No cesa la horrible noche

No cesa la horrible noche

La situación en las cárceles colombianas está lejos de ser buena, una perspectiva al respecto

Por: Josefina Fox
mayo 12, 2020
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No cesa la horrible noche
Foto: Pixabay

Al pensar en “hechos musicales” vienen a mi mente conciertos, bares y situaciones emocionalmente intensas marcadas por una melodía que es difícil de olvidar. Ese rango puede ser más o menos amplio en la experiencia de cada quien.

Buscando entre las memorias, resonaba la idea de ir más allá del “yo”, por lo que me resultaba difícil definir un tema al cual darle la vuelta de tuerca que me sacara la cabeza del ombligo.

Hasta que llegó, con contundencia y claridad.

Imagine usted a un grupo de cerca de 600 mujeres (tal vez más… tal vez menos) cantando al unísono el himno nacional de Colombia. Dentro de ese grupo, cuente mujeres embarazadas; mujeres con niños y niñas entre 0 a 3 años de edad; mujeres entre los 18 y los 60 años, pero la mayoría rodeando los 30. Casi todas madres y casi todas madres cabeza de hogar (es decir, sin ningún apoyo por parte de los padres de sus hijos e hijas); algunas con la primaria completa, la mayoría con el bachillerato a medias.

Imagínelas con lágrimas en los ojos, con fuego en el alma, con el grito de la patria saliendo de sus gargantas.

Imagine que ellas llegaron al punto del éxtasis y el desespero y no encontraron nada más simbólico, empoderador y cohesionador que entonar “¡Oh!, gloria inmarcesible / ¡Oh!, júbilo inmortal”. Cuando pienso en música, la letra de la tonada es importante y cobra un significado especial al determinar un momento memorable. Pero suponga usted que muchas de las palabras contenidas en el himno eran incomprensibles para algunas de ellas, y, aún así, todas ellas cantaban a plena voz; porque el significado es del que las palabras se dotan, no siempre el que define la RAE. Y todas ellas sintieron que había algo más grande que cada una y que todas, algo que tenía de paternal y maternal, que era protección y justicia.

Y cantaron a ese algo, quizá buscando que las escucharan; tal vez ya no esperando que las vean, porque ese mismo algo las ha negado, les ha quitado el derecho a ser reconocidas, a la equidad y el acceso pleno a sus derechos. No hay que esforzarse mucho para reconocer esta verdad (aquí la realidad supera su imaginación); simplemente acérquese a ver un par de estadísticas[1] de la PPL (Población Privada de la Libertad) femenina que se encuentra en situación intramural (dentro de una institución penitenciaria):

  • El 30,9 % tiene formación entre ninguna y quinto de primaria; el 59,4 % entre 6º y 11º de bachillerato.
  • El 78,1 % se encuentra en un rango de edad entre 18 y 44 años.
  • El 66,9 % pertenecen a estratos socioeconómicos 1 y 2; el 75 % son cabeza de familia y antes de la detención los ingresos familiares no superaban los 2 s.m.m.l.v.[2]

Es cuestión de cruzar estos pocos datos, sin mucho análisis, para empezar a hacerse un par de cuestionamientos.

Algunas preguntas de las que usted podría estar planteándose, parecen no ser tan pertinentes. Por ejemplo, este –que le invito a imaginar– es un hecho musical que no encontrará registrado en ningún medio, porque se trata de un grupo de personas que poco importan, de una situación de la que solo interesa mostrar una cara bien maquillada; porque la otra cara es poco taquillera.

El 21 de marzo del 2020, “presos en La Picota, Cómbita, La Modelo o El Buen Pastor comenzaron una protesta ante la falta de protocolos de sanidad y el hacinamiento para evitar la entrada del virus”[3]. ¿Recuerda algo de esto? Es posible que usted haya tenido información como la que titularon algunos medios:

RCN Radio: “En Bogotá se registraron disturbios y protestas en los centros La Modelo y La Picota, así como en la penitenciaría de mujeres El Buen Pastor”[4].

El Tiempo: “En la noche de este sábado, el presidente Iván Duque se refirió a la situación y dijo que la Fuerza Pública y el Inpec "atienden desórdenes en distintas cárceles del país”[5].

La FM: “Varios motines estallaron en la noche de este sábado en diferentes cárceles de Colombia en medio de la emergencia por la pandemia del nuevo coronavirus, que tiene confinada a la mitad de la población del país”[6].

