Evert Bustamante es un exguerrillero del M-19 que tomará asiento en el Senado de la República el próximo 20 de julio. Muy bueno que lo haga. Cincuenta años de violencia, cientos de miles de muertos, millones de desplazados y miles de mutilados deberían indicar, a cualquier persona cuerda, que ya es hora de solucionar nuestros conflictos de manera pacífica. Las personas tolerantes y pacifistas creemos que es preferible ver a los insurgentes haciendo política que tratando de imponer sus ideas con las armas.
Gustavo Petro y Antonio Navarro son otros dos ejemplos de exguerrilleros en la política. Uno es el alcalde de la capital de Colombia y el otro fue gobernador del departamento de Nariño. Estando en el poder, jamás han chuzado a sus opositores ni los han perseguido, ni los han expropiado, ni los han mandado a matar. Siempre, independientemente de su ideología y del modelo económico que aplican, han mantenido una actitud legal frente al país y frente a la justicia. No se les conocen escándalos de corrupción. Esto significa que han hecho honor a su lucha y a la palabra empeñada en el momento de desmovilizarse.
Sin embargo, la derecha colombiana y especialmente la que milita en la secta del expresidente Uribe, no ceja en su empeño de matonear a los exguerrilleros que optan por la política. Les dicen terroristas, castrochavistas, asesinos, mamertos, guerrilleros, les piden que se vuelvan para el monte para poderlos “fumigar” y hasta se refieren a sus madres con los peores calificativos. Y frente al proceso de paz del gobierno con las Farc, manifiestan con un odio que raya en el fanatismo, “que primero muertos”, es un decir porque su valentía no pasa de Twitter, a ver guerrilleros de ese grupo ocupando las sillas del Congreso. Prometen guerra si eso llega a suceder. Prometen incluso, si ganan la presidencia con Zuluaga, desconocer lo pactado hasta este momento en La Habana y suspender los diálogos de paz. Argumentan, y en esto les cabe razón, que es muy mal ejemplo para las futuras generaciones que alguien que cometió delitos de lesa humanidadpueda sentarse en el recinto sagrado donde se fabrican las leyes del país y menos que pongan sus pies en el Palacio de Nariño.
Esa es su doble moral.
Ellos mismos, durante el gobierno de Uribe aceptaron que personas que cometieron delitos de lesa humanidad ocuparan, aunque fuera por unas pocas horas, las instalaciones del Congreso de la República. Lo hicieron Salvatore Mancuso, Ramón Isaza y Ernesto Báez, a quienes dos congresistas del uribismo, Eleonora Pineda y Rocío Arias, recibieron en Catam con sendos vestidos de paño oscuros con los que aparecieron en el Salón Elíptico para pronunciar largos discursos para referirse al heroísmo de las autodefensas. Y eso no es todo. La mayoría de congresistas presentes, los aplaudieron de pie, durante varios minutos cual héroes de la patria. El mismo presidente de la República de la época, Álvaro Uribe Vélez, quien organizó toda la logística para que los paramilitares estuvieran en el Congreso apoyó el desmán con estas palabras: "Desde que haya buena fe para avanzar en un proceso, no tengo objeción a que se les den estas pruebitas de democracia. Creo que se sienten más cómodos hablando en el Congreso que en la acción violenta en la selva".
Molesta esa doble moral porque sus palabras son totalmente opuestas a lo que dice hoy, cuando no es él quien desea llevar a estos criminales al Congreso. Tampoco dijo nada cuando los paras estuvieron en Palacio, aunque en esa oportunidad sí debió temer a la opinión pública porque hizo ingresar a alias Jonas y su corte por la puerta del sótano de palacio.
Pero eso tampoco es todo. Luego de hablar durante casi dos horas en el Congreso, los tres paramilitares fueron llevados a la Clínica Santa Fe. El comisionado de paz de la época, Luis Carlos Restrepo, les consiguió citas para chequeos médicos. Y no estoy diciendo que esto sea malo. Son actos humanitarios a los que nadie se debiera oponer. Estoy diciendo que no se puede medir con distinto rasero a los criminales de derecha, que son iguales a los criminales de izquierda.
Pero si quieren más pruebas de la incoherencia y doble moral de Álvaro Uribe, sepan que el exguerrillero del M-19 Everth Bustamante, quien tomará posesión en un mes en nuestro sagrado Congreso de la República es, nada más ni nada menos, que un miembro del Uribe Centro Democrático. Ocupó la casilla 12 de la lista del senador Uribe que obtuvo 19 curules el pasado 13 de marzo.
¿O sea, si el exguerrillero es del Centro Democrático es bueno, pero si es de otra corriente es malo?
Ñapa
Hoy unos pocos colombianos eligen al nuevo presidente de la República. Con cara pierde Colombia, con sello ganan la politiquería, la corrupción el abuso de poder, el clientelismo, el neoliberalismo que privilegia la desigualdad y la injusticia social que representan los dos candidatos. Dije “hoy unos pocos colombianos eligen” porque todo apunta a que será este el más deslegitimado y menos votado de los últimos presidentes y porque no haré parte de ese concierto para delinquir que significa un voto por Zuluaga o un voto por Santos.
Quienes votamos hoy en blanco le quitamos al próximo presidente nuestro permiso, nuestra autorización para cometer fechorías en nuestro nombre. No caeremos en la trampa de los medios que quisieron polarizar la campaña entre los candidatos que más le convenían a sus dueños. No caeremos en la trampa de votar por Zuluaga por miedo a las Farc, porque no es cierto que Colombia termine venezolanizada si se firma la paz con esa guerrilla. Tampoco caeremos en la trampa de votar por Santos por miedo a Uribe, aunque sepamos que de ganar, a su pobre candidato no le quedan más que dos opciones durante su gobierno: obedecer como un títere o ser traidor.