Fue el escándalo más grande de su tiempo, la cara oscura de la Bella Época que hoy se cree era solo condesas vestidas de organza y bailarinas de cancán. Sucede que en 1894 la inteligencia militar francesa fue informada de que existía un espía alemán en el alto mando. Algo que el honor militar consideraba inconcebible, con más veras cuando Francia acababa de ser derrotada por Prusia con el resultado de la pérdida de Alsacia y Lorena para Francia, el fin del Segundo Imperio y como humillación suprema, la proclamación del Imperio Alemán en el mismísimo salón de los espejos de Versalles.
Unas pruebas circunstanciales llevaron a la conclusión de que el espía era el capitán Alfred Dreyfus, adinerado, judío, alsaciano que hablaba alemán. No podía ser otro porque su perfil, como se dice ahora, coincidía con todos los prejuicios nacionalistas, clasistas y antisemitas de ejército y de buena parte de la sociedad francesa. Fue condenado a la vergonzosa degradación, a la expulsión del ejército y al exilio a la Isla del Diablo en el infierno tropical de la Guayana. Pero resulta que el oficial George Picquart es encargado de la inteligencia y revisando el caso encuentra que Dreyfus es inocente y el verdadero espía es Ferdinand Esterhazy otro oficial, católico, descendiente de la nobleza polaca, sin un centavo, pero cuyo perfil lo salvaba de la deshonra.
A Picquart quien no acepta la condena de un inocente en un juicio amañado, con pruebas falsas, cobijado por la Razón de Estado, que es no dar ninguna, se le va la vida tratando de reabrir el caso hasta que su investigación se vuelve pública. En octubre de 1897, Emile Zolá, por entonces ya una celebridad literaria, denuncia en L´Aurore un periódico de oposición poco menos que una hoja volante, a los oficiales encubridores con nombres y apellidos en una carta dirigida al presidente Felix Faure, el famosísimo J’Acusse que casi da al traste con la III República. Faure pasa a la historia por ello y por haber muerto de un síncope en el propio Palacio del Elíseo mientras su amante la bella señora Steinheil le hacía sexo oral. Zolá va a dar a la cárcel. El escándalo nacional e internacional no conoce límites. Ese año el tribunal Supremo anula la sentencia y se realiza un nuevo consejo de guerra, en el cual de modo increíble Dreyfus es de nuevo condenado, aunque agobiado y enfermo acepta una amnistía. En 1906 una corte de casación anula la sentencia y restablece su honor militar.
El caso divide en dos la sociedad francesa. A la Búsqueda del Tiempo Perdido de Marcel Proust lo recoge en las discusiones entre aristócratas y burgueses ricos del barrio Saint Germain. Pero es ante todo una revolución política y jurídica: la defensa de los derechos humanos, la lucha contra el antisemitismo, la denuncia de los abusos y privilegios de la justicia penal militar, el papel fundamental de los medios de comunicación en la fiscalización de los gobiernos, la obligación de las fuerzas armadas de rendir cuentas. Retrospectivamente, mucho de lo que hoy conforman los derechos ciudadanos en la sociedad contemporánea viene de allí.
La película de Polansky revive el J´acusse del caso Dreyfus
El caso Dreyfus poco menos que olvidado acaba de ser revivido en la película de Roman Polansky, J’acusse, Gran Premio de la Mostra de Venecia, candidata al Oscar y con 12 nominaciones a los premios César del cine francés, donde no ganó ninguno porque los antecedentes de Polansky como agresor sexual de menores lo condenaron ante la opinión pública. Pero la película es estupenda. Muestra una sociedad refinada, derrotada por la guerra, en busca de una nueva identidad intelectual pero también de un culpable, que para variar son los judíos. Difícil es comprender 120 años después la magnitud del affaire Dreyfus y su importancia en la definición del Estado de Derecho y de las libertades públicas que van a seguir siendo blanco de los ataques de los grupos más reaccionarios, siempre cercanos al poder. Pero su impacto fue enorme.
Dos casos más tienen repercusiones similares, ambos en Estados Unidos de América, dulce tierra de libertad. El juicio a Sacco y Vanzetti dos inmigrantes italianos acusados de homicidio en Massachusetts y electrocutados en 1920. Hoy se cree que eran inocentes víctimas de la acusación de ser anarquistas. Y Ethel y Julius Rosemberg, judíos, también ejecutados en la silla eléctrica en Nueva York en 1953, acusados de haberles entregado a los rusos el secreto de la bomba atómica. Hoy se cree que eran inocentes víctimas de la acusación de ser comunistas. Los cuatro con el perfil correcto de los culpables.
En el mundo entero hubo manifestaciones y disturbios por esos abusos que las sociedades más civilizadas de su tiempo cometían con las minorías políticas o raciales. Dreyfus, Sacco y Vanzetti, los Rosemberg, falsos positivos en manos del poder, frágiles seres humanos con perfiles criminales a los ojos del mundo, aplastados por una justicia al servicio de “los altos intereses nacionales”. Algo han servido sus sacrificios para que esas cosas no vuelvan pasar. La prueba es que no se conoce de casos de falsos positivos ni de elaboración de perfiles sospechoso en el mundo moderno. Al menos no entre nosotros.