La importancia de ser enfermera
Opinión

La importancia de ser enfermera

Por:
julio 04, 2014
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Ya va finalizando el Mundial de Brasil 2014 (ojalá con el¡Oh, gloria inmarcesible!de los estadios en nuestra memoria) e Inglaterra fue eliminada dos semanas atrás. Podemos entonces hablar de esas cosas inglesas tan peculiares y profundas como el mismo fútbol o la enfermería moderna. Pues todos sabemos que la enfermería como la conocemos hoy fue fundada por una excepcional dama victoriana llamada Florence Nightingale. El título de esta columna es un juego de palabras con aquel de la comedia de Oscar Wilde The Importance of Being  Earnest que es también otro juego de palabras pues Earnest en inglés significa serio, acucioso y se pronuncia como Ernest el nombre masculino. De ahí que la traducción española usual de la comedia sea La importancia de llamarse Ernesto. Todo este divertimento literario para subrayar que la señorita Florencia, quien vivió hasta los 90 años sin casarse, esperaba que sus enfermeras trabajaran como verdaderas heroínas de manera seria (earnestly) y acuciosa por sus pacientes.  En eso radicaba la importancia de ser enfermera, que no es una comedia.

Esto no fue siempre bien comprendido por médicos, críticos sociales y sistemas de salud de su época y de hoy. Apenas ocho años después de su muerte el agudo y sarcástico escritor Lytton Strachey publica cuatro pequeñas biografías de personajes ingleses del siglo XIX en su clásico Eminent Victorians (1918). Son siluetas, así las concibió él, breves, precisas y crueles. A Nightingale la retrata con una rígida personalidad obsesiva, intolerable y admirable.  En nuestros días el escritor irlandés y último Premio Príncipe de Asturias, John Banville, en una de sus novelas de crimen y misterio escritas bajo seudónimo (The Silver Swan) describe con exactitud el trabajo de una enfermera “cuidadoso y al mismo tiempo impersonal”. Porque una enfermera “nightengaliana” no se ocupa de su paciente por determinadas características personales (rico o pobre, amable o desagradable, conocido o desconocido) sino porque es una persona que sufre a la que hay que cuidar.  Dicho sea de paso, debería escribir enfermera o enfermero porque cada día noto más estudiantes del género masculino entre mis estudiantes de enfermería.

Como digo, el trabajo de enfermería no ha sido siempre comprendido ni bien valorado.  Los médicos debemos hacer un mea culpa sobre lo mal que hemos tratado a veces a nuestros colegas enfermeros y enfermeras. Pues como dijo Strachey de Florence Nightingale frecuentemente son intolerables e irritantes aunque siempre admirables y acuciosos.  Yo recuerdo una enfermera experta en el manejo de cierto equipo de medicina transfusional quien me enseñó mucho.  Todos los días me ponía un mensaje a las 8:01 a. m., nevara o no, para recordarme los pacientes que tenía que revisar esa jornada.  Siempre amable pero insoportable me enseñó que el único privilegiado para el equipo de salud debe ser el paciente. En mi último turno antes de regresar a Colombia se quedó conmigo hasta la una de la mañana revisando un procedimiento con un equipo nuevo. A la medianoche mientras conversábamos sobre que venía yo a hacer acá, empezó a salir sangre del paciente por todas las conexiones y junturas de la máquina. Yo me congelé como se dice en inglés, ella pacientemente solucionó el problema. Al otro día al mediodía tomé el avión de regreso pero no puedo olvidar esa irritante y admirable jefa de enfermería.

Actualmente hay un déficit de enfermeras en muchos países y sistemas de salud. Hace poco el organismo de vigilancia británico Nice, Instituto Nacional para la Excelencia en Cuidado y Salud, llamó la atención sobre el grave peligro que se corre en hospitales que tienen menos enfermeras de las recomendadas (The Tablet, 15 de mayo, 2014).  Según ese reporte de expertos el número de pacientes bajo cuidado simultáneo de una enfermera debe ser no más de ocho en un hospital. Nos hemos acostumbrado al diseño arquitectónico de hospitales con estaciones de enfermería que vigilan varias camas o cubículos. Esa disposición de pacientes alrededor de una estación central de enfermería se llamó históricamente pabellón Nightingale. En sus inicios cada una de esas salas contenía dos docenas de pacientes o más como lo recordamos de nuestros viejos hospitales. Se pensaba que el avance tecnológico de monitores y alarmas permitiría a una enfermera vigilar cada día más pacientes. Pero el número de monitores aumentó y aumentó y el número de enfermeras disminuyó y disminuyó por razones económicas o administrativas (nuestra discutible utopía es un cuidado en salud cada vez con más eficacia al menor costo, sobretodo de personal).

Todo esto llevó a la crisis actual pues estoy seguro que en los hospitales de nuestro país hay cientos de enfermeras cuidando más de ocho pacientes a la vez sin monitores. Y la importancia de la enfermera, defender el paciente ante el sistema como lo hizo Nightingale, queda comprometida.

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