La izquierda en Latinoamérica sigue creyendo en la caduca discusión del socialismo contra el capitalismo como la solución a las desigualdades sociales. Erróneamente se asocia el capitalismo a la “derecha” y el socialismo a la “izquierda”. Esta polarización solo genera una división estéril y no resuelve nada.
Carlos Marx publicó El capital en 1867, donde analiza en profundidad el sistema capitalista con una perspectiva de economía política. El libro fue complementado por Engels años más tarde. En los principios de este libro se basó la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y se desarrolló el pensamiento marxista-leninista en los años 20 y 30. El objetivo de Lenin era cambiar la “dictadura de la burguesía” por la “dictadura del proletariado”; es decir, cambiar la propiedad de los medios de producción del burgués al pueblo, pero no cambiar de sistema productivo, el cual seguía siendo capitalista.
¿Qué es el capitalismo? Una serie de bienes y servicios que producen más bienes y servicios, es decir, riqueza. Esto de socialismo versus capitalismo es un tema muy complejo que llegó más allá de la Segunda Guerra mundial, de Mao Tse Tung en la China, de la Guerra Fría entre la Unión Soviética y Los Estados Unidos, y de las guerrillas en Latinoamérica. Luego, en 1991 Gorbachov terminó el sistema socialista con la Perestroika, lo que condujo al fin de la URSS y a la caída del Muro de Berlín. A través del tiempo se ha demostrado que los Estados, en su mayoría, son incapaces de producir eficientemente. El sistema capitalista, en cambio, ha existido por miles de años, incluso bajo los sistemas monárquicos desde antes de Cristo y durante la Edad Media.
La izquierda en Latinoamérica insiste en un socialismo del siglo XXI al estilo marxista-leninista, el cual ya no tiene vigencia como sistema económico, y menos cuando Rusia (el papá) es una de las grandes potencias capitalistas. Para la muestra, está el caso de Venezuela. ¿Es este país un modelo a seguir? Ciertamente no. Muy sagazmente se montó Chávez en el gobierno, y luego le dejó “el negocio” a su fiel amigo Maduro, quien terminó de expropiar a la empresa privada. Lograron con excelencia pasar de la “dictadura de la burguesía” a la “dictadura del proletariado”. Solo que Chávez y Maduro no son proletarios, sino dictadores burgueses disfrazados, quienes no han alimentado a su pueblo sino que lo tienen en la miseria y el exilio, como dice Carlos Enrique Moreno Mejía (exconsejero presidencial en Colombia): la pobreza es del 90% y va a impactar todavía más a Colombia. Ellos destruyeron la libre empresa y el sistema productivo, saquearon al país, por su falta de conciencia social. Pedevesa, una petrolera cuyos “medios de producción” están en manos del Estado, fue una de las grandes del mundo, y ahora está por debajo de la colombiana Ecopetrol, ¡qué tristeza! Las FARC querían tomarse el poder por las armas para instaurar en Colombia este modelo, supuestamente de izquierda, que no es más que un capitalismo maquillado con el discurso “socialista” de Marx que, según Moreno, serviría para continuar con la “narco-clepto-cracia hereditaria”.
El sistema israelí de los Kibbutz (que significa agrupación) podría ser una solución social y productiva para el agro en Colombia y en Latinoamérica. Este es un modo de producción capitalista con un sistema de organización socialista. Pueden ser granjas agrícolas y/o industriales, donde todos los miembros ganan el mismo salario, sin importar su oficio y reciben casi todo del Kibbutz para vivir bien, sin desigualdades y en paz. Deberíamos aprender de este sistema capitalista-socialista de Israel.
En Colombia todos estamos hartos de los políticos ladrones, de la “narco-clepto-cracia hereditaria” y de la inequidad de los congresistas. Todos queremos el fin de la corrupción y la verdadera justicia social. Puede ser utópico, pero soñamos con gobernantes que sepan liderar los diferentes sistemas productivos, la libre empresa y la libre expresión en una sana democracia, sin rótulos de derecha o de izquierda, de socialista o capitalista, que lo único que hacen es generar divisiones falsas entre la gente. Necesitamos congresistas con sueldos justos, sin tantos privilegios, y gobernantes honestos que trabajen en verdad con conciencia social (como lo hacen en muchos países de Europa), que sepan redistribuir el ingreso de la nación de forma correcta y justa; sólo así podríamos tener la paz legítima que soñamos.