Cuando en España e Italia las cifras eran de más de ochocientos fallecidos por día, las noticias desbordaron en mí el marco lógico del entendimiento y lo cotidiano. Súbitamente mi mente entró en otro estado.
El mundo, sincronizado, se suspendió como en un mito de la peste. Toque de queda, calles vacías, militarización. Todos los controles restrictivos, propios de una dictadura, fueron clamados, activados y normalizados. Nosotros mismos, que rechazamos estas medidas en las protestas de noviembre, pedimos al gobierno su implementación. Así los motivos sean radicalmente distintos, interiorizamos la experiencia de un control brutal. No sé si nos dimos cuenta, pero hicimos todos simulacro del control totalitario en la era digital. Se creó un estado de excepción global. La democracia, la economía, la vida se suspendió para entrar en la excepción: la cuarentena.
Anuladas las relaciones presenciales, los espacios de trabajo y nuestra realidad espacial y física, habitamos la virtualidad para reconocer que desde hace años nuestra vida transcurre en una pantalla. Excitada la frivolidad, aceptamos el autoengaño de que hemos aprendido a vivir en soledad o que al fin nos dimos cuenta de qué es lo esencial, y no, no creo que nadie se haga mejor persona. Tampoco creo que esto muestre a nadie el fundamento de la vida. Si este se ve, será en la cotidianidad de todos los días. No en la excepción.
En mi fuero interno no creo la teoría del murciélago, me importa nada no poder sustentar la creación científica de un fenómeno que geopolíticamente es tan perfecto. Tuve recuerdos brutales de cuándo sentí una tensión así. Recordé dos cosas: el Anthrax, en 2001, cuando escuché por primera vez que el futuro estaría lleno de ataques químicos. Y claro, las Torres Gemelas. Recuerdo que los medios repitieron, como en loop al infinito, la imagen de los aviones contra las torres, mientras los periodistas comentaban cualquier barbaridad sobre lo que vendría. Incluso, fueron capaces de mostrar que entre las brumas del humo se vio una silueta del diablo. Hoy, después de estudiar cuatro años los medios de comunicación, entiendo el efecto psicológico que todo esto buscaba en mentes como la mía, de doce años. La estimulación brutal del miedo y la aceptación tácita e inconsciente de una realidad que le seguía basada en la guerra y la invasión de Oriente Medio. Pensé en dos o tres noches de insomnio que ahora pasaría algo semejante, y que la intensidad comunicativa en las pantallas provocaría el shock psicológico en las masas para borrar el estado presente, sobre exaltar el miedo, e instalar la nueva doctrina en el bombardeo de narrativas.
Entiendo que los medios funcionan por la simple lógica de emitir mensajes y proyectar imágenes que el espectador no va a racionalizar, pero que se almacenan en su inconsciente, en su memoria y en su centro emocional. Las imágenes de tablas, curvas y datos del virus superpuestas a las imágenes de subidas y caídas de la bolsa, de indicadores económicos y estados financieros, alternándose una tras otras, mientras se muestran calles vacías o flujos de gente absolutamente controlados y el narrador en televisión repite las palabras “fronteras”, “extranjeros”, “recesión”. Todo esto sustentado en los datos y el paradigma científico. Nada que no sea ciencia es válido.
Es fácil, como cuando dicen que va a subir un populista al poder, crear el estado del pánico. A eso se le agrega un adjetivo: “económico”, por ejemplo. Bombardeándote con el dibujito microscópico y molecular del virus que te advierte todo está infectado, que no lo ves, que no lo percibes, que es intangible, que no lo captan sus sentidos. A este estado psicológico, emocional y televisivo se le agregan números y se configura la crisis. Al tiempo que ésta se construye, se prepara la Salvación.
La palabra “virus” tiene una carga inconsciente muy poderosa y sobre la cual poco y nada reparamos. Tiene dos sentidos: es una enfermedad biológica y es un daño del software y ambas se transmiten. Estamos conscientes del primer sentido pues es la realidad sanitaria. Del segundo no, y es que hace rato nuestro inconsciente está integrado a la tecnología y ante esta brutal estimulación “viral” del “virus” se activó el miedo inconsciente al colapso que hemos cultivado una generación digital. Hay una realidad física y biológica y otra electrónica-virtual y comunicativa, y son distintas, aunque sea tan difícil verlas por separado, ésta última, que es sobre la cual hablo, es la narrativa del COVID-19: la forma en que fue comunicado y su poder de creación de crisis. Es hora de que, como usuarios de Internet, en los primeros años de la era digital, despertemos la conciencia de que toda realidad mediática es una construcción de palabras e imágenes. Y que de esto pueden derivar efectos económicos y políticos brutales en la masificación de Internet.
