La ambigüedad de la catástrofe

La ambigüedad de la catástrofe

Mientras unos dan lo mejor de sí para afrontar la pandemia, otros solo buscan sacar provecho de ella

Por: Jhon Alexander Vanegas Vargas
abril 17, 2020
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La ambigüedad de la catástrofe

El coronavirus llego a Colombia el 6 de marzo, desde entonces su influencia ha permitido la irrupción de otros rostros y otros parásitos ocultos forzosamente en el afán del día a día. Rostros como el de miles de colombianos y colombianas olvidados, sin condiciones dignas, ni laborales ni de vida, y otros parásitos como funcionarios públicos que se alimentan de la tragedia y develan idiotamente la corrupción Estatal.

En esta época, miles de “héroes” y “heroínas” se encuentran entre la espada, el comparendo y la muerte. Es la realidad de los trabajadores formales e informales que deben salir de casa para sobrevivir. La de los trabajadores de la salud, mártires de la Ley 100, apagando incendios con jeringas. O la de campesinos, la de líderes y lideresas sociales, aplaudidos pues su trabajo hace posible en las urbes todo tipo de vida fitness, pero ninguneados en las sombras, asesinados por contratos leoninos y/o asesinos a sueldo.

En contraste, el virus de la corrupción, desafortunadamente hospedado desde hace décadas en las entrañas de funcionarios públicos, contratistas y banqueros, se alimenta de la tragedia y se manifiesta recientemente en escándalos como el del Ingreso Solidario, con personas inexistentes y fallecidas recibiendo este y otros subsidios estatales durante años, además de estar activas para votar. Y ni hablar del brote de sobrecostos, en cientos de millones de pesos, de varios contratos estatales firmados en el marco de la pandemia.

Quizá la vacuna al virus de la corrupción y a otros como el de la violencia, el narcotráfico y la demagogia no esté lista antes de tres generaciones de colombianos (espero). Las defensas del pueblo mejoran con condiciones de seguridad social dignas así como la garantía del cumplimiento de los derechos de salud, trabajo y educación.

Es cierto que nuestro destino ha estado marcado por la catástrofe y la ambigüedad, y que quizá por eso ser colombiano sea un acto de fe. También es cierto que los tiempos están cambiando y de qué manera. Que sea la oportunidad de cancelar una época e inaugurar otra, sabremos ganarnos el derecho a crear mundos nuevos.

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