Triste que una vez más, nos recuerden que somos la plataforma militar de un país, cuyo gobernante piensa solo con el más liviano de sus instintos, el electoral. En su afán por ganar las elecciones del próximo noviembre, que por adelantado va perdiendo, Donald Trump se lanza a una campaña sociópata militar, pretendiendo a través de nuestro país conducir una insensata guerra en tiempos en que las actuales circunstancias demandan empatía y solidaridad. No solo es vergonzoso el apoyo de Colombia a Trump en un conflicto externo en tiempos de una pandemia que ni siquiera pudo, ni supo, ni quiso enfrentar sino que a esta vergüenza, se suma la actual crisis en EE.UU. tanto por los estragos económicos del covid como la actual revuelta social y política causada por el asesinato de George Floyd.
El presidente Duque pretende llevarnos al precipicio de más guerra y como si en nuestro país el conflicto armado interno hubiera sido positivo para las mayorías, ahora dispone de nuestros territorios, de los territorios como siempre de las comunidades para instalar comandos y operaciones militares. Este nuevo convenio militar hace parte de la política vieja e ilegítima, injerencista que EE.UU. empezó a finales de 1950 con su tenebrosa Doctrina de Seguridad Nacional. Lo que en el gobierno de Uribe y Santos fueron las bases militares, hoy se siguen consolidando con la llegada, hace dos días, de la Brigada Elite del Ejército de los Estados Unidos SAFB.
So pretexto de la guerra contra el narcotráfico, ese enemigo interno para unas cosas, pero para otras no, como por ejemplo recibir dinero de este para campañas electorales, EE. UU. ha diseñado y ejecutado planes que más que efectivos contra el narcotráfico, han dejado consecuencias fatídicas para los menos desfavorecidos, los postergados como los campesinos, las mujeres, los pueblos afros e indígenas, quienes tienen que abandonar sus territorios por la aspersión aérea con glifosato y el conflicto bélico que se desata entre las bandas de narcotráfico y demás actores armados, además de las horrorosas orgías y los negocios de prostitución infantil y juvenil que los militares gringos ejecutan a diestra y siniestra en los territorios gozando de total inmunidad, mientras arruinan los lazos comunitarios y familiares que aún persisten en muchos lugares a pesar de la guerra interna y de la pobreza.
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La política antidroga de Estados Unidos, bajo el gobierno que sea, es una ficción, un eufemismo, un currículum oculto de expansión y hegemonía
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Para nadie es un secreto que la presencia de la brigada norteamericana de Asistencia de Fuerza de Seguridad (SFAB) hace parte del despliegue militar que desde el pasado mes de abril se activó con el fin de acorralar al gobierno venezolano por vía aérea y marítima con el pretexto de controlar el narcotráfico con apoyo del gobierno colombiano, gobierno bajo el cual, paradójicamente, aumentó la producción de cocaína en nuestro país. Esto lejos de posiciones pueriles y cándidas a favor de la “desinteresada cooperación”, debe llevarnos a analizar que la política antidroga de Estados Unidos, bajo el gobierno que sea, es una ficción, un eufemismo, un curriculum oculto de expansión y hegemonía.
Cómo pueden explicar los gobiernos, tanto de los Estados Unidos como los que siempre lo han apoyado, que a pesar de tantos años de numerosas políticas y planes mundiales antidrogas y las cifras astronómicas que han invertido en equipamiento militar, entrenamientos, bases militares y personal, el negocio de la droga sea cada vez más fuerte e insoluble; cuestión que devela que el interés de los gobiernos gringos no es por las personas que a diario mueren y sufren por los estragos de la cocaína. Aquí, el único móvil real de los planes militares contra el narcotráfico es la imposición a sangre y muerte de la visión unipolar del mundo que encabeza EE.UU. y que por ello, sus regímenes totalitarios se inventan enemigos externos e internos, antes era el comunismo, luego el terrorismo y ahora el narcotráfico, vuelve y juega la invención de enemigos, de nuevo el show.