Uribismo y unanimismo: lo mismo
Opinión

Uribismo y unanimismo: lo mismo

Por:
junio 16, 2014
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Si bien escribo esta columna el viernes previo a las elecciones, para el momento en que se publique ya se conocerá el nombre del nuevo presidente y la publicación de artículos febriles relacionados con el tema se habrá comenzado a diluir en esa suerte de ecosistema noticioso entre futbolero y farandulero que suele dominar el espectro comunicacional de Colombia.

Aquí entonces mi aporte a esa transición entre impresentable y necesaria.

Pensaba durante la última semana lo preocupante que resultaba que ante la prevalencia del tema de la paz como eje del debate presidencial, se relegara a un plano secundario otros temas esenciales para la construcción de un modelo de país deseable. Y pensaba específicamente en un asunto: la definición de una nación plural versus la opción del unanimismo.

Si bien Santos no encarna el epítome del reformista liberal, su postura dista mucho de la del uribismo, para el que no existe más que una forma "respetable" de ciudadano, un modelo único de familia, un único bando "bueno", un único dios defendible, un único modelo económico, todos ellos o postulados o encarnados en su líder: el único mesías incuestionable.

Los escándalos, los agravios y los insultos dominaron el panorama de las elecciones y en esa medida se diluyó la esencia de lo que estaba en juego: la opción entre un país en el que cupiéramos todos y otro en el que un sanedrín incuestionable decide quienes son dignos de llamarse buenos y quienes no.

No sé, a la hora de escribir estos párrafos, quién será el nuevo presidente de mi país. Lo que sí sé, es cuánto urge defender el sueño de tener un país donde tengamos derecho a ser diferentes, a pensar distinto, a disentir, porque la opción alternativa, la del unanimismo impuesto, sería catastrófica.

 

DERECHO

Tenemos en la cabeza
cincelados los derechos,
¡bendita sea, de hecho,
la revolución francesa!
Pero la vaina no es esa
sino que la amnesis —¡Oh gloria! —
se ensaña con nuestra historia
y toca, a grito cantado,
al club del desmemoriado
refrescarle la memoria.

Tenemos derecho a cierta
sobredosis de pecados
y a usar los libros sagrados
para abonar una huerta,
para cuñar una puerta,
para guardar los recibos.
Que tiemblen los erosivos
vendedores de preceptos:
para todos sus conceptos
sobran anticonceptivos.

Derecho a cambiar de trenes
de sexo, de dios, de idea,
de superhéroe, de aldea,
de equipo, de amor, de genes;
y si no lo aceptas tienes,
como todo analfabeta,
derecho a su pataleta
hasta que un buen ciudadano
de Constitución en mano
venga y te calle la jeta.

Y tengo derecho ¡ojo!
a expulsar de mi parnaso
a políticos, payasos,
mamertos y boquiflojos;
un mandamiento yo escojo
de aquí al dintel de mi fosa:
amar a todas las cosas
por encima de dios padre,
griten, escupan o ladren
los que nos ponen esposas.

Derecho a esquivar el podio,
a eludir la competencia,
a valorar la existencia
no como el ángel custodio
para quien un episodio
vale si, a puño o a codo
llego a la meta de modo
que nadie llegue primero.
Más que al mejor zapatero
busco al más feliz de todos.

A desechar tres razones
para creer en las cosas:
autoridad porque osa
presumir de pantalones,
revelación pues supone
que tu inteligencia es nada
y tradición por su helada
lección  de autosuficiencia.
Si no me dan evidencias
el resto son babosadas.

Tengo derecho a reírme
de quien se emborrache y luego
biblia en mano, lance fuego
contra el cannabis y afirme
que hace falta pulso firme
para salir adelante.
Quien chupe anís embriagante
y hable de hierba espantosa
solo es una u otra cosa:
muy falso o muy ignorante.

A que el amor me conmueva
sin importar el estuche,
a que el arzobispo escuche
desde el sopor de su cueva
el son de la luna nueva
bailado por dos mujeres.
¿Quería borrar placeres
y arrebatarnos el saldo?
¡pues tenga señor del caldo
las dos tazas que no quiere!

Derecho a que no me digan
cuál es el modo correcto,
cuál el camino perfecto,
dónde vaciar la vejiga,
ni Castro ni Ronald Reagan
ni Bakunín, ni sor Juana;
tengo derecho a una sana
vocación por la estampida
y a dilapidar mi vida
como se me dé la gana.

 

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Sobre mi despedida de Las2Orillas

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