Maldita decrepitud que transformó la más bella estampa del perfecto atleta en la de un anciano balbuceante y tembloroso.
Horrible destino el de morir 32 años antes de dejar de existir sintiendo como el maldito Mal de Parkinson tomaba sus emociones, su voz, su paso y su presencia.
Pero hoy, al cumplirse cuatro años de su partida, prefiero evocarlo tal como lo conoció el universo; o sea, el mejor campeón mundial de la historia, el reivindicador irredento de los derechos de su raza, el deportista símbolo que unió el sueño olímpico con el profesionalismo de la mayor élite y el personaje tratado en 15 libros, 6 documentales, 3 películas y 2 musicales de Broadway. En definitiva, el más grande de todos los tiempos.
Dicen que el 3 de junio de 2016, a los 74 años, un choque séptico provocó su muerte en la ciudad de Phoenix, Arizona. Es solo parte de la “verdad”, pues después de su penúltimo combate ante el bueno de Larry Holmes, uno de sus sparrings desde el 76 al 79, lo escuché quejarse: “Perdí porque me dolió mucho la mano, no podía cerrar la derecha…”. La artrosis comenzaba a deteriorarlo mortalmente convirtiendo en innecesaria triste y penosa su última pelea ante Trevor Berbick el 11 de diciembre de 1981.
Los veinte años anteriores habían sido gloriosos. Luego de obtener la corona frente al temible Sonny Liston (1962) su vida fue el todo más abarcativo de una terrenalidad necesaria. Esto le permitió alternar con presidentes norteamericanos como Jummy Carter, Bill Clinton y Barack Obama – los tres Demócratas-, y líderes sociales y religiosos de la talla de Luther King y Malcom X sin por ello alejarse de la cultura popular. El día que se casó con Verónica Porsche – la segunda de sus cuatro esposas con quienes tuvo once hijos- invitó a su boda en la residencia que por entonces tenían en Fremont, California a Sharon Stone, Michael Jackson, John Travolta, Michele Pfeiffer, Sylvester Stallone, Liza Minelli, Clint Eastwood, Tom Jones y Jane Fonda, entre cientos de enormes figuras, orgullosas de estar con Muhammad Alí.
Solo él podía lograr que la agenda semanal incluyera un discurso religioso, entrenamientos de boxeo, un acto social, la filmación de comerciales, o entrevistas con empresarios como Donald Trump en su época de organizador de boxeo para sus hoteles en Atlantic City o Las Vegas.
Fue el mejor boxeador de todas épocas por su adecuación a las mil formas de la adversidad, al tiempo que le fue transcurriendo y a los dolores artríticos que lo atormentaron en sus últimas diez peleas.
Al Cassius Clay fresco y burbujeante de 1964 quien le ganó por nocaut técnico en el 7° round a Sonny Liston consagrándose campeón mundial a los 22 años, solo quedaba la esencia genética al momento de humillar a George Foreman en el Congo, 12 años después.
El boxeador ágil y osado había superado a ese desafiante bailarín hasta transformarse en un peleador de leve transitar con agresivas respuestas en contragolpe y brillantes cierres de cada round.
Antes y después no abdicaría de su dominio mental sobre los rivales, pero dejaría mucha salud a cambio de cada triunfo.
El ejemplo más paradigmático de ello fue su tercera pelea contra Jose Frazier en Manila. Hasta ese momento se habían enfrentado dos veces con un triunfo para cada uno. Joe le quitó el invicto en el Madison en un fallo muy controversial (8-3- 1971) y Alí se impuso en la revancha (28-1-1974). El tercer enfrentamiento (1-10-75) pondría fin a las discusiones.
