Casi la totalidad de la población se encuentra en cuarentena por cuenta del COVID-19, con estadísticas en ascenso que muestran a nivel mundial afectaciones alarmantes y sin precedentes en las décadas recientes.
Pues bien, este confinamiento obligatorio le ha dado un fuerte golpe al actual modelo económico y a los estilos de consumo, llenos de banalidades, excentricidades y desigualdades.
En consecuencia, es prudente que la especie humana pueda extraer lecciones de este capítulo doloroso con el propósito, aún no unificado, de luchar contra el cambio climático, ya que lamentablemente el tiempo se nos agota.
Emisiones anuales acumuladas desde 1970 hasta 2010. IPCC, 2014 |
Son varias las similitudes entre la pandemia actual y el cambio sostenido que ha venido sufriendo el planeta, en especial desde el disparo en las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de los últimos 50 años, cuando se duplicaron las emisiones totales, en especial por cuenta de la quema de combustibles fósiles y la producción de cemento, que triplicaron sus emisiones en el mismo período (IPCC, 2014) (1).
Ninguno de los dos respeta fronteras, pudo haber surgido en la China o haber sido ocasionado por las emisiones acumuladas de los países más desarrollados. Sin embargo, las afectaciones son y serán generalizadas debido a las sociedades hiperconectadas que permiten la rápida propagación de enfermedades y por la conectividad e interrelación de los procesos naturales en el planeta. Para el caso del cambio climático, afectará a un habitante de Haití de igual o peor manera que a un habitante de EE. UU. o China, a pesar de que en comparación sus emisiones históricas acumuladas hayan sido mucho menores.
Tampoco distingue sexo, religión, estrato socioeconómico, aunque vale precisar que las poblaciones más pobres, con mayores dificultades de acceso al agua y vivienda digna o de grupos socialmente marginados y discriminados (mujeres, LGBTI, indígenas, negros y personas en condición de discapacidad), sufrirán con más rigor los estragos del cambio climático porque habrá que agregarle mayores tensiones de violencia, segregación y hambruna. El COVID-19 ya nos lo está mostrando con los inmigrantes y comunidades negras en los EE. UU., quienes están más propensos a infectarse, a desarrollar gravemente la enfermedad y a perder sus trabajos (Deutsche Welle, 2020) (2).
Una de las lecciones más poderosas que nos está dejando la pandemia es la importancia de frenar el irrespeto a los ecosistemas naturales, en especial selvas y bosques, cuya función ecológica es sustancial para garantizar todas las formas de la vida actual, pero también para mitigar el cambio climático por su capacidad de ser sumideros de carbono. El COVID-19 es solo uno más de los millones de microorganismos que se encuentran aislados y regulados por los bosques y selvas, pero que al entrar en contacto con el hombre o animales domesticados producto de la deforestación y la expansión demográfica terminan convirtiéndose en una cadena óptima para la mutación de los virus. Si no frenamos la deforestación, perderemos capacidad de fijar carbono y nos expondremos a nuevas enfermedades. Solo la deforestación hoy representa entre el 15 al 20% de las emisiones totales GEI mundiales, mientras que “los cambios en el uso del suelo, incluida la deforestación y la modificación de hábitats naturales son responsables de casi la mitad de las zoonosis emergentes” (WWF, 2020) (3).
Al igual que en la lucha contra el COVID-19, no podremos asumir la del cambio climático de manera aislada. No es hora de que se mantengan los intereses de cada nación: entre más aislados, menos efectivas serán las medidas de mitigación. Como expresó Cecilia Cannon, asesora académica de la ONU: “ya antes de que la pandemia empezara a causar estragos socioeconómicos en todo el planeta, los retos globales y las tendencias que requieren cooperación internacional estaban creciendo”. Lo anterior refiriéndose a temas tan sensibles como el desplazamiento forzado, la degradación ambiental, el cambio climático y los desastres naturales, los cuales enfrentaremos mucho mejor si de esta pandemia sale fortalecido el multilateralismo. Hasta ahora no hay indicios serios.
Para el caso de Colombia, nuestro país se comprometió con la siembra de 180 millones de árboles hasta el año 2022 en el reciente Foro Económico Mundial en Davos. Con esta apuesta de siembra masiva, el país honrará su compromiso en la lucha contra el cambio climático, en una nación donde se pierden anualmente más de 220 mil hectáreas de bosques por culpa del narcotráfico, el acaparamiento de tierras baldías y la ganadería, que ni siquiera se han frenado por la pandemia, solo falta mirar los reportes de incendios forestales recientes para alarmarse. (4)
Incendios en tiempo real. Tomado de Windy.com Abril 23 de 2020 |