La crisis de nuestra época

La crisis de nuestra época

Por andar con trivialidades ideológicas ni notamos que los modelos epistémicos de la racionalidad habían colapsado sin hacer ruido

Por: Mateo Malahora
abril 02, 2020
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La crisis de nuestra época
Foto: Pixabay

Nuestra época, con pugnacidades ideológicas baratas, se caracterizó por ser un período completamente vacío, en el que presumíamos tener ideas y doctrinas inamovibles en todas las esferas del conocimiento.

Hoy sabemos que era una etapa vaporosa, caracterizada por su desplazamiento hacia la incoherencia y el caos. Nunca nos imaginamos que, a la vuelta de la esquina, había “una señal de tránsito” que señalaba el fin de la posmodernidad.

Ni nos dimos cuenta, por andar en trivialidades ideológicas, que todo era incertidumbre, que el piso de la ciencia se había evaporado, que los modelos epistémicos de la racionalidad habían colapsado sin hacer ruido.

Hoy queda claro que en las ciencias naturales, económicas, políticas, sociales y en la cultura existía un dislocamiento en sus discursos sustentadores, sin que tuviéramos la oportunidad de percibirlo.

El descentramiento de los viejos ejes de la cultura dominante averiaron el idioma de la tribu y no hay leguaje que ofrezca cohesión universal, tanto más cuando lo peor que podía suceder ha sucedido, convirtiendo “al preso en carcelero, al carcelero en preso, al rebaño en pastor, al pastor (solitario) en oveja”, que entonan el himno de la desilusión.

Y hasta ahora, donde incluso el tiempo transcurre como una enfermedad crónica, abocados a perecer como humanidad, donde el afirmar que nos salvaremos es incierto, se impone la metáfora de la esperanza para explicar el desconcierto, sin que la salvación plena dependa de nuestra voluntad.

Rudo y hasta vulgar era el concepto de posmodernidad que teníamos adherido a la piel, con un Estado colapsado que, en nombre de la democracia, demostró su inoperancia para intermediar las demandas de los ciudadanos más pobres, frenados por una clase media que, vertiginosamente, se pauperiza y, tarde, se ha cerciorado que sostenía, institucionalmente, cascarones vacíos.

La misma categoría de crisis, cuando se utilizaba, era una concepción social aplicada para identificar momentos superables, pero no sirvió para precisar la anarquía en casi todo, que nos deja ver, por ejemplo, la bancarrota de la sociedad de la información y del conocimiento, de la que presumíamos ser dueños y hasta nos vanagloriábamos.

Y, lo más doloroso, es saber que si se domina la pandemia, al parecer, modificada en laboratorios comprometidos con la brutal economía que nos rige, no se impondrá globalmente la lógica de sabernos juntos, ni pasaremos de las tinieblas a la luz, porque la ética moderna, asentada en la ética del capital, que “vino al mundo chorreando sangre por todos los poros”, asaltará las economías dóciles y preparará naciones para la expoliación, la trampa y el engaño, bajo el paraguas del moribundo ‘sueño americano’.

Solo nos queda intacta la estética de la poesía, altiva frente a todos los desafíos, liberada, del miedo a la catástrofe y portadora de una ética insubordinada que, en manos de los poetas, trabaja como ejercicio de seguridad y protección.

No obstante, desde la residencia universal del monstruo, extendida por la geografía global del miedo, nos resistimos a desaparecer e imaginamos la salvación de los seres humanos.

Rota la ilusión, derribada la algarabía de la primavera, herida la savia que sostenía el bosque y vulnerado el pacto social que suponíamos armonioso, los pueblos, los filósofos y los pensadores, si superamos la peste, tendrán que mostrarnos el camino para recobrar la vida, comprometernos con ella.

Lo demás es seguir creyendo en el extremismo financiero mundial que, en los últimos años, ha proclamado, con insolencia imperial, su dominio privado sobre la humanidad y la naturaleza.

Salam aleikum.

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