Pocos pondrían en cuestión que el fútbol es el deporte más popular del mundo. El fútbol masculino, claro está. Y no hay por qué restarle méritos a ese curioso don de dominar hábilmente con los pies un objeto tan resbaladizo como la bola; basta ver unos minutos los videos de Maradona, Ronaldihno, Ronaldo, Messi, Pelé, El Pibe, etc. para constatar que saber jugar el fútbol tiene mucho de espectacular. Implica habilidades no sólo físicas sino mentales: es necesaria la concentración, la capacidad de abstracción del vasto espacio de la cancha, el dominio del arte de amagar. Y cuando un futbolista es extraordinario, saber jugar fútbol también es muestra de cualidades precisas del carácter: respeto por los contrincantes, reconocimiento de las faltas y de las derrotas, solidaridad con los compañeros, conciencia social y política. El fútbol, como cualquier otro deporte, es preparación y disciplina, es trabajo en equipo y afecto por el público que lo disfruta. Esto debemos reconocerlo las mujeres y hombres por igual aunque tengamos, como en mi caso, que aprenderlo con el tiempo.
Y digo que debemos aprenderlo porque las mujeres, de entrada, no tenemos por qué interesarnos demasiado en el fútbol. De acuerdo con la historia de este deporte, lamentablemente siempre hemos desempeñado en él un papel secundario, algo que hasta hoy podemos constatar. Si bien desde hace cuatro décadas existe una copa mundial femenina y, en ciertos momentos de la historia, el fútbol jugado por mujeres ha llegado a ser reconocido, la copa mundial que despierta pasiones más intensas, la hegemónica, es la que disputan equipos conformados por hombres. Todo parece una apología al rol y a los 'gustos masculinos' por estas fechas: desde los programas de televisión, generalmente encabezados por hombres, focalizados en hablar durante horas de los partidos, las jugadas y los jugadores hasta el exitoso álbum del mundial en el que pasamos páginas enteras que carecen de historias -o tan sólo anécdotas- pero que están repletas de fotografías de hombres, hombres y más hombres. De vez en cuando, para no desesperar con tanta testosterona, los periodistas proponen su top 10 de las mujeres más bellas del mundial y volvemos a escuchar, como una insignia de la temporada, el jingle de la sección de un conocido programa de deportes colombiano: “¡Uyyy!”.
No hay duda de que una habilidad mental, física y espiritual no tiene distinción de género, somos las personas quienes marcamos las fronteras. Lo hacemos porque hemos aprendido a identificar qué va de la mano de qué de acuerdo al estándar: un deporte de contacto, de resistencia física, de movimientos bruscos no concuerda con la estética predominante a la que “debemos” ajustarnos las mujeres (el “¡Uyyy!”). Pero si se trata de cuestiones técnicas, la personalidad del fútbol es masculina: suele oírse que cuando una mujer juega bien fútbol, juega como un hombre, lo cual no lo hace tan interesante pues para ver “buen fútbol” hay muchos equipos, ligas, campeonatos masculinos que admirar. Hace un tiempo, Joseph Blatter, director de la FIFA, declaraba que para que el fútbol femenino fuera más atractivo, las jugadoras necesitaban usar uniformes ajustados y con menos tela. Parece sorprendente -pero no lo es- que por estas épocas se hable tan campantemente de que “necesitamos” mostrar más carne para que se tenga en cuenta que podemos realizar ciertas actividades con pericia, actividades que no tienen que ver ni con caras ni con traseros bonitos pero las cuales, se cree, deben tener como destino la diversión viril.
Y aunque lo anterior puede ser motivo de repudio sincero o de indiferencia, a muchas mujeres nos sigue llamando la atención el balompié. Vale aclarar que no a todas de la misma manera: por estas épocas mundialistas aparecen en portadas de revistas, en notas periodísticas y en espectáculos, mujeres desnudas que pintan sus torsos con las banderas de los equipos, otras salen a la calle luciendo sus apretadas camisetas. Si bien quieren ver los partidos y gritar con euforia “¡Gol!”, estas mujeres se identifican con la idea de que en un juego de machos, una mujer principalmente “adorna con su belleza” y acompaña a los aficionados. Los acompaña disfrazándose del estereotipo deseable al que se refiere Blatter o protagonizando escenas deplorables como las de este video:
http://www.vanguardia.com/judicial/video-265751-esto-fue-lo-peor-de-la-celebracion-del-triunfo-de-colombia-en-bucaramanga
Claro, hay quienes dirán que con el fútbol mucho más que lo expuesto está en juego. Se exacerban las identidades alrededor de las selecciones -algo, por lo demás, polémico-; se unen los ricos y los pobres, los viejos y los jóvenes, los de izquierda y los de derecha; se sufre y se goza alrededor de una actividad aparentemente inofensiva, en fin, que de lo que menos se tienen ganas es de criticar en exceso a una organización paraestatal millonaria, influyente y mafiosa como la FIFA; o de examinar de qué manera empresarios lavan su imagen acompañando a famosos jugadores y sus equipos; o de recordar en qué contexto social y político se está realizando el campeonato mundial; o de ir muy a fondo en el tema de las mujeres en este 'bondadoso' festival pues todos somos ciudadanos y ciudadanas que es lo que importa a la hora de apoyar al equipo nacional.
Pero sería bastante ingenuo no considerar que semejante catalizador de emociones no nos hace vulnerables frente a los despotismos de nuestra sociedad. Nos emboba con sus caramelos triunfalistas, nacionalistas, machistas y con el 'dulce' sabor del protagonismo. Y aunque nos regala alegrías también nos recuerda que la ley del mercado nos quiere alegres hasta la estupidez. Después de escuchar el coro de hombres que en el video citado piden “tetas” o de leer las cifras de riñas, heridos y muertos durante las celebraciones de los juegos ganados por el equipo colombiano, pensaría dos veces seguir celebrando el “paso histórico” de la Selección Colombia. Quizá valga la pena preguntarse antes si para poder maravillarse del fútbol con dignidad no nos hace falta primero dar algunos pasos verdaderamente históricos para tenerla.