Cantaba el gallo su tonada de cada mañana. La misma que repitiese durante años, siempre a la misma hora, siempre en el mismo sitio: no más despuntar el alba sobre una rama del guayabo.
"Los campesinos necesitan tierra, la minería está desplazando a las comunidades, en los campos continúa el despojo y la violencia, para muchos sigue la guerra", advertía en su balada.
Y como todos los días, bajo la sombra del guayabo se congregaban a oírle otros animales. El caballo, el perro, el cóndor, la vaca, el burro, la hormiga… Algunos aplaudían, otros refutaban y no faltaba quien prefería guardar silencio.
Cuando el gallo concluía su tonada, algunos de sus espectadores tomaban la palabra y procedían a elevar su propio canto. "Hay jóvenes sin educación", mugía una; "hay niños con hambre", balaba alguien; "hay indígenas sin acceso a la salud", relinchaba el otro.
Era una bonita rutina que inundaba campos, montes y ciudades con el eco de su sinfonía. Y para los animales era tal su importancia, que cada uno regresaba a su manada, hato, rebaño o enjambre a compartir con los suyos el cancionero de la jornada.
Un día, las ramas del guayabo se estremecieron y vio el gallo pasar por el camino una larga fila de criaturas inusuales por esos lares. Zorros, loros, lagartos y otras bestias encabezaban el desfile. Pero ¡oh, sorpresa! También vio el gallo que detrás de ellos marchaban obedientes el caballo, el perro, el cóndor, la vaca, el burro, la hormiga…
— ¿Adónde van todos?— les preguntó el gallo a su paso.
— ¿Cómo? ¿No sabías? Ha llegado el circo, le respondieron ellos en coro antes de seguir de largo.
No tuvo entonces más remedio el gallo que ponerse a cantar a solas ese día cualquiera: "Los campesinos necesitan tierra, la minería está desplazando a las comunidades, en los campos continúa el despojo y la violencia, para muchos sigue la guerra".
Y durante un buen tiempo siguió el gallo cantando en soledad. De sus viejos amigos, durante un buen tiempo ni más.
— ¡Hey! ¡Caballo!— exclamó el gallo al ver al equino pasar bajo su rama. Habían transcurrido ya dos semanas desde la llegada del circo.
— ¡Gallo! ¡Tiempo sin verte ni oírte!— respondió el tipazo que era el caballo.
— ¿Se puede saber por qué no han vuelto ni tú ni los demás?
— Pues porque el circo no se ha ido.
— Ya veo, dijo el gallo. Bueno, pues anhelo de todo corazón que todos se estén divirtiendo mucho. Eso sí, espero que ninguno de ustedes se haya olvidado de mí.
Para serte franco, viejo amigo gallo, justo ayer me preguntaba de qué solían hablar las historias de tu canto. Creo que lo he olvidado, ¿puedes creerlo?— respondió el caballo, sin poder ocultar su vergüenza.
"Los campesinos necesitan tierra, la minería está desplazando a las comunidades, en los campos continúa el despojo y la violencia, sigue la guerra", cantó a pulmones llenos el gallo de inmediato.
— Cierto, cierto— relinchó el caballo, rascándose la cabeza. —Es una canción importante, ¿no es así?
— ¿Quieres que la cante otra vez?
— Lo siento, los demás ya están en el circo y no quiero perderme ningún detalle.
— ¿Tan bueno es el tal circo?
— No sé, la verdad, pero si no llego a tiempo, después no voy a poder seguirle el hilo de la conversación a los demás. Si vieras cómo se ponen todos cuando les digo que no entiendo de lo que están hablando.
— Y a todas estas, mi querido caballo, ¿se puede saber de qué tanto es que hablan, pues, en el tal circo?
— ¡Del viento! Sí, eso es. Del cuidado que debemos tener del viento por estos días de tormentas… o algo así— dijo el caballo después de haberse tomado su tiempo para responder.
