Rubén es un joven de 23 años, arrodillado en su casa frente al televisor con el rostro bañado en lágrimas canta el himno nacional emocionado. Han pasado muchos años desde que la selección Colombia clasificaba a la segunda ronda de un mundial, tantos que el aún no había nacido. Un escalofrío recorre su cuerpo de pies a cabeza cuando la cámara enfoca a los jugadores Colombianos, sus más grandes héroes van a representar la nación frente a millones de espectadores en todo el mundo. Me sorprendo cuando dice, “para mí esto es una experiencia religiosa”.
La preparación de Rubén para el partido inicia desde muy temprano, acaba todos sus compromisos con rapidez, se pone la camiseta, la gorra y viste también al perro con una camisa especial para él, que compró hace poco. Una vez preparado se reúne con amigos y familiares en la sala de la casa para presenciar el encuentro deportivo en un televisor que compró (después de haber ahorrado por un año) para ver el mundial. Ya consumado el ritual de preparación. Todos entran en silencio para escuchar el himno, que algunos corean entre susurros. Rubén, el más fervoroso hincha se “echa la bendición” y se prepara para el inicio del juego, pero de repente la emoción lo invade y rompe en llanto, no lo puede explicar, pero desde sus adentros algo lo conmueve de manera extraordinaria, siente una tremenda emoción y sus manos tiemblan ligeramente. Es un éxtasis similar al que tiene un creyente cualquiera, en alguna mega iglesia bogotana.
Algunos antropólogos y sociólogos han comparado el fútbol a la religión; existen unos rituales a seguir, hay una vestimenta casi litúrgica (uniformes y prendas distintivas), un lugar sagrado (el campo), una ceremonia (el partido), un objeto sacro (un balón, o un trofeo), un posible redentor (un equipo o jugador) y por qué no, un dios, el fútbol. Así como la religión, este deporte logra sacar lo peor y lo mejor de nosotros; nueve muertos en Bogotá y otros tantos alrededor del país lo demuestran. Riñas, peleas y accidentes nos recuerdan que el fervor es peligroso. Abrazos y risas, unión familiar y reconciliación, también es un saldo que este mundial puede dejarnos, pero lamentablemente este no parece ser el caso.
Ahora miles de colombianos, los fervorosos seguidores de la selección por estas fechas, parecen más bien, un cúmulo de creyentes fanáticos. La necesidad de una identidad y de una redención, que en otros tiempos correspondía a la religión o a la nación, parece rebasar a estas instituciones y recae en los hombros de “nuestros” once jugadores que esperamos no nos decepcionen, pues de su desempeño depende el estado anímico, y la confianza en la vida misma, de muchas de personas.
Si bien es un poco reforzado acomodar este deporte como una religión más, hay que reconocer las similitudes entre uno y otro fenómeno social, comparaciones de este tipo pueden ayudarnos a comprender porque somos así, para enseñarnos a reparar nuestros errores a la luz de la reflexión, con un cambio de actitud.
@JesusQuiroga_
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