Era el miércoles 27 de mayo, me correspondía pico y cédula y debía hacer unos trámites en el centro de la ciudad. Muy animado por salir, me puse un pantalón y una camisa nuevos con cierta desconfianza, porque la barriga crece en cuarentena y temía que ya no me sirvieran. Había un sol agradable, la app del teléfono me marcaba 24º y, en medio del agite, abrí mi cuenta de twitter y me encontré con un titular de El Tiempo que indicaba: “Modelo finlandés de educación será aplicado en Colombia”.
Me llené de más entusiasmo, me puse los zapatos, el tapabocas y el casco, encendí la moto y emprendí viaje. Iba despacio porque había mucho en qué pensar. Me imaginé salones con veinte estudiantes o menos, escuelas dotadas con tecnología avanzada y con excelente infraestructura, maestros tratados salarialmente a la altura de su profesión, estudiantes con todos los implementos a la mano y un gasto público en educación por encima del 7% del PIB. ¿Cómo no sentirse feliz con semejante noticia? No sentía alegría igual desde que el Once Caldas quedó campeón del Copa Libertadores de América.
En medio del pánico de las aglomeraciones en el centro, porque ve uno COVID-19 por todos lados, me olvidé del asunto por unas cuantas horas y, al fin, ya de regreso a casa, me quité la ropa y los zapatos, los desinfecté, me fui directo a la ducha y, otra vez con la pinta de cuarentena, volví a pensar en el modelo finlandés. Me dije que sería una gran noticia para todos los docentes y la comunidad educativa, tanto que en cada escuela de Colombia debería sonar el himno nacional a todo volumen. No era solo la noticia del día. Era la noticia de la década.
Muy animado, abrí el vínculo del titular como buscando el número ganador del baloto, pero al leer la información me desinflé, con una desazón solo comparable con la que sentí el día en que mi blanco blanco perdió la intercontinental contra el Oporto de Portugal, por un fallo en el penal definitivo de Jonathan Fabbro, hoy condenado por violar a su ahijada.
¿La noticia real? Tres firmas privadas, Mehackit, FinlandWay y Tuudo, van a llegar a atender a diez mil estudiantes, el 0,12 del número de matriculados para educación primaria, básica y secundaria en el sector público y un porcentaje casi inexistente si se incluye la educación superior. Se trataba de una estrategia de penetración de mercados con titular rimbombante. En resumen, no va a cambiar ninguna de las condiciones en que está sumida la educación en Colombia. Antes por el contrario, tienden a empeorar.
Aterricé de barriga en la realidad. Nos sigue gobernando Iván Duque y con eso está dicho todo. Como parte de las tareas, me puse en seguida a revisar los datos de transferencias por concepto de Sistema General de Particiones para Educación y me encontré con que a Filandia, bellísimo municipio del Quindío, recibió en el 2013 para educación la suma de $421.226.566 y seis años después, en el 2019, percibió por el mismo concepto $316.743.385, una reducción nominal del 32,9%, con muchos más estudiantes por atender, mas necesidades en infraestructura, dotación y demás, y con costos para educación muy superiores por la inflación. Con esta cifra de antetítulo, el verdadero titular de El Tiempo debería haber sido: “Modelo filandés de educación será aplicado en Colombia”. Sí, el modelo que inició Andrés Pastrana con el Acto Legislativo 01 y que continuó Uribe con el Acto Legislativo 04 de 2007 y que profundizaron Santos y Duque. Y la noticia de la década es otra muy distinta: la educación de los municipios de Colombia, incluida Filandia, ha perdido cien billones de pesos, con b de billete.
Coletilla. Urge que el Gobierno honre los acuerdos firmados con FECODE e impulse una reforma constitucional al SGP para aumentar los recursos para educación de manera real y progresiva y realice cambios en las fórmulas que determinan el número de estudiantes por salón. Debe además dar estricto cumplimiento a las recomendaciones de la OMS, plasmadas en el documento “Consideraciones para las medidas de salud pública relativas a las escuelas en el contexto de la COVID-19”. Sin eso como mínimo, el inicio de clases a partir del primero de agosto es meterle el acelerador al contagio.