En el mundial más hermoso que he visto en mi vida, Colombia pasó de ronda ganando con autoridad su grupo, goleando a Grecia, una de las más férreas defensas de Europa, aplastando a Japón, el equipo más poderoso de Asia y batallando contra la Costa de Marfil de esos dos monstruos llamados Yaya Touré y Drogba. Si, era un grupo complicado, mucho más difícil que el que nos tocó en Estados Unidos 94, en donde enfrentamos a los anfitriones que ni siquiera en esa época tenían liga profesional, a Suiza que volvía a un Mundial después de cuarenta años y a una Rumania cuya máxima figura, George Hagi, jugaba en el modesto Brescia italiano.
En otras circunstancias y con otra generación de futbolistas Colombia hubiera quedado eliminada sin atenuantes. Afortunadamente el destino se ha torcido y al frente tenemos a un gran técnico, un hombre que, en caso de lograr la hazaña contra Uruguay, igualaría al mítico Vittorio Pozzo, el italiano que supo darle los títulos de 1934 y 1938 a la squadra azurra, como el estratega con más partidos invictos en la historia de los mundiales con nueve juegos, cinco con Argentina y cuatro con nosotros.
Ya tenemos delanteros con categoría que son capaces de definir, en un Mundial, como si del torneo nacional se tratara y volantes creativos, tal es el caso de Quintero, Cuadrado o James, que no solo poseen la capacidad de poner pases milimétricos que dejan a los delanteros al frente de la portería rival, sino que son capaces de pisar al área y rematar: los muchachos, qué duda cabe, tienen toque, son rápidos mentalmente y tienen gol.
No entiendo mucho a los periodistas que nos piden a los hinchas prudencia, que afirman que acá no se ha ganado nada y que vamos paso a paso. ¿Paso a paso a dónde? Para una selección que ha ido solo a cinco mundiales pasar de ronda ganando su grupo, venciendo sus tres juegos (un hecho que solo han podido lograr en Suramérica Brasil y Argentina) y convirtiendo nueve goles es casi lo mismo que ganar el Mundial. Hace cuatro años el continente afirmaba que Bielsa era un genio porque de cuatro partidos que jugó Chile en Suráfrica ganó dos y perdió dos, uno de ellos estrepitosamente con una insulsa Brasil en octavos de final.
A mí ya no me importa como quedemos con ese rival terrible que nos tocó en la siguiente ronda, un equipo que en momentos decisivos se crece, que tiene un fortín en defensa y arriba cuenta con dos delanteros demoledores y que además su técnico, un viejo y sabio maestro, nos conoce porque entrenó al Cali a finales de la década del ochenta y nos hemos enfrentado contra ellos ciento veinticinco mil veces. Va a ser un partido difícil, disputado, áspero, sufrido. El partido más importante de la historia de nuestro balompié.
Bueno, a mí no me importa como quede ese encuentro, el sábado en la tarde estaré buscando una montaña bien alta en donde no llegue el eco de ninguna voz humana. No estoy dispuesto a sufrirlo. Qué pereza enfrentar a Uruguay, qué pereza que se me detenga la respiración cada vez que haya un tiro de esquina y suba Godín o que se arme en cualquier momento un contragolpe dirigido por Cebolla Rodríguez y rematado por esos genios que son Cavani y Suárez a quien de verdad espero que sancionen porque sin él el panorama para nosotros sería mucho más claro. Sería como enfrentar a Portugal sin Ronaldo, a Argentina sin Messi, al Envigado sin Morantes.
Pero como venía diciéndoles, no voy a sufrir el sábado porque con lo que se hizo ya me doy por satisfecho.
Lo que si voy a pedirle muy encarecidamente a los periodistas deportivos, sobre todo a los más viejitos y desactualizados, gente como Rogé Taborda y demás rémoras adheridas al pellejo del Doctor Vélez, es que ya dejen de comparar a la generación de los noventa y al Pibe con James. Las dos selecciones no se parecen, no tienen nada que ver. Ni en su juego, ni en su filosofía, ni mucho menos en sus números. La selección de Maturana y Bolillo disputó, en tres mundiales, diez partidos de los cuales ganó tres, empató uno y perdió seis. Hizo nueve goles y le hicieron doce. Necesitaron clasificar a tres mundiales en la década de los noventa para hacer la misma cantidad de goles que esta selección ha hecho en 270 minutos.
La llamada generación dorada del fútbol colombiano, la misma que incomprensiblemente tiene una serie de televisión, cómo si a los brasileros se les hubiera ocurrido hacer una película sobre la Selección del 70 o Argentina hubiera hecho lo mismo con el equipo de Maradona del 86, posee, en mundiales, registros realmente paupérrimos.
Ahora con lo del Pibe no más. Amamos al mono no solo por toda esa magia que nos regaló en las canchas, por haber sido la imagen de nuestro fútbol en los últimos treinta años, sino por sus posiciones políticas, por haber criticado a Uribe abiertamente y por habérsela jugado por la paz. Valderrama fue dos veces elegido como mejor jugador de América y fue el primero de los nuestros en jugar en una liga tan exigente como la francesa. Pero de ahí a que Carlos sea mejor que James como algunos viejitos insisten en recalcarnos hay un trecho muy, muy largo.
Él mismo es consciente de eso y por eso lo amamos más. En un comercial de televisión aparece diciéndole a esta generación “Muchachos, denle al país lo que yo no pude”. Es un grande el Pibe, un grande. Pero no tan grande como James.
Los números son inapelables. El Pibe en 111 partidos con la Selección marcó 11 goles para un promedio de gol de 0,05. James en 25 que ha jugado ha marcado 8 y su promedio es de 0,36. El de Pescaíto jugó diez partidos en los mundiales, marcó un gol e hizo tres pase-gol, el crack del Mónaco, con dos partidos y medio en Brasil ha marcado tres veces y ha hecho dos pase-gol.
En los siete años que lleva como profesional el nacido en Cúcuta ha marcado 72 goles, ha obtenido ocho títulos de liga, uno con Banfield y siete con Porto. Con los dragones también levantó una Europa League y quedó campeón con Colombia en el torneo Esperanzas de Toulon. El hijo de Jaricho en una dilatada carrera de 24 años obtuvo tan solo una Copa de Francia con el Montpellier y dos torneos con el Junior e hizo 55 goles. No más.
Sí, se puede alegar lo que quiera, que un jugador como Valderrama fue único en su posición que era un líder dentro del terreno de juego, que su inteligencia mental, que el que corría era la pelota y no el jugador, lo que ustedes quieran argumentar, pero los números, fríos e inapelables, están ahí. El Pibe fue un maravilloso jugador pero James es un extraterrestre, uno de esos genios que antes solo nacían en Alemania, Argentina o Brasil pero que ahora tenemos la suerte de que sea colombiano.
La carrera futbolística del nuevo diez de la selección apenas empieza y ya superó, largamente, a la del máximo ídolo de todos los tiempos, al hombre que durante más de 16 años le intentamos buscar un reemplazo y que ahora este ha aparecido no jugando pausado y moviendo más la pelota que sus piernas, sino desplegando dinámica, marcando, creando, driblando, pisando el área rival y anotando goles, características que le exige el fútbol moderno a un volante y que James Rodríguez posee de sobra.