Pero antes del combate le ocurrió algo inesperado e incómodo, que sólo alguien como él podría superar. Y esto aconteció durante la visita que realizaba a la casa de Gobierno para ser recibido por el principal aportante con 10 millones de dólares para que el evento se hiciera en Filipinas. Ellos fueron el presidente Ferdinando Marcos y su esposa, la primera dama Emielda Romualdez. Es que la multitud había salido a las calles para saludar a Muhammad quien se trasladaba al palacio de gobierno en un auto descapotable acompañado por su novia Verónica Porsche. Grande sería su sorpresa cuando una vez en el salón de la recepción a la que habían asistido unos 200 invitados, se enteró que Belinda Khalilahali Boyd, su primera esposa (ya rebautizada con nombre musulmán), madre de sus cuatro hijos mayores: Maryum, las mellizas Jamillah y Rasheda y Muhammad Jr., había llegado a Manila sin avisar. Por cierto que para entonces Alí ya estaba divorciado de su primera esposa Sonji Roi, con quien no tuvo hijos pues ella nunca aceptó convertirse a la religión musulmana.
Fue un momento muy difícil el que se vivió allí a solo dos días de la pelea y que Alí resolvió serenamente anunciando su próximo casamiento con Verónica Khlalilah (nuevo nombre) Porsche, quien ya estaba embarazada de Hana y dos años después (1977) tendría a Laila, la segunda hija de ese tercer matrimonio.
El triunfo sobre Joe Frazier fue agónico y “pírrico” pues Muhammad pagó por ello un altísimo costo de salud. La temperatura en el estadio Araneta de la vecina ciudad de Quezon City –por entonces la capital de Filipinas- era extenuante, más de 30°; además eran épocas de combates a 15 asaltos. Fue devastador para ambos pues a lo largo de los 42 minutos de pelea no dejaron de pegarse, empujarse, tomarse, agredirse. Sobre el segmento final se advertía desde el ringside de prensa que los movimientos y las reacciones se relantizaban y que el aire comenzaba a escasear.
Los espectadores se deshidrataban en sus butacas; tal el dramatismo y la excitación que generaban esos dos atletas negros en plenitud hormonal entregándose a la sensualidad de la gloria.
Al término del 14° round, exhausto, sin sales ni potasio; ni razonabilidad, ni conciencia, ni fuerzas ni conocimiento, Muhammad llegó a su esquina y le pidió a su técnico Angelo Dundee que le cortara el cordón de sus guantes pues no iba a continuar; en realidad no podía hacerlo. Luis Sarría, uno de los segundos amagó con sacar la tijera y Angelo se lo impidió pidiéndole al otro asistente Jul Brown que pusiera todo el hielo disponible en dos bolsas; una sería para apoyarla en la nuca y la otra para arrojarle el líquido y luego frotarla en la zona testicular. Una vez hecho esto se puso frente a Alí quien se hallaba sentado y mirándolo a los ojos le dijo:
-Escuchame bien, ¿me estás escuchando Muhammad?, ¿¡¿me estas escuchando!?, ¿¡¡podés entender lo que te digo!!?, ¿¡¡¡lo podés entender!!!?.-, le preguntaba Angelo levantando cada vez más la voz en concordancia con el murmullo del público.
-Alí movió tenuemente la cabeza en señal de débil asentimiento y entonces Angelo continúó.
- OK, no voy a permitir que recibas un solo golpe más ¿está bien?, Muhammad, tranquilo, tranquilo…Sólo te pido un favor, ¿si?, un favor. - y le exhortó- quiero que ahora cuando toque el gong te pongas de pie, solo eso, ponte de pie, es todo.
-No puedo, Angelo-, le respondió Alí sentado en su banquillo. Y agregó: “No tengo fuerza, las piernas no me responden…", susurró la agónica voz de Alí al tiempo que Drew “Bundini” Brown, el brujo de Muhammad - autor de la frase “picar como una abeja y flotar como una mariposa” – llevaba a cabo un rito a los dioses al pie de la escalerilla y en el piso de la misma esquina.
-¡¡Segundos afuera, último round!!, gritó el time keeper faltando 10 segundos para el comienzo del 15° asalto.
