En las zonas altas del departamento del Cauca los campesinos han combinado el cultivo del café y la papa con el cuido de vacas en pastoreo. Son comunidades con tradición que saben organizarse para emprender tareas colectivas. Así lo han hecho, con pequeñas asociaciones y cooperativas para trabajar alrededor de la leche pero con dificultades para su conservación y comercialización. La organización internacional Oxfam identificó en 800 productores artesanales con un potencial para transformar esta vocación y capacidad de trabajo en grupo en empresas productivas que le permitieran a los campesinos mejorar sus condiciones de vida. Decidió entonces apoyar tres comunidades del Cauca: Rosas, Coconucos y Puracé, enclavadas en lo alto de la cordillera occidental. Comunidades que además han sido resistentes, sobrevivientes de duros momentos del conflicto armado desde los tiempos del M-19 en la década de los 90, la guerrilla de las Farc, y han tenido que vivir también tensiones entre grupos indígenas y grupos afrodescendientes.
Las 139 familias beneficiarias del programa eran por tradición, cultivadoras de café y papa mientras otros estaban dedicados al cuidado de vacas lecheras; en cada hogar podía haber hasta tres que daban a diario máximo 5 litros cada una que daban para una supervivencia limitada. Oxfam se asoció con la Fundación Alpina desde 2009 con la idea aumentar la cantidad de litros de leche, mejorar la calidad y procurar ingresos estables a quienes decidieran involucrarse. 1.508 millones de pesos se invirtieron en el proyecto entre las empresas de pequeños productores asociados al proyecto, Oxfam y la Fundación Alpina. Cuatro asesores, Felipe Barney, José Manuel Vela, Dora Collazos y Fernando Erazo, se echaron el proyecto al hombro.
La intervención se dio a través de asociaciones o cooperativas que contaban con un negocio incipiente; la Asociación Campesinas de Productores de Leche, la Asociación Indígena de Patugó, la Asociación de Mujeres Agropecuarias de Rosas, la Asociación de Mujeres Emprendedoras de Patugó, la Cooperativa Agropecuaria de Productores de Leche. Éstas, en la medida de sus posibilidades buscaron préstamos con el Banco Agrario para aumentar la cantidad de vacas, y con las lecciones de algunos consejos de expertos del Sena en ordeño lograron obtener en leche con buenos niveles de proteína y libre de bacterias.
La periodista Deisy Rodríguez de Las2Orillas.CO visitó los tres proyectos Rosas, Coconucos y Puracé y pudo conocer de primera mano la transformación que se ha logrado.
Rosas, donde las mujeres también son ganaderas
En Rosas, al centro oriente de Cauca el clima suele ser cálido y mantenerse en los 19ºC. Los miembros de la Cooperativa de Productores de Leche de Rosas (Cooproler) llevan cada mañana cantinas repletas de leche al cuarto frío de la comunidad a la espera de que el camión de la Fundación recoja los 400 litros que alcanzan a completar.
Allí (lo mismo que en Puracé y Coconuco) la leche va al tanque solo sí antes es examinada por un operador, en éste caso Jonny Muñoz, quien asegura que ésta se encuentre libre de bacterias. La que no cumpla con las condiciones higiénicas se le devuelve al productor.
La coperativa Cooproler nació hace ocho años en el nucleo de la familia Realve Otros productores fueron sumándose y hoy tienen una organización de 32 asociados que opera con todas las de la ley, en la que trabajan varias generaciones. Los menores distribuyen su tiempo entre el estudio, el ordeño y el cuidado de los animales.
Un esfuerzo que estuvo a punto de desaparecer hace algunos cuando aparecieron las captadoras de dinero Drf, Dmg, a deslumbrar con ganancias descomunales y como el trabajo en el campo no era tan rentable vendieron vacas, tierras y casas para invertir en las famosas pirámides que se llevaron por delante el ahorro de muchos colombianos. Pero se recuperaron y ahora hablan orgullos de fincas propias, vacas que producen hasta 40 litros de leche, una cooperativa sólida que los respalda y planes para ampliar el centro de acopio y su reubicación para que campesinos de veredas distantes como El Ramal tengan la posibilidad de conservar allí su leche.
Las mujeres por parte, muchas esposas de los señores de Cooproler no quisieron quedarse atrás y 19 de ellas conformaron la Asociación de Mujeres Agropecuarias de Rosas (Asmar). Pasaron de ser amas de casa a ganaderas comprando terneras con los 18 millones de pesos que Oxfam les facilitó para echar a andar su negocio.
