Los casi 8000 kilómetros de Océano Atlántico que separan a Paramaribo de Ámsterdam son una distancia corta, en relación con aquella que separa al fútbol en Holanda del fútbol en Surinam. Sin embargo, de no ser por un puñado de futbolistas cuyos orígenes se encuentran en el pequeño territorio sudamericano, Holanda quizá no sería la potencia que es hoy en día y algunas de sus mejores páginas jamás se hubieran escrito.
El 25 de junio de 1988, la selección holandesa se enfrentó a su similar de la Unión Soviética por la final de la Eurocopa, que se disputó en Alemania Federal, imponiéndose por marcador de 2-0. La primera anotación a favor de los Países Bajos llegó luego de un cobro de tiro de esquina, con dirección hacia la cabeza melenuda del hombre con el 10 en la espalda. Sin embargo, antes de llegar a su destino, un defensa soviético rechazó el balón hacia el costado izquierdo, donde fue recuperado por Erwin Koeman, el ejecutor del tiro de esquina que volvía a paso lento. Sin pensarlo mucho, Koeman repitió el envío al área. Allí, Marco van Basten, quien apareció por el costado derecho incómodo para cabecear al arco, eligió dejarle el esférico al 10 de su equipo, al hombre conocido como el “Tulipán Negro”, quien conectó un frentazo cerca de la portería para dejar sin opciones a Rinat Dasáyev, quizá el mejor portero del mundo en ese momento. 1-0 cortesía de Ruud Gullit.
El segundo fue una obra memorable de van Basten. Un balón cruzado desde el costado izquierdo voló hasta encontrarse con la carrera del 12 holandés, en el lado opuesto del área soviética. En cuestión de segundos, sin mucho ángulo de tiro, más cerca de la línea de meta que del arco rival y presionado por un defensor, van Basten decidió soltar una volea de pierna derecha sin dejar caer la pelota, que se clavó de forma espectacular en el palo izquierdo del portero. Golazo histórico para el 2-0 definitivo.
Con esos dos goles Holanda ganó la copa más importante de su historia. El melenudo que había hecho el primer gol, el hombre del 10 en la camiseta, fue el encargado de levantar la copa, porque en su brazo izquierdo cargaba un brazalete que lo identificaba como el líder del equipo. Con una sonrisa brillándole bajo el bigote y con la impronta de sus dreadlocks, que le valieron el sobrenombre de “IlDiabolo Razta” durante su glorioso paso por el Milan, Gullit levantó la copa que certificaba a Holanda como el mejor seleccionado de ese torneo.
Pero el “Tulipán Negro” no habría vestido la camiseta de Holanda, ni habría anotado ese gol, ni tampoco habría levantado el trofeo más importante de la historia del fútbol holandés, si sus padres no hubieran emigrado hacia Holanda desde un pequeño país llamado Surinam, ubicado en una zona conocida como Las Guayanas, en el costado nororiental de Suramérica, entre Venezuela, el Océano Atlántico y Brasil.
La zona de Las Guayanas está formada por tres pequeños países: Guayana Francesa, que aun hoy es considerada región francesa y por lo tanto hace parte de la Unión Europea; Guyana, que fue colonia británica hasta su independencia en 1966; y Surinam, que está ubicada en el medio de las otras dos naciones.
Esta última, que comenzó llamándose Guayana Holandesa, fue explorada por Holanda al principio de la época colonial en el siglo XVI, y, sin embargo, las primeras colonias fueron establecidas por los ingleses. Fue después que los holandeses comenzaron a crear sus propias colonias en ese territorio, hasta que se quedaron con todo el control en el siglo XIX. Muchos habitantes de Surinam aprovecharon la calidad de colonia de su país para emigrar hacia Holanda y escapar así de los problemas raciales, socioeconómicos y políticos que enfrentaba la región.
Según un informe de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), hubo dos grandes olas de emigración. La primera de ellas ocurrió entre 1964 y 1971. Durante esos siete años, de acuerdo con un censo, el pequeño territorio sudamericano fue abandonado por aproximadamente 62.000 surinameses, de los cuales cerca de 57.000 se fueron a Holanda. La segunda tuvo lugar a partir de 1973, cuando hubo una cantidad de emigrantes idéntica a la primera, solo que en un período más corto. Para 1975, entre 130.000 y 150.000 surinameses vivían en el exterior.
Ese mismo año de 1975, más exactamente el 25 de noviembre, el país se independizó de Holanda y la emigración se detuvo. Sin embargo, a partir de 1978, el éxodo de surinameses al extranjero, especialmente a Holanda, volvió a reactivarse.
La CIDH no tiene datos concretos de emigración entre 1980 y 1985, debido a la cantidad de ciudadanos que salieron del país de forma ilegal, pero haciendo un cálculo poblacional, se puede deducir que aproximadamente 26.000 personas abandonaron el país en ese período. Para mediados de la década del ochenta, algunos estudiosos calculan que más de 200.000 surinameses vivían en el exterior.
Pero a partir de la segunda mitad de la misma década, muchos de ellos no pudieron volver a su país. Por motivos políticos, el gobierno de Holanda les negaba pasaportes para salir de su territorio, mientras que, a las personas que se consideraban opositoras al gobierno de Surinam se les negaba salir de ese territorio sudamericano de forma legal. El gobierno de Surinam solo permitía el reingreso de sus ciudadanos si se comprobaba que llevaban mucho tiempo viviendo en el exterior.
