El Partido Comunista de China, único responsable del origen y propagación de la COVID-19 por el mundo, está pasando de agache y de intocable ante la peste que ocultó, no se sabe con qué intenciones. Además, han sido pocos los gobiernos que le han reclamado al régimen de este país por su acción en contra de la humanidad, lo cual constituye un verdadero masoquismo, más si se advirte que hasta el momento la pandemia ha cobrado la vida de cerca de 380.000 personas y ha dejado a más de 6 millones contagiadas, convirtiéndose en una gran tribulación. Sin embargo, la dirigencia comunista del país asiático permanece como si nada estuviera ocurriendo, evadiendo permanentemente su responsabilidad.
Para completar, el ministro de Relaciones Exteriores de China, el señor Wang Yi, advirtió que su país y EE. UU. están al borde de una nueva “guerra fría”, ello por los reclamos de la Casa Blanca con algunos funcionarios ante la plaga propagada desde China. Esto demuestra el carácter supersticioso y omnímodo del engendro marxista en su aplicación práctica cuando se encuentra manejando un Estado.
Y eso no es todo, para incrementar los roces entre las dos potencias, el parlamento chino aprobó la ley de seguridad sobre Hong Kong, que para el secretario de Estado de EE. UU. (Mike Pompeo) hace que este territorio no sea "políticamente autónomo de China”. Lo anterior rompería el acuerdo entre China y Gran Bretaña de 1997 acerca del modelo “un país dos sistemas”, firmado para que Hong Kong volviera hacer parte de China. Más adelante, esto podría desembocar en una masacre similar a la de la Tiananmén en 1989, en esta ocasión por las protestas de los habitantes del territorio de Hong Kong, ya que para el marxismo el genocidio es un principio ((como lo ha demostrado a través del tiempo).
Ahora bien, el canciller de China dijo que su país está “abierto” a una cooperación internacional para identificar el origen del virus, intentando demostrar que el gobierno de Pekín ignora la génesis del mal, aunque en su irresponsabilidad no haya alertado al resto del planeta. Con este precedente, los diferentes países deberían revisar sus relaciones comerciales con China, debido a que si no es capaz de dar garantías en una situación humana tan dramática, mucho menos en los negocios.
En el caso colombiano, la balanza comercial con China es deficitaria para nuestro país en más de 5.000 millones de dólares anuales, lo que no es nada halagüeño. Habrá que ver qué pasá con el coronavirus... En fin, en sana lógica se debe pensar en un replanteamiento en el intercambio comercial y en las obras contratadas con empresas chinas, puesto que una realidad nos trae otra realidad.
Acá vale subrayar que ciudadanos del Ecuador se quejan del ventajismo de China, al asegurar que el anterior gobierno (el de Rafael Correa) expulsó a los miembros del Banco Mundial y se entregó totalmente a China, pagando intereses mucho más altos y dejando embargado todo el petróleo, obligando a comprar las baratijas chinas... y esa ha sido la constante en Latinoamérica. Y también hay que mirar a Venezuela, que envía petróleo a China para pagar los intereses a la deuda que tiene con Pekín (aún así, Nicolás Maduro se la pasa haciéndole la venia al régimen chino).
Frente al déficit comercial con China, países como Colombia tienen que fortalecer la producción industrial, para no seguir comprando sus baratijas, como dicen los ciudadanos ecuatorianos. No se justifica que el país no posea la capacidad suficiente para satisfacer el consumo interno... increíble que tenga que comprar las mercancías que se producen en China, producto de la superexplotación de los obreros. Así se fortalece el neoliberalismo mediante un capitalismo salvaje, cuyo objetivo fundamental es consolidar eternamente a una camarilla comunista en el poder, sin importarle para nada el sufrimiento de la tierra por la pandemia, la que necesariamente cambiará las relaciones internacionales, en donde como premisa fundamental no pueden continuar las naciones siendo masoquistas frente al partido comunista chino. En consecuencia, ese esquema manido entre derecha e izquierda es anodino y pierde toda vigencia.
Con lo anterior queremos significar que la izquierda y la derecha más que por su ubicación teórica tienen un manejo práctico, como lo enseñó la Revolución francesa, en donde la derecha representaba el statu quo y la prolongación del régimen, mientras la izquierda buscaba el cambio. Con esto en mente, se podría concluir que los regímenes marxistas son de extrema derecha, caso de los Castro en Cuba (que tienen casi 62 años), los Kim en Norcorea (con más de 71) y la férrea dictadura comunista china (con 70). Habría que agregar también la tiranía chavista en Venezuela (que le ha prometido a los opositores que no volverán, lo que implica que sostendrán el poder eternamente a cualquier precio) y Nicaragua con Daniel Ortega.
Ante la calamidad con la COVID-19, se debe de recalcar nuevamente que el comunismo totalitario o marxismo, el fascismo y el nazismo son hijos de la misma madre, pues los tres manejan la doctrina hegeliana que considera al Estado como su dios. De ese modo, los ciudadanos se convierten en herramientas para satisfacer a un líder (como fue el caso de Hitler en Alemania) o al partido (como ha sucedido en los regímenes comunistas). Por ello cuando estas tres perversiones han asumido el gobierno, el Estado ha poseido todos los poderes sobre las personas, quitándoles los derechos individuales.
La humanidad debe de ser anticomunista ahora más que nunca, por lo que ocurre con la COVID-19. De verdad, el anticomunismo es inherente a la civilización y a la razón, porque el ignominioso marxismo debe de estar en el basurero de la historia para que no le cause más daño a las naciones. Antes de cerrar vale resaltar que en Latinoamérica el comunismo totalitario es la principal amenaza de la libertad y la democracia, dado que el fascismo y el nazismo están reducidos a una mínima expresión: el marxismo en sus diferentes expresiones, como ocurre con China, sigue timando a los pueblos, ocultándole sus pérfidos fines para que los cándidos caigan en su trampa.
