“Todos somos responsables de todos ante todo y más yo que todos los demás” Fiódor Dostoievski
El señor Gabriel Mendoza es un hombre del campo que cultiva la tierra obteniendo productos para su autoconsumo, el excedente lo comercializa obteniendo un porcentaje de ganancia y con ello subsiste. Mark Elliot Zuckerberg es un empresario y filántropo conocido por cofundar Facebook, y es una de las personas mas ricas e influyentes del mundo. Albert Alexandre Louis Pierre Grimaldi, es el príncipe Alberto II de Mónaco una de las Monarquías más adineradas del mundo. Estas tres personas se encuentran en el mismo escenario frente a la pandemia Covid 19 puesto que esta no reverencia clase social y pone en peligro la sociedad global.
Juan Jacobo Rousseau, en su texto Del Contrato social, declara: “Solo los peligros de la sociedad entera turban el sueño tranquilo del filósofo y le arrancan de su lecho” palabras oportunas y complementarias dado lo que está en juego en el planeta, la vida de millones de personas y la responsabilidad y movilización que implica para el conjunto de la sociedad. Pues bien, el coronavirus se presenta como un suceso complejo para el mundo que necesariamente debe ser analizado en términos de impacto al sistema global (des o favorable), y para ello apelaremos a otro evento dificultoso como fue la ola de protestas en América latina en el 2019, acontecimiento que apenas hoy presenta algunas respuestas. Esto con el propósito de comprender mejor la realidad actual e ir repasando la línea de acción.
Pues bien, en el año 2019 se efectuaron una ola de protestas sociales en América Latina como: Bolivia, Chile, Ecuador, Brasil, Honduras, Haití, Nicaragua, Perú, Venezuela, Colombia y Argentina; manifestaciones que presentaron diferentes detonantes debelando realidades locales y muchos le denominaron la primavera Latinoamericana. Por ejemplo, en Chile se dieron por el aumento en la tarifa del metro, el mal funcionamiento de sistema de pensiones y el elevado costo de la educación entre otras causas; en Colombia se originaron por el asesinato sistemático de líderes sociales, indígenas y exguerrilleros, el nombrado “paquetazo de Duque” (implementación de reforma tributaria, eliminación de fondo de pensiones, aumento en la edad de jubilación, reducción del salario en los jóvenes), la desfinanciación de la educación pública (el incumplimiento de acuerdos firmados en 2018, que incluyen inversiones para las universidades de unos US$1.300 millones.), y el cumplimiento de los acuerdos del proceso de paz por parte del gobierno de Iván Duque Márquez. En general, se puede afirmar que todas estas naciones mostraron un punto de encuentro que fue un profundo sentimiento de injusticia, desigualdad y de exclusión en los respectivos procesos políticos.
A pesar de toda esta eclosión de expresiones ciudadanas en Latinoamérica, estas no generaron las transformaciones a los sistemas políticos y económicos. En Bolivia el presidente Evo Morales renunció a su cargo (golpe de estado fraguado por la extrema derecha con apoyo de EEUU, Brasil y Colombia) y en Chile las protestas condujeron a un acuerdo base para elaborar una nueva Constitución que reemplace el texto vigente desde 1981, cuestión que será planteada en plebiscito a la ciudadanía en 2019.
Lo anterior no empequeñece en absoluto la protesta social en América latina, y menos en Colombia, pero si se notó un aislamiento continental y una soledad Americana, de tal modo que la Monarquía Inglesa u holandesa nunca se sintieron amenazadas, la fortuna del empresario Bernard Arnault en Francia jamás estuvo en vilo; en ciudades como: Moscú, Londres, Estambul, Tokio y Oslo, con poblaciones más o menos bien en términos sociales y económicos observaron por diferentes medios de comunicación las expresiones sudamericanas, sin inmutarse por ello; después de todo, si ellos están seguros los demás importan poco. Por ello un asunto es la atmósfera de las crisis sociales suramericanas y su incidencia y otra el escenario de la Pandemia Covid 19.
