Nos quieren de espectadores. De fútbol, babeando goles perdidos. Viendo correr a los mucho más veloces que nosotros. Los tullidos aplaudimos, señor. Apostando al color que pierde y delirando, presintiendo la ráfaga amarilla que pasa penando por el botín. Una polla por la pelota que va o por la bola que viene como nuestra suerte. Es el destino muchachos y quién lo dictamina. A quién le importa la FIFA. Si el balón pegó en el travesaño.
Nos quieren de espectadores. Viendo pasar la existencia ajena. Rumiando la vana competición entre otros. Testigos de cómo exaltan y hunden a los verdaderos héroes de papel. Cuánto público en silla de ruedas, sin piernas por la guerra o por el trajín de la existencia. Unos se aseguran nuestra distracción cumplida. Miramos "hacia el otro lado”, Míster Entertainment. Y de qué forma vemos. Noticieros repiten hasta el tedio un último gol de portería a portería, que perforó la red y dejó sin empleo al arquero.
Espectadores de inútiles confrontaciones por el oro y “la gloria”. Y, viejo, nos enciman las gordas primeras planas de los noticieros, con estadísticas a color, tablas de goleadores y puntuaciones, expectativas para la siguiente ronda, con fotos gigantescas de tribunas repletas de cadáveres en formidable estado de descomposición espiritual. No tenemos con qué mercar, pero sí tenemos con qué marcar y menos goles en contra. Dos hinchas se acuchillan, en la pulsión de matar o morir: uno desciende al sepulcro y otro al calabozo. Todos los demás somos espectadores de nuestra próxima derrota. Nos pasaron: por encima. Nos ganaron: otra vez. Los espectadores hacen fila para ver correr la sangre de los derrotados. Hay que ver cómo apachurran al contrincante (somos nosotros).
Pero seremos campeones esta vez, no se nos olvide. Aquí vamos.
88% de la superficie de los océanos contiene plástico, dice un estudio de la Academia Nacional de Ciencias estadounidense, basado en 3.000 muestras simples. Pero Colombia puede soñar por fin con el campeonato. ¿Y la vida de todos?
La vida para la que fuimos destinados es la de espectadores. Si, señor, es-pec-ta-do-res. Es el modo oficial de la existencia impuesta. La propuesta para el reposo diario de la energía de los esclavos. Día y noche entregamos el fuego sagrado de nuestras vidas. Hay quien acrecienta y atiza este fuego en su provecho. Ellos triunfan. Y nosotros, todos los días somos derribados, perdiendo en un lance de cartas marcadas. Así malgastamos nuestro tiempo en el espectáculo letal que nos invade. Pues espectáculo es la religión en la que perdemos nuestra alma. Espectáculo es la política en la que siempre perdemos las elecciones. Espectáculo es el circo de la guerra, en la que nuestra historia siempre es vencida.
El viernes quizás perderá nuestro equipo de nuevo. Veremos el partido con la camiseta amarilla sudada como si corriéramos los 90 minutos, entre las muecas de burla y desprecio de los hinchas de Brasil. No hay caso, no hay caso, diremos en silencio y cabizbajos. No volveremos al estadio, ni volveremos a ver el partido por televisión. Querríamos experimentar de nuevo el sismo del gol en el estadio, por si un día hubiere una revolución, si nuestro equipo quedara campeón. Pero no, no hay caso.Sufrir es de masoquistas. Tampoco volveré a leer el periódico. El carnicero de mi barrio dice que solo sirve para envolver carne. ¿La eterna derrota será viral en la red?
Pero los derrotados nos repondremos. De derrota en derrota iremos hasta la victoria final. Y tal vez ganaremos el viernes. ¿Por qué no? Pero ¿y dónde está la paz? ¿Y la justicia social cumplida?¿El triunfo nos dará la fuerza para alcanzar la paz? ¿O caeremos ebrios y vencidos de nuevo, víctimas del asalto de una nueva ilusión?