Campesinos e indígenas en la literatura latinoamericana

Campesinos e indígenas en la literatura latinoamericana

Un viaje por algunas obras que tienen como fuente la vida rural y las luchas de estos grupos humanos. Un texto propósito del Día del Idioma

Por: José Alfonso Valbuena Leguízamo
abril 23, 2020
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Campesinos e indígenas en la literatura latinoamericana
Foto: Pixabay

Iniciemos con los temas sobre la tierra seca y dura, la muerte y los temores, la pobreza en el campo, las creencias religiosas y el relacionamiento del campesino con las autoridades no siempre honestas de El llano en llamas, colección de cuentos del mexicano Juan Rulfo; el mismo autor que en Pedro Páramo,aborda temas relacionados con la soledad, los pecados y los fantasmas, en un contexto de realismo mágico desarrollado en Comala.

De México pasemos a Cuba con la novela Ecué-Yamba-Ó de Alejo Carpentier, que recorre la historia de la tercera década del siglo XX cubano, mostrando el ingenio azucarero, el bohío, el batey, las relaciones de producción que se establecen y las desesperanzas del trabajador campesino.

Ahora estamos en Colombia. La Hacienda Cañasgordas en las afueras de Cali es el escenario inicial de El alférez real, novela histórica de Eustaquio Palacios que relata las labores agrícolas y ganaderas, el beneficio de la caña de azúcar; el tráfico de negros esclavizados, y las faenas del rodeo. En la selva amazónica se desarrolla La Vorágine de José Eustasio Rivera, obra que evidencia la violencia y la situación de explotación de indígenas y campesinos que se vivió como consecuencia de la producción cauchera entre finales del siglo XIX e inicios del siglo XX. Por su cuenta, Eduardo Caballero Calderón en Tipacoque describe campos de Santander y Boyacá, tradiciones, costumbres y modos de vida de sus gentes; y en Siervo sin tierra, la historia de un campesino boyacense cuyo anhelo en su vida consiste en comprar un pedazo de tierra en el que pueda ser feliz. Más contemporáneo en la literatura colombiana es el libro La casa grande de Álvaro Cepeda Samudio, relato de la masacre de las bananeras, perpetrada por el ejército contra los jornaleros de la United Fruit Company que se encontraban en huelga.

Dos venezolanos contemporáneos harán del campo el escenario de novelas: Luis Manuel Urbaneja Achelpohl y Rómulo Gallegos. El primero en su obra En este país cuenta los amores y conflictos de un joven campesino con la hija de un hacendado para el cual trabaja; el segundo, en Doña Bárbara utiliza como espacio narrativo los llanos de Apure para entrelazar la bravura de la llanura con el despotismo y la injusticia.

En Ecuador encontramos a Jorge Icaza, quien pone en el centro de su obra Huasipungo la explotación, la humillación y la crueldad a las que son sometidos los indígenas por parte de los terratenientes, con la anuencia y la corrupción de los jefes políticos, la fuerza pública y la iglesia. Otra novela de corte indigenista es Raza de bronce del boliviano Alcides Arguedas, en la cual el autor relata leyendas y costumbres del pueblo aymara, al tiempo que visibiliza el sometimiento al indígena y sus condiciones de miseria.

Tres novelas del peruano Ciro Alegría Bazán hay que mencionar en este viaje incompleto: La serpiente de oro, Los perros hambrientos y El mundo es ancho y ajeno. En la primera se aborda la actividad de los cholos que viven del río en la selva montañosa del norte del Perú y las iniciativas de explotación aurífera. La segunda se ubica en la sierra peruana y muestra los efectos de una sequía en la producción de alimentos. La última presenta el despojo de tierras indígenas y su desplazamiento por obra de un terrateniente con el apoyo de una justicia corrupta y la guardia civil.

Subterra y Subsole son estaciones de esta ruta. En el primer libro de cuentos el chileno Baldomero Lillo se involucra con el tema de la miseria y explotación en la que viven los mineros del carbón; en el segundo libro de cuentos el escenario es la explotación de salitre y las actividades agrarias que se enmarcan en la institución del inquilinaje en Chile a partir de la mitad del siglo XVII.

Martín Fierro de José Hernández y Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes se erigen como expresión de la literatura gauchesca argentina, retratos de las costumbres y valores de estos trabajadores de la ganadería del cono sur.

Finalmente evocamos al brasileño Euclides da Cunha y su libro Los sertones, narrando el impacto de las sequías en la vida de los sertaneros y sus conflictos con el ejército.

La literatura y la ruralidad seguirán siendo fuente de historias y de luchas

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