En medio de todo ese movimiento poblacional de miles de surinameses a Holanda, llegaron los padres de Gullit, quien nació en Ámsterdam en 1973, y con él el gol que empezó a darle forma a la única Eurocopa en la historia de ese equipo nacional. Gracias a la emigración, además de brillar con la camiseta de la “Oranje”, Gullit también pudo conseguir otros logros personales, como el Balón de Oro de 1987.
Pero el “Tulipán Negro” no es el único futbolista holandés que tiene una conexión con Surinam: Clarence Seedorf, cinco veces campeón de la UEFA Champions League y ganador del Mundial de Clubes de 2007, nació en Paramaribo, capital de Surinam, en 1976; Edgar Davids, campeón de la Copa UEFA de 1992 y de la Liga de Campeones de 1995, también nació en Paramaribo, pero en 1973; Aron Winter, campeón de la Copa UEFA con el Ajax en 1992 y con el Internazionale en 1997, es también originario de la capital de Surinam; Frank Rijkaard, quien también ganó la Eurocopa de 1988 junto a Gullit, además de ser campeón tres veces de la Liga de Campeones de Europa y la Copa Intercontinental en dos ocasiones, nació en Ámsterdam en 1962, pero es hijo de emigrantes surinameses; Patrick Kluivert, campeón de la UEFA Champions League en la temporada 1994/1995, además de la Copa Intercontinental de 1995, nació en Ámsterdam, en 1976, luego de que su padre emigró desde el pequeño país suramericano. Y la extensa lista continúa. Jimmy Floyd Hasselbaink, Romeo Castelen, Ryan Babel, Royston Drenthe y Urby Emanuelson son otros de los muchos ejemplos de futbolistas que han hecho su historia en Holanda y tienen un nexo con Surinam.
Esa cantidad de estrellas harían pensar que el fútbol de Surinam es uno de los mejores del mundo, o al menos, del continente, pero eso no podría estar más lejos de la verdad. La selección de ese país, suscrita a la Concacaf desde 1965, nunca ha jugado un Mundial, mientras que Holanda lo ha hecho en nueve ediciones, quedando subcampeones en tres ocasiones. Sin embargo, curiosamente, ninguno de los surinameses que han representado a Holanda estaban en la selección cuando el equipo logró los subcampeonatos mundiales.
Por el mismo camino de las comparaciones, mientras que el triunfo más importante de Holanda es la Eurocopa de 1988, el mejor resultado de Surinam es un triunfo en la Copa del Caribe de diez años antes, en 1978. En ese certamen, usado por la Concacaf para clasificar a algunas selecciones a la Copa de Oro los surinameses, también ganaron un subcampeonato en 1979 y un cuarto puesto en 1994 y 1996. En la Copa de Oro, mientras tanto, la mejor presentación fue un sexto puesto en 1977.
El equipo nacional de Surinam ocupa actualmente el puesto 129 en el escalafón de la FIFA, mientras que Países Bajos ocupan la posición 15, como mejor selección del mundo. La mejor posición de Surinam en ese ranking la consiguió en 2008, cuando ocupó la casilla 84, cuando estuvieron por primera vez en su historia entre los mejores 100 equipos del planeta. Holanda, por su parte, llegó a ser el mejor equipo del mundo en 2011 y nunca ha estado por debajo del puesto 25.
Cualquier persona podría pensar que Winter, Seedorf, Davids, Rijkaard, Gullit y Kluivert pudieron fácilmente dejar de lado los llamados a la selección holandesa y, en un inmenso acto de altruismo, formar parte del equipo nacional de Surinam para darle a ese país algunas alegrías futbolísticas de importancia. Sin embargo, una ley prohíbe a cualquier futbolista que haya hecho su vida profesional fuera del territorio de ese país suramericano vestir los colores del equipo conocido como “A-Selectie”.
Por esa prohibición, la selección nacional de Surinam es compuesta por jugadores aficionados que provienen principalmente de dos clubes locales: el SV Robinhood y el SV Transvaal. Este último equipo representa, quizá, lo mejor de la historia del fútbol surinamés: ganaron la Copa de Campeones de la Concacaf en 1973 y 1981.
Mientras tanto, el equipo holandés fue formado por profesionales pertenecientes a los mejores clubes del mundo. Además, tres de los clubes de la liga local de Países Bajos, la Eredivisie, son conocidos mundialmente por su palmarés: el Feyenoord de Rotterdam ha ganado una UEFA Champions League, dos UEFA Europa League y una Copa Intercontinental. El PSV Eindhoven ha triunfado una vez en la Liga de Campeones y otra en la Liga Europea. El Ajax de Ámsterdam ha ganado cuatro UEFA Champions League, una Copa de Europa y dos Intercontinental.
¿Qué hubiera pasado con el fútbol mundial si Winter, Seedorf y Davids no hubieran emigrado con sus familias, y si los padres de Rijkaard, Gullit y Kluivert no hubieran decidido salir de ese país? Es posible que el fútbol holandés no hubiera sido el mismo, que, quizá, el fútbol surinamés tuviera más renombre o que simplemente nadie tuviera ni idea de quiénes son esos magos del balón, que durante años nos hicieron delirar desplegando su talento excepcional en los estadios del mundo.