El escritor Herman Hesse en su texto “el caminante” expresa, “si hubieran más personas que sintieran mi profundo desprecio por las fronteras, no habría más guerras ni bloqueos… las fronteras… ¡Qué el diablo se las lleve!”, esto puede sonar romántico, pero las fronteras en determinados momentos cruciales de la humanidad apartan, aíslan y esto ha sido un afianzamiento de la modernidad para evitar quizás en más de un suceso histórico global la unidad y ayuda entre los pueblos del mundo, de ahí que hemos sido testigos directos como especie humana, de la implementación de ideas chovinistas, fundamentalistas y asesinas en los últimos dos siglos. Penosamente la modernidad es el triunfo del contagio individualista y egoísta inmiscuida en toda la cosmovisión de la ciencia clásica y la economía política, desde Rene Descarte a Augusto Compte, desde John Locke hasta Ludwig Von, quienes trabajaron la concepción analítica del planeta en el sentido de descomponer el mundo en unidades elementales para luego recomponerlo en sistemas cerrados y mecánicos.
Luego entonces, la modernidad ha sido profundamente sistémica, por consiguiente, hoy se habla de sistema económico, sistema político, sistema social, sistema educativo, sistema nervioso, y así sucesivamente, caracterizándose por estar desacoplados entre sí. Ahora bien, es posible que sea el tiempo de la humanidad Russoniana, de entender que no se puede estar, aislados entre sí, de cambiar un poco el sistema, las cosas no pueden ser como eran antes, no podemos pasar la vida en la mentalidad del aguante, soportar hasta que EEUU, China o Francia descubran la vacuna contra el Covid 19 y el mundo se normalice. No puede haber normalidad.
De ahí el temor en estos días de escuchar en la ciudadanía y los medios de comunicación en Colombia, que el coronavirus fue algo inesperado, significando esta palabra aquello que se produce sin esperarse, algo imprevisto o impensado, que se da por casualidad, lo cual es aventurado puesto que ante lo “inesperado” de la Pandemia el gobierno colombiano puede resolver efectuar diversas reformas que propiamente no van a beneficiar a los sectores más vulnerables del país. Dicho esto, algo que es contingente se da por casualidad y en este sentido el Covid 19 es una eventualidad al igual que el mundo social, político, económico y cultural en el que la pandemia surge, es circunstancial y transitorio, no natural o normal, porque si la peste es un suceso inesperado, entonces el mundo que habitábamos antes del virus es ocasional. De todos modos, el mundo es un conjunto de sucesos inesperados incluyendo los sistemas políticos, sociales y económicos que están esperando a ser cambiados.
Por su parte, la escritora y activista Naomi Klein en su texto la doctrina del Shock parafraseando al economista neoliberal influyente Milton Friedman (cofundador de la escuela de chicago) quien entendía la utilidad de las crisis, expone: “solo una crisis real o percibida produce auténticos cambios, cuando esa crisis sobrevienen las medidas que se toman dependen de las ideas que flotan en el ambiente”, Ahora bien, el ambiente de la pandemia por estos días provoca desconcierto y miedo ciudadano en Colombia abonando el terreno para imponer medidadas económicas y políticas. Las circunstancias son funestas, pero existe una oportunidad real de cambiar profundamente la contingencia de nuestra vida en común, encrucijada que no hay que perder, porque hay otras amenazas que van flagelar el mundo entero como: el cambio climático, la mecanización de muchas labores, el uso de anticuerpos para alimentar los bovinos entre otros.
Es escritor Albert Camus en su obra literaria la Peste subraya, “Al fin comprendí yo que había sido también un apestado…comprendí que había contribuido a la muerte de miles de hombre… He llegado al convencimiento de que todos vivimos en la peste y perdimos la paz, ahora la busco intentando comprenderlos a todos y no ser enemigo mortal de nadie…” Según este literato todos padecemos el paste, una toxina biológica y una espiritual, todos estamos apestados porque damos nuestro consentimiento tácito y explicito a un sistema asesino que oprime y asesina a la gente (antes de la llegada de la pandemia), por ello no solo hay que luchar con el virus del laboratorio si no también es un convite a deshacer los virus que están en nuestros corazones, suprimir la peste del corazón es llegar a la armonía.
Dicho la anterior, se hace necesario reclamar la memoria histórica que se está dando y forjando en estos momentos a partir de la experiencia colectiva de la pandemia como una oportunidad para concebir y reinventar sistemas económicos y políticos más racionales a través del ejercicio político, en aras de reconstruir un orden social más humano y deseable en el que la educación, la salud, la participación organizada y decisoria, el cambio climático sean banderas esenciales; de lo contrario estemos listo para un régimen retardatario que buscará validar prácticas restrictivas y represivas en nombre de la libertad y la vida.