Esa explicación resulta cómoda de asimilar, especialmente en un país que considera que la población privada de la libertad, es “la escoria”; en una sociedad que encuentra tan conveniente esta idea de que "si lo mataron es porque algo debía". ¿Usted se imagina lo que eso significa? ¿Usted se alcanza a hacer una idea de lo que implica que en una sociedad se justifique el asesinato (sí, como se justifica la violencia en todas sus formas)?

Ese país es uno en el que el asesinato, los crímenes, la justicia, los derechos, todo tiene estrato; no se confunda, ni siquiera se trata de que todo tenga precio, eso es otra cosa, quizá más simple… Acá, en este país, lo que sucede es que todo tiene estrato socioeconómico, es decir mayor o menor acceso al poder.

Pero tampoco nos equivoquemos, no es la misma patria a la que aquellas mujeres le cantaban ese 21 de marzo, porque ellas siguen creyendo en esa patria que era proclamada por aquel que gemía entre cadenas comprendiendo las palabras de quien murió en la cruz. Muchas de ellas creen aún que quienes más sufren tendrán su recompensa en algún momento, así sea en las puertas del cielo; eso les han prometido y con eso las han sometido.

Esas cerca de 600 mujeres están (sobre)viviendo en un hacinamiento de casi el 70 %, en condiciones de salubridad deplorables, con alimentación muy por debajo de los estándares mínimos determinados por la OMS para el sostenimiento de la salud básica y con precariedad en el acceso a servicios de salud; es decir, en las peores condiciones para afrontar una pandemia con las implicaciones que tiene el COVID-19.

Ellas, a quienes les impidieron acceder a ver sus familiares los fines de semana –¿recuerda, madres cabeza de hogar?– bajo la premisa de que era una estrategia para protegerlas ante un contagio masivo y, que al lado de esa norma, les restringieron la entrada de la encomienda mensual; es decir, los productos de aseo básicos –¿usted se imagina no poder tener un jabón en una situación en la que le dicen que tiene que lavarse las manos cada tres horas?–. Bueno, tal vez eso pasa a un segundo plano, es que ni siquiera tienen agua corriente todo el tiempo ni baños suficientes o dignos.

Usted puede pensar, como lo hace mucha gente, que eso mismo sucede con los sectores más empobrecidos, que los recursos deben priorizarse o destinarse exclusivamente a ellos; pero quizá lo que podría perder de vista es que se trata de la misma población –¿recuerda las estadísticas y los estratos a los que pertenecen?–.

Le pido que no se confunda, no estoy haciendo una apología a la criminalidad o a la infracción de las leyes; no es el anarquismo, mi postura. Solo le pido que acepte mi invitación a ver un poquito por debajo de las mantas, de esas que cubren la inequidad y que, como en las cobijas compartidas, cuando cubrir al otro me quita el calor, entonces justifico el tirón que asegura mi comodidad.

Quizá parezca poca cosa, pero esas mujeres empezaron por hacer un cacerolazo (con baldes y palos, porque de dónde cacerolas y porque así suena más duro); ellas comunicándose de tramo a tramo (entre pasillos porque en las noches las encierran así) para que todas hicieran bulla (“usted sabe que es difícil que a uno la escuchen”). Protestando, entre otras cosas, porque les dieran comida que no esté a medio cocinar o a punto de dañarse (muchas veces ya dañada, el olor la delata). Parece poca cosa, pero ellas cantaron ese himno nacional, todas, juntas, esperanzadas en que alguien podría escucharlas, “pensábamos: qué les cantamos, qué les decimos para que nos pongan atención. Y claro, el himno nacional, a ellos, los más patriotas, porque nosotras también somos ciudadanas”.

Puede parecer poca cosa, pero después de cantar ellas rezaron.

Todo esto puede parecer poca cosa, porque no solo son criminales, también son pobres y, de sobremesa, son mujeres; y es bien sabido que las mujeres tienen por mandato ser buenas, hay que castigar duramente a las que se salen de la norma.

Parece muy poca cosa, porque nada de este hecho musical se lo contaron a nadie. Solo contaron de los gases lacrimógenos y las balas de goma que les lanzaron cuando ellas solo estaban “caceroliando” y cantando el himno nacional, ¿o no?, ¿eso tampoco se lo contaron?

[1] Informe estadístico. Población reclusa a cargo del INPEC, 2019.

[2] Mujeres y prisión en Colombia: desafíos para la política criminal desde un enfoque de género.

[3] Rebelión en las cárceles del país por coronavirus [VIDEO]

[4] ¿Por qué ocurrieron los motines en varias cárceles del país?

[5] Familiares de internos piden información a las afueras de La Modelo

[6] Reclusos del país están conectados a través de grupos de WhatsApp: abogada Liliana García

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