Cuando decidí ser madre, juré que sería una de esas mamás modernas, asertivas. Estaba convencida de que sería fácil ponerme al nivel de las circunstancias para dar los consejos adecuados y lograr la comunicación correcta.
Pensaba entonces, que no podría ser diferente. Siempre me sentí avanzada para mi época, más curiosa que muchas de mis amigas, interesada siempre en lo moderno, inquisitiva y desparpajada. Una perfecta candidata para ser la mamá cool que tenía en mi cabeza.
Recuerdo el eco de la voz de mi mamá diciéndome: “Eso es imposible. Te acordarás de mí”.
Y, ¡oh sorpresa! Heme acá con muchas más preguntas que respuestas. Leyéndome todos los libros que encuentro sobre sexualidad, relaciones personales, desarrollo infantil y adolescente. Hablando con todas mis amigas, preguntándole a profesores y familiares cómo fue que pasaron esta prueba. Dudando a veces de mis esfuerzos y asustada de no estar logrando mi objetivo.
Pero no estoy sola. Le ha pasado a todos los papás. Todos siendo jóvenes creyeron que serían mejores que los suyos. Que no cometerían los mismos errores y que estarían mucho más conectados con el tiempo de sus hijos. Y cuando llega el momento, son más las dudas que las certezas. Más los temores, los riesgos, y las inquietudes.
Y lo descubrí. Puede sonar ingenuo, pero el tiempo de nuestros hijos, es de nuestros hijos. no es el nuestro. Y por más modernos, abiertos, atrevidos y dedicados, siempre estaremos desadaptados, y atrasados a su mundo. Un mundo que va rápido y que se mueve con o sin nosotros.
Simpático es que como en casi todo, se nos dijo, se nos advirtió pero solo cuando lo vivimos, lo entendemos.
Es natural. Es lo que debe ser. Nos salva que en este maravilloso tiempo se premia la imperfección, la comunicación y la apertura mental. Es un mundo que nos permite dudar y preguntarnos. Que nos da mas información de la que incluso podemos digerir. Lleno de herramientas que nos estimulan al diálogo y la conversación. Un mundo donde hay más opciones para que las niñas descubran y disfruten sus primeras sensaciones. Un mundo donde hay espacio para decidir y equivocarse y para volver a intentar.
Y eso me tranquiliza. No es que haya encontrado la fórmula perfecta para sobrepasar las dudas que como madre me enfrentan a nuevos retos en la educación sexual de mis hijas. Es que a través de este proceso he aceptado que no tengo todas las respuestas. Que a pesar de mis esfuerzos, está bien no ser tan cool como quisiera, y también lo está darme cuenta que por más que me esfuerce, la asertividad no siempre me acompaña. Y que mis hijas lo saben. Saben que estoy ahí para acompañarlas a descubrir sus vidas y que al hacerlo descubro yo también la mía. Un interesante proceso que solo se vive a través de los hijos.
Lo más importante: Aún tengo a mi mamá y puedo contarle mi aventura como madre.