— No digas. ¿Y no se habla acaso de nada más allá? ¿Por qué tantos días hablando de lo mismo?
En lugar de responder, el caballo agachó sus orejas y no tardó en aparecer en su gesto el anuncio de una confesión honesta:
— Gallo, por favor, esto que te voy a decir no se lo puedes contar a nadie.
— Ni media palabra a nadie— él se lo prometió con el ala en el corazón.
— Bueno, pues resulta y acontece que no tengo ni idea de lo que ocurre en el circo. Pero no soy el único, ¿eh? Igual andan la vaca, el perro, la oveja y los demás. A pesar de la carpa, las graderías y los algodones de azúcar, lo único que hacemos en el circo es ver una y otra vez el mismo aburrido espectáculo. Lagartos y urracas discutiendo, ratones y ratas anunciando el final de los tiempos, loros que se paran de cabeza con tal de que oigas sus advertencias de que el mundo jamás volverá a ser el mismo. Ya no sabemos ni qué es lo que ocurre en realidad. Ni siquiera sabemos por qué seguimos yendo. Pero por favor, gallo, que nadie lo sepa. Si los demás se enteran, seré el hazmerreír. Porque eso es exactamente lo que nos dijeron los zorros que puede llegar a pasarnos en caso de que no volvamos— concluyó el trotón.
— Bueno, pues no quiero que te retrases. Me saludas a los compadres y comadres, caballo querido.
Cruzaron miradas de cariño y se despidieron ambos animales. El tipazo que era el caballo siguió por el camino y el gallo volvió, dale que dale, a su misma melodía.
Pasaron y pasaron los días, y no cesó el gallo de repetir al alba su canción: "Los campesinos necesitan tierra, la minería está desplazando a las comunidades, en los campos continúa el despojo y la violencia, para muchos sigue la guerra".
Sin embargo, a los pies del guayabo solo recibía saludos y una que otra burla.
— ¿Todavía con lo mismo, gallito? Tienes que actualizarte, viejo, le soltó en una ocasión la vieja amable vaca.
— Cantate otra, gallo, que esa ya nos la sabemos. Ahora lo que está pegando es comentar sobre el peligro que es el viento, le largó alguna vez el burro.
Y así siguió la cosa durante semanas.
Pero como ocurre con los circos, así como siempre llegan, siempre se van. Y aquel no fue la excepción. No tardaron, entonces, en regresar cada mañana a los pies del guayabo el caballo, el perro, el cóndor, la vaca, el burro, la hormiga…
"Los campesinos necesitan tierra, la minería está desplazando a las comunidades, en los campos continúa el despojo y la violencia, para muchos sigue la guerra", cantó como cualquier otro día el gallo sobre la rama del guayabo.
Al terminar este su balada, cedió la palabra a sus colegas. Pero en lugar de rebuznos, relinchos o mugidos, un silencio se adueñó de la concurrencia. De golpe, ninguno de los animales recordaba ya su propia tonada.
La vieja amable vaca, por ejemplo, por más que frunció la trompa y se pasó la cola por el lomo, no consiguió acordarse de sus propias palabras. Aterrados, uno a uno los demás se fueron dando también por vencidos.
— ¿Es que nadie se acuerda de las cosas importantes que solían cantar?
— Aparentemente no, respondieron por ellos sus calladas muecas.
"Los campesinos necesitan tierra, la minería está desplazando a las comunidades, en los campos continúa el despojo y la violencia, para muchos sigue la guerra", volvió a entonar el gallo sobre la rama del guayabo, convencido más que nunca de lo que hacía.
Y no fue sino que el gallo carraspeara y afinara su voz para que de inmediato todos, sin falta, hicieran coro a su clamor: "Los campesinos necesitan tierra, la minería está desplazando a las comunidades, en los campos continúa el despojo y la violencia, para muchos sigue la guerra".