Recuerdo que hace algunos meses, antes del COVID-19, era desesperante para un amplio sector de la opinión pública escuchar a Iván Duque y a su vicepresidenta hablar denodadamente sobre Venezuela, envalentonarse contra Maduro y mostrar una creíble sensibilidad frente a una de las mayores migraciones en la historia de Latinoamérica.
Pero ahora todo cambió y como estamos en el momento del COVID-19, ni más de los que llegaron del vecino país: muchos con la esperanza de una mejor calidad de vida, otros pensando en seguir viviendo del Estado y, lo peor de todo, otros que vinieron a hacer daño.
Escuchar hablar al mandatario hace pocos días con soberbia en una de las emisoras públicas que este asunto de la atención a los venezolanos en plena emergencia es responsabilidad de los municipios y de los departamentos genera escozor.
Causa risa porque parece que viviera en otro país, como si no se diera cuenta que en lo que lleva su gobierno, de por si desfavorable según encuestas, los territorios son los que han tenido que cargar con esta migración destinando recursos para atenderlos (población cercana a los dos millones de personas y que en Bogotá llega a las 500 mil). Ah bueno, cabe señalar, que esta problemática viene desde el gobierno de Juan Manuel Santos. Pero que el actual mandatario no tomó medidas restrictivas al respecto.
De lo anterior, cabe destacar que desde los departamentos y municipios se han dado la pela por atender a esta población. Teniendo en cuenta que muchas zonas del país se ven limitadas por sus escasos recursos y aun así los respaldan, de lo contrario la crisis sería peor.
Pero bueno, para no seguir con esto, continúo con un asunto que es de mucha actualidad y es el relacionado con la empatía. Me pongo en el cuero de un venezolano al sentir que ese presidente que los respaldó tanto dejándolas las fronteras abiertas de par en par, ahora guarde silencio, y se lave las manos frente ante su compleja situación, debe ser decepcionante.
Ahora sí los “hermanos” van a sentir en carne propia una expresión como: ¿de qué me hablas viejo?
Frente a su problemática también debe ser inquietante saber qué se hicieron los recursos de los entes internacionales para solventar esa migración. Razón tenían los que protestaron hace pocos días en la Plaza de Bolívar de Bogotá, en plena cuarentena exigiendo ayudas. Pero infortunadamente no sé si sepan ellos que vinieron a dar en uno de los países con mayor corrupción.
De la misma manera, es bueno recalcar que no llegaron a un paraíso porque Colombia tiene serios problemas de inequidad, desigualdad, violencia de diferentes tipos, no hay hambruna porque esta tierra es bendita y para todos hay. Pero acá lo que se administra es pobreza. Debemos darnos por bien servidos.
En definitiva este ejercicio de la migración sin planeación, a corto o mediano plazo iba a reventar, pues eso pasó e infortunadamente: ¡No hay cama pa’ tanta gente!