Aquellas terneras que después fueron vacas, producen leche que también llega al centro de acopio de Cooproler. Y para dar continuidad al sostenimiento económico de las mujeres que van ingresando a Asmar, les ceden las terneras hijas de sus vacas adultas con el compromiso de cuidarlas debidamente.
Ellas dicen que se sienten bien al no depender más de sus esposos, a quienes -confiesan- les costó entender que ya no iban a permanecer todo el día en casa esperándolos para servirles la comida, y que por el contrario, ahora les ayudan a cocinar y otros quehaceres. “Eso no se había visto nunca aquí,” afirman.
“Yo estoy feliz con el ternero bonito que tuvo mi vaca”, expresa Rosa María Usecha. Cuenta que con la venta de la leche pudo comprar una lavadora que le ahorra horas con la ropa y que el dinero le alcanza para los gastos de sus tres hijos universitarios.
Otra asociada es Susana Plazas; tiene 65 años de edad y vive con su esposo Gerardo Girón quien trabaja con Cooproler, a quince minutos de Rosas sobre la vía que conduce al Macizo colombiano en una finca sencilla. En la parte trasera de la casa de un piso hay un colorido jardín de flores y una huerta de vegetales que evidencian la dedicación de Susana, y dan con la pradera de las vacas y unas matas de café.
Marbella y Violeta son sus perritas y Muñeca, Lucero y Pinta sus vacas. Asegura que cuando estas últimas están en la pradera, las llama por su nombre y vienen hacia ella porque saben, que es la hora de la comida: sal mineralizada y concentrado de soya.
Susana comparte el ordeño matutino con Gerardo, y demás labores cotidianas. Por ejemplo, transportar la leche al centro de acopio, hacer los quesos, cuidar los animales y la huerta; él va a las reuniones de Cooproler y ella a las de Asmar.
Puracé, donde hay papa, trucha y leche
Tras ascender por las montañas más sobresalientes de la Cordillera Central, está la vereda Paletará en el municipio de Puracé. Allí el viento siempre sopla fuerte; los campesinos cultivan papa y por supuesto a 15ºC., usan ruana para protegerse del frio. También es una región pesquera, con trucha en aguas de los ríos Cauca, Piendamó, Manchay, Michambe, Anambío, San Andrés, Vinagre y Yerbabuena.
En la carretera a lado y lado sobresalen flores púrpura entre las hojas verdes de las matas de papa que se extienden hasta las lomas más lejanas rodeando las casas de los campesinos. Así mismo, el paisaje lo atraviesan largas quebradas y ríos de agua dulce en los que abunda la trucha arcoíris de carne rosada que la gente pesca para sus comidas y que usan como pretexto para reunirse durante un pequeño festival al año, en el que jóvenes y adultos compiten por el mayor número de truchas atrapadas a mano en el menor tiempo posible.
Harold Muñoz, presidente de la Asociación Campesina de Paletará (Ascamp), constituida desde 1991 para defender las propiedades campesinas en medio de un complejo pero olvidado pleito con indígenas, reúne cincuenta productores de leche que la envían en una camioneta desde los puntos más lejanos de la vereda, al centro de acopio construido por ellos mismos al que la Gobernación de Cauca contribuyó con un tanque de enfriamiento. Igual que en Rosas, allí llega cada tres días un vehículo de la Fundación.
Las vacas lecheras de los campesinos aumentaron la producción de 600 a 1500 litros gracias a que, además de las criollas, lograron adquirir de raza normando y holstein con buena parte de los cerca de 100 créditos que les aprobaron.
En Paletará, las personas de Ascamp entendieron que tanto vacunas como la adecuada alimentación son indispensables para el bienestar de los animales y que de la higiene en el ordeño depende la calidad de la leche, por eso lavan a diario cantinas, filtros y baldes.
Explican que la exigencia de calidad de la Fundación les motiva a ser productores con visión. Piensan elaborar y comercializar sus propios derivados lácteos buscando el crecer en comunidad, lo mismo que compartir la experiencia en otros municipios a partir de su más clara enseñanza, según Harold: “cada quien por su lado no habría logrado aquello que sí pudieron los esfuerzos de todos”. En ese sentido, establecieron Bancomunal, un sistema de ahorro en el que cada familia deposita 10 mil pesos cada mes para soportar gastos eventuales.
Para las bajas temperaturas, Luz Nelly Rojas, esposa de Harold dice que nada es mejor que un vaso de leche caliente con galletas de vainilla. Ella nació y creció en Popayán pero es hija de una familia campesina que le heredó la ganadería como forma de subsistencia. Con Harold, hace 18 años optaron por la tranquilidad de la montaña y se radicaron en Paletará.