Hago un barrido de noticias, no quiero profundizarlas. La mayoría de los medios son agencias mediocres de propaganda política. Pero la repetición de las palabras y las imágenes programan la mente. Con el COVID19 las palabras "recesión", "virus", "confinamiento", "hambre", "aislamiento", "fronteras", "reestricciones", "muertes", "control", "mercados", "obligatorio", "global", "economía"... se repitieron y reiteraron directa o subliminalmente en la intensidad de los medios de comunicación, en la estimulación emocional del miedo. Pero fundamentalmente la palabra y la idea del “extranjero”. El “virus chino”, como dijo Trump. El llamado a cerrar las fronteras, la narrativa de que el virus llegó por el “extranjero”, y el bombardeo mediático con argumentos xenófobos y racistas y estados de pánico financiero.
Nos hemos trasladado al mundo virtual, como las pesadillas distópicas del futurismo. Seres controlados por la pantalla. Gobiernos que nos hablan personalmente por la pantalla. Puestos de trabajos fijos en la pantalla. La realidad controlada. En China la tecnología permitió mitigar la pandemia y controlar el aislamiento a través de aplicaciones que alertaban el movimiento de una persona. Entiendo que todas las restricciones que imploramos, como sentido común, para mitigar la pandemia, eran apenas justas. Lo poderoso y contradictorio, estoy seguro, es que las formas de control desarrolladas no se quedarán únicamente para estados de emergencia sanitaria, sino que se insertarán en los esquemas de vigilancia, control y administración regular de la vida social de aquí en adelante. Más que siempre.
Hace años entendí que la ciencia y tecnología encierra la contradicción de desarrollar una sociedad en la satisfacción de sus necesidades, al tiempo que cultiva su autodestrucción. Pienso en el holocausto y la guerra y que la tecnología que lo permitió fue un pico de la ciencia electrónica, nuclear y mecánica para el siglo XX. Ahora no dudo que pasa lo mismo y que Internet gobierna nuestras vidas, casi tanto, como el capital. No dudo tampoco que la contradicción que temo está por desarrollarse: ahí donde pareció una ventana al nuevo milenio y la libertad de información, se fundamenta las formas de control y totalitarismo más grande que no hemos visto, pero están por hacerse evidentes. Y aunque sea un delirio pienso que el tapa-bocas, símbolo de la pandemia, incuba también una metáfora del futuro de la libre expresión.
No busco argumentos lógicos para explicarme nada. Solo cedo a mi sensibilidad. Yo, que nací en diciembre del 89, celebré hace poco los treinta años de haber nacido un mes después de la caída del Muro de Berlín y la promesa utópica de las libertades. Se sabe que el capitalismo fracasó en su búsqueda, si es que la tuvo, de dignificar materialmente la vida humana. Cualquier sistema, por mejor diseñado que esté en el papel, no dejará de ser un experimento histórico con los errores propios de su época. Ahora que se levantan las voces progresistas, con razón, exigiendo mecanismos de equidad y sistemas de regulación del capital, no dejo de pensar que para llegar a eso falta muchísimo pues ya hay una estructura económica y moral que nos precede y no desaparece fácil. Cuando dicen que el capitalismo está amenazado me parece una inocencia. Mentalmente a la vida humana la gobierna el dinero. Hacer entender que el ser humano está por encima del dinero es una transformación de valores y cultura que puede tomar siglos, que por más poderosa que sea esta pandemia, no alcanza para tanto.
Y entonces veo que pronto saldrán el FMI, el Banco Mundial, el BID y cualquier fondo global para prestar dinero a todos los países e iniciar la recuperación. Para endeudar, sí, como se construyeron los sistemas financieros contemporáneos: a través del endeudamiento, el interés, y el crédito.
