No pretendo con este texto inventar el agua tibia, ni arrojar premisas arbitrarias sobre temas ya estudiados. Mi propósito es dar mi punto de vista desde la perspectiva local sobre un asunto global que por primera vez en la historia reciente nos atañe a todos los habitantes del planeta de manera personal y tangible.
Se supone que al aislarnos en las casas, o en la calle, o en los negocios, o como países, es para disminuir el impacto en el sistema de salud. Partiendo de ahí, el problema no parece ser el virus sino la deficiencia en un sistema (y digo un sistema aunque sea uno diferente en cada estado o territorio porque la aproximación de manera general ha sido la misma con contadas excepciones en el globo), que es sabido cuesta millardos sostener. Millardos que provienen de la seguridad social aportada por individuos, empresas y estados. Es claro que en algún punto de la cadena, hay una enorme ruptura bien sea a causa de la burocracia, la corrupción, o simplemente la ineptitud en la administración de los recursos. Teniendo esto en cuenta no quiero ahondar sobre la crítica de las causas de la falencia, sino más bien buscar en las nuevas iniciativas colaborativas del siglo XXI, soluciones diferenciales que partan de la lógica y el sentido común.
Una cosa que me llama la atención sobre las crisis con las que nos hemos enfrentado en este medio siglo es que en muchas de ellas se asume desde las grandes economías (llámense multinacionales, estados, grandes capitales, etc.), que financiar la solución para que un “tercero” la realice, es la parte de la solución que están dispuestos a aportar desde una posición exógena y que no contribuye conocimientos ni desarrollos efectivos para alcanzarla. Esto libera la responsabilidad en muchos casos pero no proporciona eficacia en la eliminación que se podría alcanzar del problema teniendo una visión más eslabonada de la solución. Una que podrían darle de manera privada para un beneficio público; incluso privado por índices de eficiencia financiera y eficacia.
Mi conclusión a este análisis personal y subjetivo no tiene un alcance general, pero abarca un universo que teniendo un compás mejorado de lo que se podría obtener con una responsabilidad social objetiva y dirigida al bienestar del individuo y la comunidad como el eje central de la empresa (estatal, publica, privada, micro, mediana, pequeña), podría proporcionar la solución no solo a esta crisis, sino a las crisis de salud pública general que se han develado por ella.
La motivación que encuentro para que mi propuesta tenga eco, es la crisis económica que se ha desprendido de la crisis de salud pública que nos presenta el virus. La crisis financiera, comercial se da por el aislamiento preventivo al que debemos recurrir para aplanar la curva y no saturar los sistemas de salud.
Dejo por fuera de este análisis al Estado por que sus normas y regulaciones le limitan para hacer las cosas sin canales burocráticos establecidos que sabemos deficientes.
Sin embargo, mi enfoque ha sido sobre los capitales privados que pueden configurarse como les plazca mientras les cobije la ley. En el caso de la responsabilidad social es más que un amparo, es una obligación y esta puede traer grandes beneficios en niveles generales de bienestar.
Hemos visto como desde todos los niveles empresariales e institucionales se han donado cifras gigantescas y exorbitantes para el manejo de la pandemia, de la crisis alimentaria y hasta de la crisis salarial y económica. Estos números bien administrados por los capitales que los generan suelen generar mayor capital. En este caso vemos tristemente como cada día el pronóstico socio-económico para el mundo es peor. Ya sabemos que con los recursos (y las voluntades) se puede construir un hospital y dotarlo en tiempo record. ¿Qué pasaría si el sistema de salud fuera algo que la empresa debe desarrollar de manera eslabonada, como parte de su propia operación para poder funcionar? Teniendo claro que no todos los capitales tienen los mismos recursos; podrían desarrollar infraestructura o procesos o asociarse y encontrar soluciones colaborativas (como se hace para todas las metas). Que en nuestro caso (Colombia) la EPS y la IPS fueran parte de la cadena de valor empresarial; no entidades satélite con intereses distintos (en algunos casos, obscuros) y administración deficiente, con procesos ineficaces, que termina costando a la empresa en distintos niveles de capital, tanto humano como económico. Las asociaciones público-privadas proporcionan una herramienta administrativa inexplorada en este campo.
Sé que hay ejemplos de organizaciones (no empresas) que aplican este modelo y no tengo referencias del manejo que le han dado a esta situación, pero puedo anticipar que ha sido; independientemente de sus indicadores, teniendo en cuenta no solo la salud física de sus asociados, sino también la salud económica de esa organización. Por esto digo que no pretendo inventar el agua tibia, pero es mi objetivo alumbrar sobre una ruta que puede alivianar el peso que generamos sobre un sistema al que aportamos sin tener el poder de participar activamente de él. Es momento de dejar de ser sujetos pasivos de modelos de sistemas rotos y fallidos que esperan ser víctimas del mismo en algún desafortunado momento. Es en este sentido que pienso humildemente debe crecer la misión del capital en torno a la generación de bienestar a través de la vinculación eslabonada de cadenas de valor; más que económico, valor del estado de bienestar de sus asociados. Entendiendo como asociados al vasto universo que componen empleadores, trabajadores, directos y/o indirectos, de forma directamente administrativa o voluntaria, de clientes y proveedores. Teniendo como finalidad el estado de bienestar general proporcionado por la atención eslabonada de estos servicios a los asociados.
Los beneficios de estas asociaciones organizacionales en torno al bienestar físico de sus asociados son directamente reflejados en los niveles de eficiencia y eficacia del entorno productivo al que responden. Por esta razón, en lugar de ofrecer recursos a quienes los administraran con fines y objetivos distintos al bienestar que con ellos se busca, ¿por qué no financiar iniciativas que redunden en que la solución sea evolutiva para el propósito de sostenibilidad en el tiempo y el mercado?, ¿por qué seguir esperando auxilios y salvavidas financieros que hacen de la solución un mayor problema?
El momento de ser sostenibles ha llegado. Ya no se trata de un objetivo utópico y deseable, es una necesidad para evitar rupturas sociales y económicas como la presente. Pensémonos distintos, pensémonos mejores. Sin la ambición de predecir, es evidente que en el mundo globalizado que hemos creado, es indispensable pensarnos como las cadenas de valor económico y social, ya no metafórico e intangible, porque hemos tenido la oportunidad de vernos a través de este cristal que nos muestra cuan conectados estamos y debemos seguir estando en pro de bien-estar como comunidad global. Este mismo enfoque eslabonado se puede tener sobre las pensiones, la educación, cualquier propósito ecológico, cultural. No veo por qué no podamos seguir con el desarrollo y la evolución de manera sostenible y sustentable con todo lo que esto conlleva.
Debemos estimar mejor el crédito del “hoy por ti, mañana por mí” y, más importante, “querer es poder”.
A falta de una buena charla, con buen vino y buena compañía, dejo por aquí mis pensamientos para salvar el mundo para despertar otras conversaciones, que ojalá desencadenen acciones con sentido común y sin paradigmas económicos del fin del mundo que les impida llevarlas a cabo.