Tienen doce vacas que producen bastante leche y que ordeñan temprano después de tomar un tinto. El resto del día transcurre cuidando las crías recién nacidas, procurándoles alimento, agua, separándolas de la vaca al atardecer, en labores de la casa y participando en las reuniones de la Asociación. “Aquí nadie permanece con los brazos cruzados porque nunca falta el trabajo. El descanso es hasta la hora de dormir”, sostiene Luz Nelly.
Dentro de Ascamp, ella lidera el grupo de mujeres que semanalmente transforma algunos litros de leche en yogurt de fresa, mango y melocotón, y que venden ellas mismas en Popayán, en Coconuco o entre vecinos, pero esperan abrir muy pronto una tienda de productos lácteos más cerca de la capital de Cauca, igual que una tienda de víveres en Paletará.
Bellanir Samboné por su parte, una de las asociadas más jóvenes vive en la finca de su suegra con ella, su esposo y su hijo. Las 4:00 de la tarde es la hora del segundo ordeño del día, pues las 6 vacas que tiene producen en total casi 80 litros de leche; el primero como en la mayoría de familias empieza a las 6:00 am. Para llegar a conseguir esa cantidad de leche diaria, Bellanir sabía que debía comprar vacas “buenas”, por lo que solicitó financiación al Banco Agrario. Ese siempre fue su sueño, e inició con una ternera obsequiada por su madre, cuando aún era niña.
Dice que el tiempo no le alcanza para ir a las reuniones de mujeres que coordina Luz Nelly, porque si no está ordeñando, está haciendo los oficios del hogar o buscando la forma de enviar las cantinas de leche al centro de acopio. Aunque es una mujer de baja estatura, el trabajo en el campo ha hecho que su cuerpo sea capaz de cargar la leche por un camino empinado desde la pradera hasta la parte más alta del cerro, donde queda la casa.
Los indígenas del Pueblo Coconuco viven en el resguardo de Patugó, ubicado en Coconuco. La vía que conduce al lugar es la misma de Paletará pero con un desvío anterior que conduce montaña arriba donde la niebla se acentúa más, por una destapada carretera terciaria. Algunos usan pañolones y ruanas, pero otros como Yeimi Maca o Ignacio Airama prefieren chaquetas de cuero y algodón para soportar los 10ºC que no varían mucho durante el día.
Gustavo Muñoz, miembro de la Asociación de Productores Indígenas de Patugó (Asoinpa), después de llenar las cantinas de leche, las sujeta a su caballo y se va para el centro de acopio. No siempre fue productor de leche; antes se dedicaba a la agricultura y luego empezó con algunas vacas ‘al partir’, una modalidad de negocio común en el campo en el que dos o más personas reparten costos y ganancias. De esa manera se convirtió en propietario de las 7 lecheras que tiene hoy.
Para él, los 750 pesos por litro que paga la Fundación es un precio bueno; sin embargo debe medir el dinero que distribuye entre su familia, gastos de animales y de la fincas. “Al menos a 1000 pesos la situación sería diferente, sobre todo si la gente consumiera más leche y menos lactosueros y leche en polvo”, dice.
Los demás habitantes de Patugó una vez llegan al centro de acopio. Aguardan turno mientras Dilmer Melengue, el operador, toma muestras de leche en cada cantina para asegurarse de que esté libre de bacterias. Luego lavan las cantinas y montados en sus caballos, regresan a casa. Dilmer espera hasta el último productor y después de entregar la leche al carro de la Fundación, esteriliza el tanque vacío que a la mañana siguiente volverá a abastecerse.
Asoinpa a diferencia de Cooproler y Ascamp, empezó sin infraestructura ni mayor organización. Una vez las personas de Oxfam y la Fundación les socializaron el proyecto, los indígenas comenzaron a trabajar en minga, es decir de manera conjunta para construir el centro de acopio, gestionar el tanque de enfriamiento, y finalmente recibir el equipo de ordeño. De vender 400 litros de leche pasaron a 1600 cada día.
Yeimi Maca de 24 años, hija de Francisco José Maca, importante líder en el proceso de recuperación de sus tierras ocupadas por hacendados hace más de 25 años, es la única mujer en Asoinpa. Cuenta que por petición de su padre, viajó 7 meses atrás desde Cali para trabajar en Patugó y mostrarles a los más jóvenes la importancia de acompañar a la comunidad.
