Un ángel y un demonio con uniforme

Un ángel y un demonio con uniforme

Cuánta diferencia entre Ángel Zúñiga, convertido en "defensor del pueblo" evitando un desalojo, y Derek Chauvin, asesinando a un hombre, quizá solo porque era negro

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junio 11, 2020
Un ángel y un demonio con uniforme

Con tipos como el policía Ángel Zúñiga es posible volver a creer que algo o mucho puede cambiar para bien, que está al alcance de uno no ser esclavo del salario, ni hacerse esclavista por la misma paga.

La imagen de Zúñiga oponiéndose a cumplir una orden de desalojo de familias cerca a Cali, es impactante y da agradable escalofrío.  Pero más que eso su postura es madura, inteligente, eficaz para abrir un enorme agujero en la conciencia de los brutos, de los mansos, de los burócratas cuando tienden a hacer de la irreflexión y del sello oficial poderosa arma; su actitud enérgicamente humanitaria en un día cualquiera pone contra la pared tanta basura escrita por años en ruinosas tablas de la ley, en la ley misma la mayoría de las veces cargada de desteñida tinta y vacío.

Nuestro policía --Zúñiga ya lo es--, expresa contundente que está para defender derechos humanos, no para violarlos; no puede cumplir la orden de sacar a una señora de la casa que habita; le parece injusto e inaceptable que las máquinas retroexcavadoras tumben los sembradíos e improvisados cambuches de las familias contra las cuales recae la orden de desalojo, y más en este tiempo crítico de pandemia, sin que tampoco se ofrezca a aquéllas alguna alternativa de reubicación o amparo. Prudente y muy responsable ofrece a sus superiores entregarles el arma de dotación y quitarse el uniforme. Él no ha trabajado durante diez años en la institución para hacer cosas como esa, esto que le parece éticamente reprochable.

En el pronunciamiento agudo que se oye en la grabación, este policía, que por supuesto tiene todo el derecho de hacerlo, expresa una objeción de conciencia protegida constitucionalmente y aceptada en las reglas básicas de los derechos humanos universalmente reconocidos. En el momento y lugar preciso argumenta ante la comunidad y frente a sus superiores motivos éticos claros para negarse a cumplir una orden que considera indigna, por encima del hecho de ser servidor público, o más bien, precisamente por la razón de serlo. Zúñiga no entra en el agujero oscuro de discutir si la orden es legal, pero sopesa con lucidez que se echa en falta en jueces y funcionarios oficiales y oficialistas, la legitimidad misma de tal orden, pone en la balanza bienes y derechos en debate y opta por situarse del lado de los más débiles, sobre todo en un momento de crisis que es de conocimiento y padecimiento general.

Para Pierre Mac Orlan en el Breve Manual del Perfecto Aventurero, “es difícil escribir una novela de aventuras con las proezas de un funcionario de segundo nivel.” Algo que literariamente describe, por ejemplo, la testarudez de una ministra que sostiene al hijo de un paramilitar y criminal de inolvidable huella sanguinaria (Jorge 40), en un cargo que tiene por objeto apoyar a las víctimas civiles del conflicto armado. O que sintetiza la tozudez misma que lleva a ese hijo, joven y creíblemente no vinculado a los hechos de su asesino padre, en quedarse en el cargo contra todo, ocupándose así de un desafío lesivo, desgastante, llamado a la demolición de la credibilidad en las instituciones.

Zúñiga se hace aquí poderoso antagonista, un personaje al que Mac Orlan le daría todo el valor de la novela. No importa que ahora cuando lo investigarán disciplinariamente y escarbarán en su pasado para hallar alguna huella, acaso encuentren alguna; no importa, pues lo que hizo un día poniéndose del lado de la inteligencia vale por sí mismo, se queda para siempre, está imborrable para las familias que pudieron presenciarlo en carne, hueso y con uniforme convertirse en “defensor del pueblo”.

Cuanta diferencia hay con pocos días de distancia entre el lúcido Ángel Zúñiga, respecto de la bestialidad de Derek Chauvin, uniformado,  asesinando poco a poco a un hombre, quizá solo porque era negro, o pobre, o porque también creyó que tocaba desalojarlo.

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