En un ejercicio de resiliencia, debemos analizar con estoicismo las cosas, en potencia, positivas que deja para la humanidad el famoso bicho conocido como coronavirus. En el mundo, aún más en países en desarrollo como el nuestro, gobiernos y sociedad en general han dado preponderancia a los últimos eslabones de las cadenas productivas, como son el procesamiento o transformación, y la comercialización de los productos agropecuarios, en manos de grandes monopolios que se quedan con la mayor parte de la torta.
Hoy, ante el confinamiento y la imposibilidad de operar las grandes manufacturas y superficies de comercialización, es ese primer eslabón de la cadena, el campo y nuestros campesinos, quienes salvan al mundo del hambre y la zozobra. De qué vale el oro en los sótanos de los bancos estatales, el petróleo qué duerme el sueño de los justos en las profundidades de la tierra, el vil metal y el dinero de papel que engordan cuentas corporativas o personales en los paraísos fiscales, los lujos y bienes ostentosos que satisfacen vanidades humanas… Ninguna de estas, per se, conjurará el hambre, si no hay campesinos que siembren, cultiven y provean el alimento… Punto.
Después de la pandemia, el mundo no será el mismo, la vida no será igual. Si gobiernos y sociedades de consumo no aprendemos de esta gran lección que nos ha dado “la naturaleza”, por darle algún origen a la situación, sin acudir a veleidades o conjeturas científicas, habremos perdido la oportunidad histórica jamás vivida para “aplanar la curva”, pero de las infames, indignas, inhumanas e inconmensurables desigualdades del mundo. O cambiamos, o cambiamos, pero para bien… Así de sencillo.
Por encima de los seudopoderosos del mundo que hoy bravuconean y vociferan como bestias, sin hacerse a la idea que entre más pelen el cobre y muestren lo más bajo de la condición humana más impotentes son, hay un “insignificante” y microscópico bicho que hoy, en esta terrible coyuntura del tiempo, es el “puto amo”: el coronavirus, que si bien engendro perverso de la naturaleza, tiene a sus pies la humanidad entera, la confinó a sus anchas y la obligó a repensarse en toda su dimensión, so pena de desaparecer de la faz de la tierra, como los dinosaurios. Digo.
