En el 2008 Alexandra entró a trabajar al hospital Pablo Tobón Uribe, en Medellín, como auxiliar. A los seis meses enfermó de una obstrucción intestinal severa y tuvo que guardar reposo durante 5 meses. El hospital se mostró extremadamente amable con ella, las directivas le facilitaron un carnet que le otorgaba descuentos y le permitía hacer uso de los servicios del hospital y cuando estuvo repuesta de salud la volvieron a llamar para que siguiera trabajando con ellos.
Las cosas iban muy bien hasta que su ex esposo entró a disputar la custodia de sus dos hijos argumentando que ella no tenía recursos para darles una vida digna. Alexandra vivía en un rancho en la Comuna 13 y el hospital volvió a tener un gesto generoso con ella, la vinculó a su planta de personal, lo cual fue una gran excepción porque no suelen vincular madres solteras. Además, el Fondo de Empleados del hospital le prestó $17 millones de pesos para compara un apartamento y así poder dejar la comuna. La institución le exigió que internara a los dos pequeños para que pudiera realizar en mejor forma su trabajo.
Pero por esos días empezó la mala suerte de Alexandra. Su compañero sentimental, con quien pensaba casarse, murió fortuitamente y Alexandra cayó en una fuerte depresión. Por estos días, su compañera de apartamento, María, que también trabajaba en el hospital, empezara a acosarla sexualmente, a tocar su cuerpo sin su conocimiento y a tratar de besarla en la boca. La situación se hizo tan insoportable que Alexandra tuvo que pasarse a un apartamento que alquiló en el barrio Aranjuez.
El ambiente en el trabajo se tornó denso. Sus compañeras empezaron a criticarla a sus espaldas y hasta una de sus jefes le reclamó por dejar de vivir con María. Alexandra no quiso contar las verdaderas razones. Todos hablaban en los pasillos de su depresión.
“En el hospital empezaron a decirme que yo era una “emo”, una antisocial, una loca. Yo me daba cuenta por los rumores en los ascensores y en los pasillos. Eso me dolía mucho. Yo tenía un trastorno, pero eso era algo confidencial, y no sé cómo todos se daban cuenta”, dice.
Por esos días, en julio, Alexandra se practicó un examen de control de citología. Le dijeron que le entregarían los resultados en dos meses. En ese lapso, sus jefes empezaron a hacerle preguntas intrusivas: ¿cómo está su mama?, ¿cómo están sus hijos?, ¿cómo está usted?, ¿con cuántos hombres ha tenido relaciones sexuales?, ¿cuándo fue la última vez que las tuvo?, ¿cuántas veces a la semana las tiene?, ¿cuál método anticonceptivo usa?, ¿utiliza condón?
Alexandra contestaba obediente a estas incómodas preguntas hasta que un día decidió no hacerlo más. Entonces su jefe la calificó de “conflictiva”.
“Un viernes —explica Alexandra— salía de mi turno a la 1:25 de la tarde para recoger a los niños. Pero al lunes siguiente me llamaron la atención por no haber hecho una preparación para un paciente, que el médico programó para las 2:00 de la tarde, cuando yo los viernes tenía permiso de salir a 1:00.”
Cuatro meses después la citaron a la oficina de relaciones humanas de la empresa. Para ese entonces aún no le habían entregado los resultados de su citología,
“Cuando iba en camino me imaginé de todo, menos lo que le iba a pasar, que la jefe me dijera: Alexandra, usted ya no trabaja más en el hospital, esta es su carta de despido, devuelva el carné y vaya a entregar el uniforme”.
Llorando, le preguntó a su jefe las razones del despido y esta le dijo que, en ese momento, ella no estaba en condiciones emocionales para escucharla. Ninguno de sus superiores quiso darle una explicación. De su liquidación solo le quedaron $90.000 pesos porque el resto se fue a amortizar la deuda del apartamento y además tuvo que firmar una carta que la comprometía a pagar $450.000 pesos quincenales durante un año para terminar de pagar.
En diciembre, seis meses después de su examen a Alexandra por fin le entregaron los resultados de su citología. En el papel se leía que el resultado estaba listo desde septiembre. También decía que Alexandra tenía el virus del papiloma humano, considerado la principal causa de cáncer uterino.
Alexandra interpuso sin suerte una tutela. El hospital lo negó todo y llegó incluso a desprestigiarla diciendo que era una persona de mala presentación personal, conflictiva y poco colaboradora. Gracias a la asesoría del Centro de Atención Laboral, CAL, logró un acuerdo con el Fondo de Empleados del Hospital que le rebajo el monto de las cuotas de sus deuda, y hoy su hermano se las ayuda a pagar pues desde entonces Alexandra no ha podido conseguir un trabajo formal. Se dedica a vender chicles en los buses, a hacer turnos en talleres de confección y a trabajar de empleada doméstica por días. No logra hacer más de $35.000 pesos diarios. Su depresión, claro, se complicó. Ahora además debe visitar mensualmente a un psiquiatra en el Hospital Mental de Antioquia.
Hoy, Alexandra aun no tiene claras las sospechosas razones de su despido. Solo sabe que las irregularidades coincidieron con su depresión y con el examen de la citología. Sabe también que los resultados de dicho examen fueron conocidos por muchas personas en el hospital antes que ella, lo cual es, de entrada, una violación a su intimidad, que además pudo desembocar en su despido, a juzgar por las reacciones del personal del hospital Pablo Tobón Uribe, cuyo lema, para mayor ironía es “hospital con alma”.
*Este artículo fue escrito a partir de la información de Heidi Tamayo para la Escuela Nacional Sindical.