¿De verdad cree que ha ayudado al mundo, que es mejor ser humano, vecino, padre o amigo porque firma cartas en la web o en change.org, le da “me gusta” a algunas noticias en facebook, retwitea mensajes, envía por whatsapp un comentario o denuncia, sube a instagram fotos o mensajes de problemas sociales o le escribe a muchas entidades desde sus cuentas en redes pidiendo o denunciando esto o aquello?
Y la gran pregunta es: ¿De qué nos sirvió tener tantas herramientas a nuestra disposición si no sabemos siquiera quién es nuestro vecino de apartamento, de asiento en el transporte, en la fila de espera, en la sala del consultorio, en el trabajo o en la caja del supermercado?
Pareciera un cuento kafkiano donde todos cuentan con muchas herramientas de comunicación pero ya no se hablan ni se saludan y ni siquiera se miran entre sí, estamos solos, cada uno absolutamente solo. Cada ser humano comunicado consigo mismo y observando el mundo desde muchas pantallas, en directo, pero sin participar.
Si escuchamos algo sobre problemas de convivencia de inmediato nos imaginamos a quienes habitan en barrios marginados que desconocemos o a las poblaciones vulnerables y víctimas de conflictos, donde los vecinos no se hablan por miedo, donde cada uno se las arregla como puede. Es decir, algo lejano de nosotros y nuestra cotidianidad.
Pero aquí estamos. Todos juntos y distantes. Hablándonos por celulares, el intranet de la oficina, vía skype o chats, conviviendo…
Y sabemos mucho de todo. Pero ese todo no nos toca. Simplemente escribimos o decimos algo a algunos, desde la pantalla, y asunto arreglado. ¡Nos hemos comunicado!
Y cuando los pequeños problemas nos obligan a dejar de lado las herramientas y atender algo en el mundo real, ya no sabemos cómo hacerlo. Hemos olvidado cómo es la convivencia entre los seres humanos, hasta las pequeñas normas de cortesía como saludar, felicitar o despedirnos, no asistimos a reuniones de juntas de acción comunal y ni siquiera nos preocupa lo que pase en la administración del edificio o en la esquina de la cuadra, mucho menos en el parque o en la administración local. Estamos demasiado ocupados para “socializar” o ejercer el derecho ciudadano a la veeduría y al control.
“Que lo hagan los de la junta”, “esas son cosas de los políticos” “que lo arregle control interno” nos decimos para evitar a los otros ciudadanos, los de al lado, con quienes convivimos cada día sin saberlo.
Hemos ayudado al crecimiento de la inseguridad sin saberlo. Al descontrol ciudadano, la indiferencia y la violencia urbana. ¿Cómo así?
La seguridad ciudadana pasa por nosotros en primera instancia, no es posible contar con un policía para cada ciudadano. Si no ejercemos nuestros deberes como miembros de una comunidad, una cuadra, un barrio, una empresa o una ciudad; si le hacemos el quite a las actividades cívicas y comunitarias, a las redes de apoyo, a las reuniones de vecinos y copropietarios, a las de empleados, en fin, a todo lo que nos parezca “interferencia” de otros, no podremos reclamar luego por la inseguridad de nuestro entorno.
Y cuando sucede un hecho que altera nuestra calma, como el robo del celular, del auto o a la salida de una entidad bancaria, solamente se nos ocurre contarlo en las redes sociales e insultar a la policía por no cumplir con su deber.
¿Y nuestro deber? Nos parece que ya es suficiente con ir y venir de nuestras diarias actividades, con entrar o salir de un lugar a otro, que votar y pagar impuestos son los únicos deberes ciudadanos en nuestra pequeña y cómoda red de indiferencia.
Y si algo sale mal, pues allí están nuestras pantallas y redes sociales para postearlo, decirlo o victimizarnos y contar los números de “likes” recibidos ¿cierto? Porque eso de los deberes ciudadanos, de la corresponsabilidad con los otros, de la denuncia o la sanción personal y social no es conmigo…
Más que una política de convivencia y seguridad ciudadana, que ya existe y está en marcha, precisamos de una voluntad ciudadana donde cada persona se haga cargo de sus deberes, se ponga la camiseta de la convivencia y comience a leer el mundo por fuera de sus cómodas herramientas de comunicación, es decir, en el mundo real, ese que sucede mientras nos “comunicamos” en las redes sociales de la gran indiferencia universal.