La dimensión que han tomado las protestas por la muerte -asesinato- de George Floyd han sorprendido por el tamaño y por lo inesperadas.
Lo primero que da a pensar es que se dan por algo más complejo que la muerte de la persona.
Esto ilustra un poco lo accidental de los individuos como protagonistas de la historia.
El señor Floyd no es la causa de las demostraciones sino el pretexto o catalizador que propicia la expresión de varios fenómenos, al igual que no fue que Hitler impusiera el nazismo sobre los alemanes sino sólo quien encarnó lo que esa población quería, o, en nuestro caso, como no fue Álvaro Uribe quien inventara el paramilitarismo, o que no fue de Juan Manuel Santos de quien dependió la Paz.
Lo que vemos es una especie de segundo movimiento de indignados pero ya no con relación a una situación general como era la desproporción entre la riqueza de unos pocos y las dificultades de la mayoría; esta es una protesta menos vehemente -menos agresiva- y más focalizada aparentemente en los temas del racismo y la violencia policial, pero probablemente con un subfondo más de manifestación de inconformidad ante la manera que hoy está el mundo, sus valores y sus instituciones.
Si se acepta que no es por lo protagónico de la víctima sino por las circunstancias anexas, lo que expresan las marchas en los diferentes países podria ser una manera hiperbólica de expresar el desagrado con algunas características del modelo que nos rige, con una insatisfacción con la dirigencia y la forma en que se manifiesta en la actualidad.
Las marchas no nacen de las condiciones que existen en cada país puesto que el racismo no se vive en cada uno de ellos, ni las acciones policiacas en todas apartes tienen los mismos defectos, ni la condición del fallecido coincide con la de los habitantes de otros sitios. No las motiva tanto la solaridad con el muerto o con su familia, sino el rechazo a lo que tiene de malo los Estados Unidos del momento, a comenzar por supuesto por quien encarna aquello que se rechaza.
El abuso de autoridad, el racismo, la prepotencia, tal como los defiende y reivindica Trump son los verdaderos blancos de la indignación ciudadana, y no solo los genera en una parte de la población americana -no toda infortunadamente- sino en los ciudadanos del mundo que ven y viven sus efectos.
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Lo que estamos viendo es un síntoma de la disminución del poder hegemónico de los EE. UU. y la forma cómo reaccionan internamente y el resto del mundo ante este proceso
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En últimas lo que estamos viendo es un síntoma de la disminución del poder hegemónico de los EE. UU. y la forma en que reaccionan ellos internamente y el resto del mundo ante este proceso: ante los residuos de la actitud de supremacía blanca tan arraigada y difícil de erradicar en el país que tuvo la proporción y el número de esclavos negros más grande del mundo; ante el hecho de que dejó de ser quien imponía su modelo de civilización al planeta y hoy toman peso otras que no se someten a su liderazgo; ante la impotencia -y el miedo- de que teniendo la fuerza militar más grande del mundo, tengan la tendencia a usarla en todos sus campos de confrontación; y sobre todo ante que quien representa y maneja esa situación es un personaje enfermizo que se identifica con esos aspectos que el mundo rechaza.
P. D. 1 Duque diciendo que es por cariño con los ‘abuelitos’ que les da la casa por cárcel es como Trump diciendo que se solidariza con quienes marchan para protestar por la muerte de un negro a manos de un policía y al mismo tiempo ordenando a la policía que dispersen la manifestación que se presenta frente a la Casa Blanca.
P. D. 2 Abuso de autoridad también es la decisión de la Fiscalía en el caso de Aníbal Gaviria: el tema deja de ser su supuesta o eventual culpabilidad en aquello de lo cual se le acusa, y toma protagonismo el exceso de facultades arbitrarias en esa institución.