“Es fácil encontrar relatos falsos que hacen caer al crédulo en la trampa. Mucho más difícil es encontrar tratamientos escépticos. El escepticismo no vende.Es cien, mil veces más probable que una persona brillante y curiosa confíe enteramente en la cultura popular para informarse [que en la ciencia]” Carl Sagan (1995, p.22) [i].
¡No me vaya a decir que no se ha enterado del poder curativo del “pelito sanador” [ii]! o que no sabe que el coronavirus se elimina “con aguapanela caliente, bicarbonato y limón”, como afirma Don Moisés, un paciente ibaguereño que se curó de COVID-19 [iii], y mucho menos, que desconoce la “gran conspiración” de Elon Musk y Bill Gates para controlarnos mediante una vacuna nanotecnológica que junto con la instalación de la red 5G afecta la salud del mundo debilitando el sistema inmune, mientras nos venden la idea en los medios de comunicación de que es algo llamado “COVID-19”, tal como afirma David Icke [iv].
Si usted hasta ahora se entera de estas cosas, o las descarta con facilidad por considerarlas poco fiables, lo felicito. De algún modo, usted ha logrado desarrollar un sentido escéptico y crítico frente a la información que llega a sus manos, y de seguro no caerá en la tentación de reenviar cuanto mensaje llegue a su móvil, o creer cuantas cosas pasen por su televisor o le cuente algún conocido. Usted hace parte del selecto grupo de ciudadanos educados que cuentan por lo menos con criterios científicos, tecnológicos y éticos que le permiten navegar con “seguridad” en el mar de des- información que a otros ahoga a cada instante.
Con lamentable sorpresa descubrimos que son miles los que caen y difunden noticias falsas permanentemente entre teorías conspirativas, pseudociencia, profecías, magia o fenómenos “milagrosos” que prometen ser cura del COVID-19, o que no hay tal cosa como el virus y lo que esto demuestra es que está en jaque nuestra educación.
Nunca antes fue tan evidente la credulidad, la ingenuidad y la falta de criterios de la población en general como ahora, tal como lo afirma Habermas: “Nunca habíamos sabido tanto de nuestra ignorancia” [v]. Pero hemos de dejar claro que esto va más allá de no saber qué es un virus, o de no comprender que lograr una vacuna demora meses, sino que cuando la ignorancia se junta con el poder la vida de las personas de países enteros está en juego.
Por eso mientras médicos y científicos combaten una guerra contra este virus que cobra las vidas de las personas más vulnerables y de los países menos preparados, asistimos con sorpresa a hechos lamentables y contradictorios, como que países como EE. UU., Inglaterra, Italia o España con un aparente “alto nivel de desarrollo” estén aportando algunas de las mayores cifras en víctimas por COVID-19.
Aunque esta contradicción se resuelve cuando entendemos que el problema no está en la capacidad económica o médica para hacer frente a la crisis sino en la ineptitud de muchos gobernantes y “expertos de bolsillo” que minimizaron los riesgos, hicieron prevalecer ideas de conspiración o cálculos políticos, electorales y utilitaristas por encima de las consideraciones científicas y éticas que debieron priorizarse para salvar las miles de vidas que ya se han perdido. Si bien es cierto que nadie estaba preparado para una pandemia, también lo es que la ciencia ya había establecido parámetros ante situaciones como esta. ¿Acaso la demora fue entender la ciencia que nunca habían entendido o dudar de todo sin fundamento, como muchos acostumbran?
En Colombia la situación no es más alentadora dado que se evidencian cálculos similares traducidos en los tardíos cierres de fronteras y de aeropuertos, o la evidente descoordinación entre el mandatario nacional y los mandatarios locales cada cual atendiendo a sus “expertos”, lo que duró hasta que la pandemia nos llegó en serio con cifras crecientes y todos por “arte de magia” se dieron cuenta que ya iban tarde para lo que se debía hacer.
Así mismo vamos con las ayudas humanitarias dadas por el gobierno, las que se anuncian populistamente por televisión pero cuando la gente sale a la calle no son reales aun; y ni hablar del monto de las mismas que no alcanza a dar la talla de la avaricia de muchos comerciantes que encarecen precios ante la pandemia o de gobernantes que hacen contratos evidentemente corruptos favoreciendo sobrecostos en mercados para los más vulnerables.
Y ni qué decir de los supuestos “fallos” de la página web, según el gobierno, donde se debe verificar si usted es beneficiario al Ingreso Solidario, que tiene más de 20.000 cédulas inválidas [vi] a las que se les asignó una ayuda económica. ¿O es corrupción o es una negligencia inaceptable?
Así mismo, hace apenas unos días Colombia solo tenía una única máquina para para acelerar las pruebas del COVID-19 [vii], pero ante el ofrecimiento de 2 máquinas por parte del gobierno de Venezuela [viii] convenientemente el gobierno guardó silencio y luego afirmó que no eran compatibles con las pruebas que se hacían en Colombia [ix].