En este momento estamos sujetos al capital. La recesión. La gente no tiene plata. Hay desempleo. Se necesitan nuevos valores, sí, cambios, claro, pero primero, necesitamos dinero. Y eso lo saben estos fondos y también China y Estados Unidos. Qué me importa quién sea ahora la nueva potencia global, si ambos, una vez sanen su propia recesión, saldrán a endeudar a la Unión Europea y los países pobres de oriente, y está claro que la hermosa Latinoamérica quedará empeñada debiéndoles todo, más que antes. ¿Y lo notaron? África estuvo tan excluida que no apareció ni en las noticias. No soy iluso, y sé que la solidaridad global no es tal, porque la economía y el capital incubó la naturaleza del interés, la ganancia, la oferta y la demanda.
Por esto pienso que en esencia el COVID-19 no cambia nada, sino que profundiza la desigualdad global. Se viene una orgía del capital, préstamos, créditos y endeudamientos para que los países pobres y en desarrollo levanten su aparato productivo. Esto a nivel gubernamental. La clase media trabajadora, en cambio, no tiene más opción que recurrir a un banco para iniciar cualquier proyecto, comprar su casa, tener su familia, montar un negocio. Ningún asalariado promedio puede hacerlo sin un crédito. La deuda es el mecanismo de supervivencia. En medio de la cuarentena y posterior, los gobiernos saldrán primero a rescatar a los empresarios y los bancos, para que sean estos, a su vez, los que endeuden a la clase media y trabajadora.
Pero además el sistema no funciona únicamente por comprar y vender, sino por valores, ideas de vida, y necesidades de consumo. Entonces apareció esta narrativa hipócrita de que la cuarentena nos enseñó a ver lo esencial. No creo en eso. No creo que exista un replanteamiento moral tan profundo solo por el aislamiento. En cambio, pienso que esta es una generación que inaugura y saluda a los nuevos dueños que no son China ni Estados Unidos, sino, primero, Sillicon Valley y la industria de Internet, datos e Información, pues en la supresión de nuestra realidad física en el aislamiento, habitamos todos las naciones digitales. Estar conectado es un estado de conciencia y en sí mismo un sistema. La conexión es el proyecto político y económico del siglo XXI; segundo, el poder global que representa el Banco Mundial, el Banco Interamericano y el Fondo Monetario. Fortalecido será el sistema financiero.
Este 2020 abrió el portal de una nueva década. Si pensamos como paleontólogos, la evolución humana en miles de millones de años, pues este es un pequeñísimo periodo de esa evolución. El coronavirus no es más que otro momento de alteración del orden, de ruptura y de transición a nuevas circunstancias, tal como lo son las guerras o los desastres naturales que suceden periódicamente en la larga historia. Pero, claro, nunca hubo la suspensión total de todo. Esto es de verdad histórico, pues el mundo nunca estuvo tan conectado, no únicamente por la tecnología de comunicación sino por las organizaciones del poder global que en una imagen épica para la historia hicieron que todos los poderes nacionales, alineados, al unísono, sincronizados, suspendieran todo.
Al cabo reproducimos mitos y la peste está en todas las mitologías. A veces selecciona, a veces separa, como entre quienes se salvan y no, entre quienes sobreviven mejor y quienes quedan a la deriva. Pese a todo, en esta perspectiva mediática, comunicativa y por tal política, el virus es un ciclo que tarde o temprano se va a cerrar.
Hasta ahora sabemos que todo evento masivo fue aplazado excepto las elecciones de Estados Unidos. Muchos piensan que Trump dice cualquier cosa que le venga a la cabeza y por eso reproducen sobre él un imaginario de estupidez. Nada más equivocado. Es claro que su cálculo ante los medios y sus declaraciones públicas son medidas y pensadas para causar todos los efectos que causa, pues entendió muy bien que la pantalla es una dimensión política y actúa en ella como lo hacía en televisión. Espectáculo. No dudo un segundo que será reelecto, no solo porque él y su equipo son geniales en la publicidad política y el marketing de medios, sino porque durante estos dos meses vivimos una programación mental masiva a través de los medios de comunicación. La narrativa del COVID-19 llevó implícita la palabra y el factor “extranjero” y estimuló en lo más profundo la emoción del miedo incubando un terreno perfecto para el discurso xenófobo y antinmigrante de Trump. Una nueva era de nacionalismos, fascismo y desigualdad brutal de la economía global ha comenzado.
Pero por esto, como dos fuerzas eternas que permanecen en contradicción, una nueva visión del mundo aparecerá como el horizonte utópico de equidad y valores justos en las formas propias del siglo XXI.