“La vida en el campo es dura, lo que llega a la ciudad no sale de la nada; es el resultado de mucho esfuerzo bajo el agua y el sol, pero aquí nos sentimos orgullosos de trabajar la tierra”, señala, y agrega que lo que hace que permanezcan unidos son los planes futuros, la posibilidad de comercializar dentro y fuera del país sus productos.
Yeimi terminó en el SENA una tecnología en Gestión de Recursos Naturales y espera formarse como ingeniera agroforestal. Por ahora coordina en Asoinpa la parte informática y contable, y promociona los productos por internet.
Quien se refirió a los cambios que generó el proyecto en las familias, fue Hildebrando Córdoba. Él y su esposa Miriam Palma Sauca motivados por aprender, se inscribieron en un centro de enseñanza en el municipio de Puracé al que asistían cada sábado después de ordeñar, de 7:00 am a 2:00 pm. Hildebrando puedo graduarse como bachiller en diciembre de 2013 junto con su hija menor, y Miriam lo logrará al finalizar este año.
Como ellos, los demás asociados son descendientes de quienes fueron protagonistas en un proceso de recuperación de tierras, pues Patugó en la década de los años 70 permanecía ocupada por hacendados de Cauca y otros departamentos.
Los ‘ricos’ como les llaman, llegaron atraídos por la fertilidad de la tierra y con el obsequio de mercados habrían convencido a los indígenas de permitir su convivencia hasta -en sus palabras- esclavizarlos y convertirlos en jornaleros. Los indígenas no podían pagar la educación de sus hijos, mientras que los hacendados utilizando vendían cerca de 5000 litros diarios de leche.
De ésta y muchas injusticias se fueron percatando los indígenas hasta que decidieron recuperar su territorio incluso a costa de vidas. Los hacendados finalmente abandonaron el lugar, y las 1600 hectáreas fueron repartidas entre quienes habían trabajado por años la tierra.
Ignacio Airama, representante legal de Asoinpa, indica que desde entonces Patugó ha sido una región tranquila. Hace unos años era común ver algunos guerrilleros en los pajonales, la parte más alta del páramo, pero a los indígenas no les parecía correcto que se acercarán al resguardo porque les generaban problemas con militares que los acusaban de simpatizantes de aquellos grupos.
Junto a Asoinpa, mujeres del resguardo conformaron la Asociación de Mujeres Emprendedoras de Patugó (Asmempat) para empezar a comercializar víveres desde una tienda conocida como El Granero; este evita el traslado hasta centros urbanos por alimentos e insumos de ganadería y agricultura, al tiempo que genera empleo para las asociadas. Durante 3 días al mes, 2 mujeres son responsables de la tienda, y cada una recibe un pago de 17 mil pesos por jornada de trabajo, en total 51 mil, según Miriam Palma, ex presidenta de la Asociación. Para esta idea de negocio, Oxfam contribuyó con 18 millones de pesos hace 3 años aproximadamente.
En la actualidad El Granero es administrado por una presidenta, una secretaria, una fiscal, una tesorera y ocho mujeres más para quienes este, un espacio de encuentro entre amigas y socias. Con las ganancias compraron vitrinas, el congelador y la caja registradora.
El Granero es el lugar al que los niños van después de la escuela; compran dulces y bolitas de chicle que traen escrito en papel el nombre de un regalo que puede ser un globo, una canica o una liga de colores para el cabello. Huele a alacena y a tinto, preparado en la estufa de dos puestos que las mujeres de Asmempat llevaron allí para lidiar con las bajas temperaturas y como no, para ofrecer a las visitas.
Ellas dicen que no fue asunto sencillo que los hombres padres, esposos e hijos las apoyaran. Por eso en la vereda hubo charlas orientadas por psicólogos sobre igualdad entre mujeres y hombres, y talleres de cocina.
“Mi esposo al comienzo no me apoyaba, pero después entendió que era algo bueno para todos. Cuando yo empecé los turnos en El Granero y estaba apurada en la casa, me decía que me fuera que él terminaba la comida u otro oficio pendiente”, cuenta Miriam y sentencia: “el machismo depende de la crianza de los hijos, por eso el trabajo doméstico debe der equitativo. Mis muchachos de 18 y 25 años ya saben que si les correspondió la cocina, remendar o barrer, lo deben hacer”.Esa claro que en estas veredas perdidas en lo alto de la cordillera occidental las mujeres han logrado su liberación a punta de trabajar y la exitosa producción lechera ha sido su gran aliada.