Así que, ante la precaria dotación médica y tecnológica con la que cuenta el país y la incapacidad de varios encargados de escribir legiblemente la rotulación [x] de las muestras de posibles contagiados de COVID-19 para poder ser analizadas, es claro que la discriminación a la que se han visto expuestos los trabajadores de la salud no solo evidencia nuestra ignorancia sino un sentido de lo humano y la solidaridad que debe ser cuestionado, así como debemos preguntarnos por la salud mental de muchos que mediante redes sociales expresan su crisis al vivir un encierro con quienes hasta hace poco eran su familia y la violencia intrafamiliar que en muchos hogares estalla.
Es más que evidente que nuestra educación está en crisis, y no lo digo por la falta de recursos, equipamiento y formación que parece ser una constante inaceptable en el país, sino por el currículo que ha sido quebrado por la realidad de esta cuarentena. No podemos seguir enseñando lo mismo, ni de la misma manera.
El enfoque que debemos implementar es “educar para la vida”, lo que significa inicialmente formar en valores y habilidades sociales básicas como saludar y poder iniciar una conversación con quienes compartimos un techo, desarrollar empatía y tolerancia para poder respetar la diferencia y desplegar la solidaridad en la sociedad. Con ello podremos eliminar la discriminación que se esconde tras el miedo y la ignorancia, por lo que debemos aprender de ciencia, una real y aterrizada, una significativa que establezca un espíritu escéptico en las nuevas generaciones y evitemos que en tiempos de crisis compartamos errores o falsedades por redes sociales sin filtro alguno.
Un adecuado espíritu científico y crítico permitirá a su vez a las personas forjar la habilidad de tomar decisiones y resolver problemas sociales y personales donde la tecnología se ha de poner en juego todo su potencial para algo más que hacer memes. Pero en el mismo sentido, no se puede seguir desarrollando la innovación o la ciencia sin el debido cuestionamiento de la filosofía y/o de la historia, ya que no puede seguir siendo posible que desconozcamos antecedentes de esta pandemia como la “peste negra”, y que actuemos como siervos medievales que buscan culpables antes que comprender lo que pasa y sus causas. Debemos salir del rebaño.
La ignorancia no puede naturalizarse, como tampoco puede naturalizarse enseñar cosas inútiles y sin significatividad escudados en la promesa de un futuro en el que “tal vez” llegue a ser útil. Basta de futuros inexistentes que justifican currículos, clases y docentes anquilosados en perversas prácticas pedagógicas. Si no podemos mostrar en el valor hoy de lo que aprendemos y enseñamos, quizás estamos a destiempo o no tiene valor hoy. No obstante, debemos seguir aprendiendo a escribir y escribir bien (y no solo mediante un teclado) para evitar que procesos importantes se vean afectados por mala caligrafía o pésima ortografía como ya vimos con las pruebas de COVID, ya que es básico poder comunicarnos bien, así como lo es leer crítica y competentemente textos y contextos, libros y el mundo porque no hay nada obvio en el mundo.
Debemos fortalecer la autonomía así como la ética y evitar la necesidad de militarizar las ciudades para que las personas no salgan en medio de una cuarentena, pero también debemos formarnos para cuestionar que haya gente que deba elegir entre salir a exponerse a un contagio para llevar pan a la mesa y quedarse en casa a morir de hambre o poner un trapo rojo en la ventana esperando que alguien les brinde algo de comer.
Una vez elevemos nuestra educación a un nivel donde las ideas, la ciencia, el arte, la filosofía y la literatura sean adecuadamente valorado, la sociedad estará lista para elegir gobernantes capaces y aptos, y dejaremos de lado la falsa idea de que la política se hizo para robar o que la corrupción es propia del ser humano, dejaremos el “hambre de robar” lo público y nos dará vergüenza ser parte de quienes acaban con el país con la violencia, la inacción o la corrupción; así mismo tendremos una conciencia ambiental que permita tomar acción en el mundo y no solo lamentarnos por las especies extintas, y comprenderemos que aunque nos gustaría encontrar la cura para el COVID-19, no la encontraremos en un “pelito sanador en medio de una biblia” y sí, tal vez, en el desarrollo de nuestra educación y nuestro sentido crítico y científico.
Referencias
[i] Sagan, Carl. (1995), El mundo y sus demonios, Barcelona, España. Editorial Planeta.
[ii] Críticas a mujer de ‘pelito sanador’ por supuesta cura del coronavirus
[iii] Así derroté al coronavirus
[iv] Coronavirus: YouTube tightens rules after David Icke 5G interview
[v] Habermas: nunca habíamos sabido tanto de nuestra ignorancia
[vi] Registraduría Nacional identificó 23.283 cédulas inválidas para reclamar ayudas
[vii] Daño en máquina frenó procesamiento de pruebas para coronavirus
[viii] Venezuela dice que Duque rechazó las dos máquinas de COVID-19 que ofreció Maduro
[ix] Máquinas de Maduro no son compatibles con pruebas para COVID-19 en Colombia: Duque
[x] Fallas en rotulación demorarían obtención de datos sobre coronavirus: viceprocurador