Todos somos iguales frente a la pandemia, pero no frente a su tratamiento. El coronavirus le ha dado a reyes, deportistas famosos, músicos, jóvenes, bebés, personas mayores y ancianos, pobres y ricos. La enfermedad covid-19 ya está instalada en todos los países del mundo, sean grandes potencias o naciones pobres, algunas dirigidas con sabiduría, otras con fanatismo. Pero ha creado para todos y todas la misma tensión y las mismas situaciones extremas.
Lo que diferencia la crisis de un lugar a otro, de una clase social a otra y de una persona a otra, es la forma como resisten este golpe durísimo que nos está dando la naturaleza. Hay países que, a pesar de la dureza de la situación, van a lograr recuperar su estabilidad después de dos o tres meses de cuarentena y tienen las reservas suficientes para llegar con ayudas a casi toda su población; en cambio, hay otros que quedarán devastados y sufrirán hambrunas que de seguro desencadenarán inestabilidad política y grandes cambios sociales.
También, en el tratamiento de las personas hay diferencias. Hay casos como el de Guayaquil, donde los abismos sociales están produciendo situaciones extremas como las de los cuerpos que no se recogen y tienen que ser tirados a la calle, envueltos en plástico, contaminando todo a su alrededor y contribuyendo a agravar la situación sanitaria del país.
En algunos sectores pobres de Bogotá empezaron a verse ya trapos rojos en las puertas de las casas para indicar que están pasando hambre, que no les han llegado ayudas y que su situación es desesperada. Y eso que apenas llevamos unos pocos días de cuarentena, pero ya se prevé que la pobreza y la extrema pobreza se van a disparar.
El gobierno ha anunciado medidas de ayuda económica a través de mecanismos conocidos como familias en acción, jóvenes en acción, o el ICBF. Las ciudades buscan en sus bolsillos vacíos como llegar con ayudas a sus sectores más pobres. Los bancos están refinanciando deudas, muchas empresas no han despedido a sus trabajadores o los han enviado vacaciones mientras pasa la tormenta. Pero si la situación se alarga, si el coronavirus apenas está empezando a hacer estragos en Colombia, los trapos rojos se van a multiplicar por todo el país y tal vez las ayudas y los subsidios no sean suficientes.
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La alcaldesa de Bogotá, que escucha más a la ciencia que a la conveniencia, se atrevió a advertir que la cuarentena puede ser de dos o tres meses más
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Ya la alcaldesa de Bogotá, que escucha más a la ciencia que a la conveniencia, se atrevió a advertir que la cuarentena puede ser de dos o tres meses más. El Gobierno Nacional se apresuró a desmentirla, afirmando que no hay suficientes elementos para prorrogar la cuarentena, por el momento. Pero que debemos estar preparados para el alargue es algo imposible de tapar.
El coronavirus es tan tenaz, tan persistente, que ha logrado convencer a negacionistas como Trump, Johnson o López Obrador. Le falta convencer a Bolsonaro, el torpe y fanático presidente brasilero, que está a punto de caerse por su estulticia frente al manejo dado a la epidemia. Pero falta poco para que lo convenzan las cifras de contagiados y muertos en Brasil.
De manera que negar la gravedad de la situación, disfrazarla con frases nacionalistas o izadas de bandera, no parece generar la calma necesaria para enfrentar un enemigo que no tiene ideología, ni color político, un furioso virus desatado en un mundo hipercomunicado y globalizado.
Cuando los trapos rojos proliferen por todas las ciudades, barrios y veredas de Colombia, lo que se necesitará es hablar con verdad, sin camuflar la gravedad de los hechos, sincronizando los esfuerzos nacionales con los territoriales para hacer sinergia y potenciar la solidaridad, que ya se ha manifestado, frente algo que está superando hasta los más fuertes, pero se está ensañando contra los más débiles.
Posdata: por segunda vez Daniel Coronell es despedido de Semana. Esta vez no creo que haya reconciliación. Mi solidaridad con el mejor periodista de Colombia