La lamentable situación de los médicos en donde han sido sacados de sus contextos residenciales por miedo de sus vecinos a contraer el temido coronavirus, nos ha revelado (además de las ya consabidas precarias condiciones laborales del personal de salud) una problemática moral de fondo: el egoísmo sobre la solidaridad. Lo que terminará por matarnos no es el virus, sino la indiferencia. Tomo como ejemplo la situación de los médicos, pero las realidades que nos demuestran que el egoísmo es el motor de la sociedad han quedado más que expuestos durante esta pandemia y su número es legión, como diría el hagiógrafo.
La sociedad occidental ha heredado un discurso post-colonial, el cual durante mucho tiempo ha normalizado comportamientos como el machismo, la homofobia o la xenofobia. En medio de ese discurso de una moral bastante elástica, también se ha heredado la concepción de que lo único que importa es la vida propia, y la de los demás es secundaria. Ello justifica comportamientos como los acaecidos contra el personal médico, a quien se aplaude por sus acciones pero cuya presencia se rechaza en medio de la comunidad. Podría decirse entonces que el egoísmo se ha normalizado en nuestra sociedad al punto de que no sorprende a nadie un comportamiento de este talante; ser egoísta es normal, y hasta comprensible; después de todo, es lo normal.
Tal discurso de egoísmo observa como “anormal” a cualquier otro discurso que incluya la solidaridad entre sus palabras. Por tanto, esa dinámica social impide la instauración de un orden solidario que tenga en cuenta la vida y la integridad de los demás. Afortunadamente, los discursos al ser creaciones culturales, pueden cambiar, y solamente de esa manera podremos hacer frente a una pandemia que ha llegado para enseñarnos que es a través del bien común que una sociedad puede sobrevivir. Todas las discusiones que vienen planteándose durante este escenario de pandemia a nivel de salud, económico, laboral y social, tienen de trasfondo un problema meramente ético: el cuidado del otro como discurso imperante en medio de la sociedad. Utópico si se quiere, pero absolutamente necesario. Frente a tal realidad de interés, debe instaurarse una realidad de des-interés: pensar en el bien del otro sin esperar nada a cambio, ver más allá de nosotros mismos y aceptar que somos, como dijo Aristóteles en su Política, animales cívicos; reconocer que a nuestro lado se encuentran los otros y con ellos se constituye la sociedad en la cual nosotros somos y para la cual somos.
Nuestra primera tarea moral en estos tiempos de pandemia es, por tanto, resistir ante esos micro-poderes que pretenden instaurar discursos de egoísmo por miedo al contagio, generando rechazo frente al contagiado o al que por distintos avatares se expone al contagio. Esa resistencia puede verse como una actitud moral válida que propende por la solidaridad como actitud necesaria; solamente a través del cuidado del otro puedo cuidarme a mí mismo, y es ilógico pensar que si acaparo todos los bienes estaré completamente protegido, pues el otro es una realidad que no puedo ignorar. Solamente con la solidaridad como motor de la sociedad podremos ver la luz en medio de la pandemia, y la situación compleja que se nos presenta puede convertirse así en un vehículo de positividad al despertar los valores más intrínsecos de las personas: una sociedad nueva, regida por la alteridad y la co-responsabilidad con aquellos que requieren más de nuestra solidaridad, aquellos que requieren que dejemos de lado el egoísmo imperante en estos tiempos.
