La Selección Colombia puso al mundo a hablar del “hambre de gloria” que los está identificando. Así lo advirtió Diego Armando Maradona, y en varias declaraciones lo han ratificado Jackson Martínez y Farid Mondragón, entre otros. Los muchachos de Colombia se han puesto como objetivo lograr el máximo galardón del fútbol mundial superando cada desafío con seguridad, como consecuencia de una acertada dirección, una preparación adecuada, una ejecución eficaz del proyecto deportivo y una formación psicológica decisiva que les ha permitido ir avanzando confiados hacia la conquista del pedestal glorioso.
Este podría ser el gran ejemplo a seguir individual y colectivamente por el pueblo colombiano en la conquista de la máxima calidad de vida que todos deseamos, porque no obstante que este país cuenta con la gente, las herramientas y recursos necesarios para lograrlo, hemos despilfarrado posibilidades, nos hemos dejado crear una comunidad descuartizada, envidiosa, rezagada, en la que prima la ambición egoísta, sin un pedestal común por alcanzar, en la cual el éxito social está predeterminado solo para unos cuantos avivatos con ínfulas de poder, cargados de falsos honores, que lo obtienen absolutamente todo por la ignorancia de las mayorías sometidas, que también tienen sus ‘vivos’ suplicando a esos simulados héroes ayuda humanitaria y denigrante asistencialismo, sin esperanzas de gloria ni recompensas por el sudor de su frente, por la formación de una familia que se gane el respeto y admiración, gracias al tesón y trabajo duro.
En el retrato social colombiano siempre aparece en primera fila es la soberbia y ambición, la conquista sin riesgo, el triunfo sin gloria, el vividor sin escrúpulos, el hábil para hacer caer a los incautos en trampas insospechadas, el político oportunista “aprovechado de la ingenuidad y la confianza del vecino”, como decía García Márquez.
En Colombia ha triunfado la cultura de la ilegalidad, de la corrupción, que no requiere de individuos preparados sino astutos, que no creen en el esfuerzo, la dignidad, la formación, porque es más fácil comerse de cuento a los demás, sometidos a una deficiente educación que no permite sospechar de los victimarios, al contrario; una cultura que descalifica al que obra correctamente y sobresale por sus virtudes académicas, morales y cívicas.
En la sociedad colombiana se encumbra con mayor facilidad el ‘vivo’ de los negocios, el que vive de la oportunidad o el ‘papayazo’, que el verdadero empresario que mira el largo plazo, que dimensiona el porvenir, que construye vínculos de confianza con la sociedad en la que opera.
Más grave, inclusive que la actividad ilegal privada, es el funcionamiento de la burocracia oficial, que rompió la frontera de lo público en beneficio privado, que engaña al público maximizando su eficiencia para encubrir su corrupción y nula eficacia, que considera el cargo público como un lugar de refugio, o de recompensa, no como facilitador de la inversión pública en beneficio de toda la sociedad, que le paga para que funcione. Esta burocracia, cualquiera sea su nivel, considera el Estado como el botín mayor, tanto que, no recuerdo quién dijo, como los primos Nule, que “es más rentable una alcaldía que un embarque”, comparándolo con la ganancia ilícita, pero rápida, que provee el narcotráfico y el mercado subterráneo.
Ojalá esta participación de la Selección Colombia en el mundial 2014 nos deje un gran compromiso tras la emotividad y alegría que producen la entrega de todos en el terreno de juego, donde un delantero puede marcar goles como resultado de una labor grupal, que valora más la planeación, la constancia, y el conocimiento, que la intuición o la malicia, o la solución improvisada de solo uno de ellos, claro, sin desconocer nunca el liderazgo mágico de algunos como James, Cuadrado, Adrián, Zúñiga, Armero… y obviamente, de Pékerman.
Ojalá la Selección 2014, que desde Brasil nos ha devuelto la fe en Colombia, nos recompense también con la esperanza, el valor, la comprensión, y sobre todo, el emprendimiento para ser un país, igual que en el deporte, con hambre de gloria en su desenvolvimiento social cotidiano. Podemos lograrlo si también logramos elegir un pedestal por alcanzar -honor, riqueza, cultura, familia, paz y convivencia- y apuntar hacia él con toda la conducta individual y colectiva.