Fue en ese instante que entre el doctor Ferdie Pacheco, Wally Mohammadad, Luis Sarría y Jul Brown levantaron a Alí tomándole las axilas al tiempo que Angelo lo acompañaba ciñéndole la cintura hacia el centro del ring con la toalla en la mano, lista para ser arrojada. Sin embargo se produjo un milagro que sólo la intuición de Angelo podría haber imaginado, ya que Eddie Fuch, el segundo principal de Joe Frazier, tan pronto sonó la campana le indicó al árbitro filipino Carlos Padilla que abandonaban el combate pues “Smoking” Joe no había reaccionado al aspirar las sales de amoníaco.
La extenuación había alcanzado a ambos, pero fue la experiencia de Angelo la que intuyó lo que sería el triunfo más dramático y agónico de su brillante carrera de 61 peleas con solo 5 derrotas: Joe Frazier, Ken Norton (el que le fracturó la mandíbula y de quien luego se desquitó), León Spinks (al que le ganó la revancha recuperando la corona mundial por segunda vez) y las dos últimas cuando él ya no era él, frente a Larry Holmes y Trevor Berbick.
Por cierto que aquel inolvidable combate que se tituló “Trhilla in Manila” (suspenso en Manila) fue mucho más esforzado que el emblemático triunfo ante George Foreman, cuando recuperó el campeonato mundial de todos los pesos tras los dos años de suspensión por negarse a alistarse como soldado durante la guerra en Vietnam.
La pelea contra Foreman fue magistral en lo técnico, en lo estratégico y en lo psicológico. Todas las acciones previas volcaron al público de Kinshasa, Zaire (hoy República Democrática del Congo) para ofrecerle su irrestricto apoyo. Desde el ring Alí manejó todo: los cánticos del público y el sometimiento de su rival, quien a medida que pasaban las vueltas denotaba debilitamiento mental y físico. Y finalmente terminó noqueándolo de manera inolvidable: tres derechas al rostro sobre el final del 8° asalto. El primero de esos derechazos al pómulo le hizo daño, el segundo a la mandíbula lo desestabilizó y el tercero entre la boca y la nariz lo derribó hasta el nocaut decretado por el árbitro Zachary Clayton.
Qué linda madrugada aquella de The Rumble in the Jungle (“La pelea en la selva”, el 30-10-1974). Recuerdo el ring invadido, la llegada solitaria de Foreman a su camarín atravesando el campo de juego del estadio Nacional de Kinshasa junto a dos inolvidables campeones mundiales que fueron suceso en la Argentina: Archie Moore y Sandy Sadler. Ambos fueron ídolos del general Perón en las inmortales noches del Luna Park a comienzo de los 50’. Y la gente que seguía cantando lo que Muhammad les había enseñado: “Alí bomayé” (“Alí mátalo”), al tiempo que sonriente, fresco y ancho, el enorme campeón los saludaba dejando en el corazón de los sufrientes el grito esperanzado de su fraternal negritud.
Hoy se cumplen cuatro años de la muerte de este hombre inolvidable, a quien sus padres bautizaron con el nombre de Cassius Marcellus Clay el dia de su nacimiento, el 17 de enero de 1942, y Elijah Muhammad líder de la nación del Islam llamó, desde 1964, Muhammad Alí, “el amado de Dios”.
¿Dónde estaría hoy Muhammad Alí?
Estaría marchando en las calles de Lousville, su pueblo natal o en Minesotta; en Los Ángeles o en Georgia; en Washington o en Nueva York…
Muhammad Alí estaría protestando, honrando la memoria de George Floyd, repitiendo una vez más las injusticias, reclamando por los derechos de sus hermanos, gritando su causa.
Dejemos que en nombre de los grandes momentos vividos una lágrima descienda por nuestra mejilla pues a Muhammad Alí, “el amado de Dios” lo amamos todos.