hace 3 años se fue a vivir a Houston en Estados Unidos, se casó por los papeles y pagó más de 20.000 dólares por esto. El escándalo en la parroquia del pueblo y todas las señoras camanduleras juzgando con el mismo dedo con el que se rascan el culo. Hace 60 años se tuvieron que casar con el que les tocó, vieron a sus hijos casarse por amor y ahora les duele ver un matrimonio por dinero.

Así como el tiempo y las costumbres cambian. Cada uno es diferente y está motivado por cosas inimaginables: amor, odio, dinero o más de una cosa. Lo importante es la motivación que tiene cada uno a hacer lo que hace y tener la empatía para soportarlo.

El colibrí se pasa la vida pensando en su bebedero, ¿quién soy yo para juzgarlo, si ni siquiera tengo claro lo que quiero? Es muy fácil juzgar desde la propia subjetividad, pues no tiene ningún esfuerzo y alimenta el egocentrismo. Es difícil, por el contrario, tener la empatía de entender lo que se defiende y se hace.

Dudo que el colibrí en su proceso de defender lo que quiere se pare a juzgarme y sentirse el dueño de mi realidad y decisiones. Perdón por hacer lo contrario.

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