La paz, un mandato ciudadano

La paz, un mandato ciudadano

Por: Marco M. Sarmiento
junio 19, 2014
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La paz, un mandato ciudadano

Varias lecturas se desprenden del triunfo de Juan Manuel Santos. La primera, son los apoyos. Nunca antes se había visto tal amalgama. Se sumaron fuerzas de derecha, de centro y de izquierda. Desde los grandes industriales hasta los sindicatos, pasando por los artistas, los intelectuales, la academia, los ambientalistas, los antiguos miembros del Nuevo Liberalismo, la comunidad afrodescendiente, y la LGBTI, el movimiento indígena, los educadores, las asociaciones de víctimas, las agrupaciones campesinas, los partidos políticos, nadie quiso faltar a la cita porque estaba en juego la democracia y no era momento de división sino de unidad frente al enemigo común, a la intolerancia, al odio, a la venganza, al resentimiento, a la exclusión, a la trampa, a la calumnia, a la manipulación, al “todo vale”, encarnados en la continuación de esta guerra inmisericorde y degradada.

No obstante, y aquí tenemos la segunda lectura, nos encontramos en un país polarizado. Aún la extrema derecha es muy fuerte, aún cierra filas en torno al sectarismo. No es todo el 45% que apoyó a Zuluaga, porque un buen porcentaje lo llevó Martha Lucía Ramírez que lucha por una paz negociada, al que se deben agregar los escépticos que quieren la terminación de la guerra, pero no creen en la voluntad política de la guerrilla de desmovilizarse. Podríamos decir, entonces, que quienes votaron por Zuluaga en la primera vuelta son los amigos de la guerra de exterminio. Sólo el paso de los años, el cierre de las heridas y la construcción del nuevo país, reducirán su número, porque la guerra y el odio es lo que los hace posibles.

Una tercera lectura es que por primera vez en muchos años, las fuerzas del centro del espectro político y la izquierda democrática, fueron decisivos en la victoria. Aún son minoría, pero su crecimiento es significativo. El pulso contra la extrema derecha era decisivo con miras a los próximos años. Serán los grandes protagonistas en la construcción de la paz y la tarea es consolidarse y comenzar a crecer en un país sin un conflicto armado que alimentó los extremos políticos. Grandes retos le esperan a estas nuevas fuerzas políticas y el primero es el próximo año en las elecciones regionales y, por supuesto, 2018 es la gran apuesta para que comience la era de los estadistas.

La cuarta es que este apoyo masivo al segundo mandato de Santos no es gratuito, ni mucho menos un cheque en blanco. El presidente recibe un voto de confianza para que prosiga sus esfuerzos en terminar la confrontación armada y con ello sentar las bases para la construcción de la paz. Ello significa corregir los errores, remediar las falencias e impulsar las grandes reformas que necesita el país. La educación y la salud deben estar en primerísimo lugar, al igual que la justicia. De ellas depende que la inclusión sea la regla. Igual, la gran reforma agraria, tantas veces pospuesta, con el fin del conflicto armado abre oportunidad inmejorable para llevarla a cabo.

Hay más lecturas. La mayoría, desde todas las vertientes, con excepción de los extremos políticos, no quiere regresar al viejo país, al de los huesitos y las carnitas, al del articulito, al de las chuzadas, la persecución al disenso y las cartas bajo la mesa. No es que en este lado sea un lecho de rosas, pero al menos se quiere un país diferente y el primer paso es el respeto a las ideas ajenas. Bienvenida la controversia, pero con argumentos y no con calumnias y manipulaciones. La oposición es necesaria porque es el contrapeso del poder, pero debe sustentarse en la libre lucha de las ideas y no en el sinuoso pantano de las calumnias.

Una lectura más es que el país abre la puerta de la reconciliación pero en ella deben estar involucrados todos los actores armados. A la par con la guerrilla, también están los militares, los agentes del Estado y junto a ellos las víctimas. Un proceso muy complejo en el que, igualmente, la extrema derecha debe renunciar a sus ejércitos privados. La construcción de la paz nos corresponde a todos y, por ende, han de admitirse las propias culpas, someterse al imperio de la ley y empezar desde cero la edificación de la nueva institucionalidad. Un desafío gigantesco que, infortunadamente, no está a la vuelta de la esquina porque por lo visto, el ex presidente Uribe, herido en su amor propio por esta derrota, luchará más que nunca para incendiar el país para sacarse la espina.

De ahí que lo menos tortuoso del camino sea el fin del conflicto armado. De aquí en adelante empieza la dura cuesta de la paz. Un sendero difícil, lleno de enemigos, poblado de abismos, en los que habrá caídas, retrocesos, tiempo para el pesimismo y el desaliento, y los primeros años serán los peores, porque la violencia dará sus últimos coletazos, prueba de fuego para la concordia que se busca. No nos extrañe que haya magnicidios, destrucción y muerte provenientes de quienes viven de la guerra porque ella los creó y gracias a ella continúan existiendo. Es cuestión de supervivencia y defenderán el país que edificaron en torno al horror y la exclusión con puñaladas y zancadillas.

La construcción de la paz es costosa y demorada, pero alguna vez había que dar el primer paso. Hoy lo dimos, pero no la gozaremos. Las futuras generaciones, a partir de la segunda mitad de este siglo, la vivirán a plenitud. A nosotros sólo nos corresponde abrir la puerta.

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