In memoriam a los docentes: Lucía M. Vélez García y Moisés Saade Márquez. Maestros de maestros.
Hace días escribí sobre la importancia que tienen los médicos para el país. Ellos son personas que se sacrifican, luchando cotidianamente contra la muerte, no obstante la discriminación y la intolerancia de desadaptados que, valiéndose de su ignorancia, degradan y excluyen a estos profesionales que exponen sus vidas y las de sus familiares con el solo hecho de atender a quienes portan el virus. Sin embargo, hoy no escribiré de ellos, sino exaltar la importancia social e histórica de otros héroes, los maestros y las maestras. Sí, son héroes como también son los padres y madres de familias.
En el contexto actual, confinados en sus hogares, los maestros y las maestras se acercan a sus discípulos por todos los medios tecnológicos existentes para seguir el diálogo iniciado en este 2020 y que fue truncado por la pandemia. Esos maestros y maestras, criticados por quienes desconocen el rol fundamental en el desarrollo y progreso de los grupos sociales, han abierto sus aulas de clases en línea, costumbre muy extrañas para muchos niños y niñas, por las carencias de estas herramientas en hogares y escuelas. Sin embargo, este acercamiento virtual los hace soñar con las enseñanzas y los aprendizajes impartidos por sus docentes desde estos sitios virtuales.
Pues las aulas de clases de cuatro paredes, aunque no se crea, más que sitios para recibir información, son microcosmos donde interactúan las visiones, miedos, alegrías, querencias, dudas y certezas de sus integrantes. En ese mundo lleno de risas, gritos, juegos, palabras, saberes, lúdica y creatividad, la conversación y el diálogo de saberes permean la intersubjetividad. Nos humanizamos en ellas; somos más nosotros que yoes.
En esa realidad y, con toda la sabiduría que ofrece el acto magisterial, me hago las preguntas, casi que parafraseadas de Edgar Morín, el filósofo francés, ¿Quién en pleno siglo XXI y, precisamente con los grandes adelantos de la ciencia, la medicina y la tecnología, hubiera pensado que la sociedad estuviese pasando por esta contingencia de la pandemia, y quién, en el momento en que se escriben estas líneas, podría medir las consecuencias del confinamiento de las personas ante los estragos económicos, sociales y sicológicos? muy seguramente nadie hubiera imaginado todo esto, salvo los escritores de ficción.
En sí, en un contexto descarnado, cuando gobiernos y organizaciones mundiales de la salud van de aquí para allá, y de allá para acá, sacando decretos y protocolos, los profesionales de la educación, los maestros y maestras, cual ingenieros sociales, sacan sus estandartes y lanzas para luchar contra una inédita realidad social y, con pocas armas tecnológicas, anexándoles el humanizante acto educativo, en una situación atípica, enfrentan el nuevo reto de enseñar desde la distancia a sus hijos e hijas adoptivos. Entonces, es cuando surge y se evidencia la vieja máxima de alguien, que quizás recibiendo los poderes premonitorios de los dioses del olimpo, decía que todo profesional del siglo XXI debería desarrollar la competencia de saber emplear las tecnologías. Y entre esos profesionales estaban los maestros y maestras colombianos, quienes no pensaron que esa casándrica visión estaba aquí. Esa certeza, los obligó a oxigenar y resemantizar su labor docente y a mirar con nuevos ojos ese marasmo virtual avecinado, empleando rudimentariamente aplicaciones tecnológicas que creían sólo para expertos.
Los maestros y maestras comenzaron a emplear términos que, con su uso cotidiano, se volvieron de su argot académico. Palabras como whatsapp, teams, zoom, facebook, teletrabajo en línea, clases remotas, sincronía y asincronía entre muchas otras muy pocas veces utilizada en la cotidianidad, se emplean como tecnicismo para estar a la moda y exigencias de la historia actual. Entonces, cabe destacar que el llamado progreso histórico era una certeza de la civilización occidental, no obstante su derrumbe con los últimos acontecimientos. Es decir, el mito del progreso, aunque materializado en cosas, aparatos y el tener, se convirtió en una incertidumbre social. No se sabe hacia dónde se dirige la civilización humana. Como diría el trágico griego Eurípides « Los dioses nos dan muchas sorpresas: lo esperado no se cumple y para lo inesperado un dios abre la puerta. ».
A pesar de todo, comparto que la educación que se brinde de aquí en adelante, debe ser centrada en la condición del ser humano. Es decir, como planteaba Morín «Estamos en la era planetaria; una aventura común se apodera de los humanos donde quiera que estén. Estos deben reconocerse en su humanidad común y, al mismo tiempo, reconocer la diversidad cultural inherente a todo cuanto es humano». Asimismo, nos indica con un término muy suyo que la “Unidualidad“; esto es, el ser humano es biológico y plenamente cultural y lleva en sí esta unidualidad originaria. Es un super y un híper viviente: ha desarrollado de manera sorprendente las potencialidades de la vida“. Luego entonces, los maestros y maestras deben ser pilares fundamentales para transgredir el establecimiento a partir de una enseñanza en la y para la criticidad responsable. O sea, pensamiento crítico.
Asimismo, en esa incertidumbre del conocimiento y de la realidad, la comprensión como proceso cognitivo de la especie humana debe desarrollarse para que la solidaridad, la tolerancia, el respeto y la libertad triunfen ante la arbitrariedad y la incomprensión de quienes detentan el poder de forma injusta e inequitativa. Se hace necesario que la educación impartida, aunada a la comunicación, la verdadera comunicación, esa que nos hace maestros y maestras deben ser algunas de las finalidades del presente y del futuro proceso educativo. Mas no una comunicación mediada por teléfonos, internet, entre otros aparatos, sino una comunicación de miradas y sonrisas presenciales, pues en ella es básico enseñar que “la comprensión no puede digitarse“.
Finalmente, maestros y maestras, habrá que recordarles que “Educar para comprender las matemáticas o cualquier disciplina es una cosa, educar para la comprensión humana es otra; ahí se encuentra justamente la misión espiritual de la educación: enseñar la comprensión entre las personas como condición y garantía de la solidaridad intelectual y moral de la humanidad. “ .