Memorias de un 29 de Agosto: paro nacional

Memorias de un 29 de Agosto: paro nacional

Por: Cristian Jimenez
junio 11, 2014
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Memorias de un 29 de Agosto: paro nacional

La problemática surgida durante en el año de 2013 en Colombia, debido a las pésimas condiciones de trabajo por la que pasaban –y por las que aún siguen pasando- el sector agrícola en la diferentes regiones del país, contribuyeron al engendramiento del pensamiento de un cambio social en la población obrera. Como en toda revolución, existe el detonante, el punto de partida, el momento que divide el conformismo de la contestación de los abusos; en éste caso, fue la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estado unidos, en donde se solicitaba cómo requisito para el cierre del acuerdo, el empleo de semillas extranjeras - comercializadas por el país norteamericano- en la siembra de productos agrícolas; excluyendo el uso de las producidas por la soberanía colombiana. A raíz de la aceptación de la pauta, el costo de los cultivos se elevó al máximo, dejando pérdidas monetarias para los campesinos, llevándolos a tal desesperación de convocar a un cese de labores.

El paro agrario se inició oficialmente el 19 de Agosto, y se extendió hasta 12 Septiembre, fecha en donde se llegó a un acuerdo con el gobierno nacional para amparar las peticiones realizadas por las personas involucradas con la siembra de productos de consumo masivo. En el trascurso de esos meses, se inscribió un día en el pensamiento de muchos: el 29 de Agosto del 2013, en éste devenir de 24 horas, se convocó a un paro nacional, participando 30 de las 32 regiones que constituyen el territorio colombiano. Hoy aún existen en mi memoria recuerdos de los momentos presenciados en el trascurso de la protesta que tuvo lugar en Bogotá –capital de Colombia-, en aquel antepenúltimo día del mes octavo.

El comienzo del día fue como normalmente se trascribe en la semana de las personas del común, a excepción de cantidad de la población visualizas en las calles, era un día festivo –horas de regocijo sin ninguna obligación laboral o académica-, gracias a la aproximación de protestas en la diferentes zonas del país; en los canales de televisión nacionales existía un factor común, la noticia del paro se hacía contaminante, constituyendo las emisiones en su totalidad, tanto así que, los programas matutinos habían pasado a la memoria de aquel jueves. Mientras organizaba el instrumento que me acompañaría a lo largo de la jornada, cuestionaba cómo la mayoría de individuos tomaban ese pausa imprevista para adueñarse de su hogar, construir un momento de acompañamiento con sus allegados, firmar un acta de comodidad permanente, donde su lecho era el protagonista de ésta relación, entre olvido y desapropiación de lo que sucedería en las calles del centro de Bogotá.

Haciendo la última revisión de los artículos necesarios –el carnet EPS fue el primero en ser empacado- para entablar hacia el lugar del encuentro, donde no sabría que me esperaría; listo todo, ahora me disponía a salir de la comuna en la que vivía, rodeada por una cerca que limitaba el paso de personas no propias del las 250 casa que conforman el conjunto residencial –la necesidad de tener un amparo, nos ha hecho crear zonas restringidas en un mismo espacio. Mi caminar fue sistemático, no tenía conciencia de los pasos que daba, sólo en mi pensamiento se engendraba el éxtasis de llegar al lugar donde cientos de personas iban tras un ideal colectivo: el cambio. Cada pisada me acercaba más a mi destino, pero antes de ello, debía tomar un articulado del «trasmilenio» -medio masivo de transporte de la ciudad de Bogotá; subido a al ente rojo de 12 ruedas en conjunto, comenzaba a entender lo que se me avecinaba en la plaza del libertador.

Acompañado el trascurso recorrido por el medio de trasporte, las líneas subrayadas en el pavimento, se difuminaban al igual que los rollo de las cintas cinematográficas de los años 20, donde las cámaras no disponía más que de una manivela para producir la representación del mundo de los sueño; por instantes mi mirada se alejaba del suelo, ubicándose en los rostro de las personas a mi alrededor, miradas de desconsuelo, unas haciendo la misma practica hecha por mí, otras aferradas al indomable poder de la tecnología; no faltaban aquellas somnolientas, acobijadas por el sonido del motor. En el lapso del desplazamiento, no pude ser ajeno a la conversación concebida entra varios jóvenes, que entre su bullicio se asomaban fragmentos de comentarios acerca de la protesta, de cómo está terminaría en un ambiente de tensión.

El silbido emitido al interior de la cabina del articulado del «trasmilenio», me avisó la llegada a mi destino, desde la estación se oían el cantar, como también el golpeteo de los instrumentos llevados por los asistentes de la protesta; la plaza junto al edifico El Tiempo era el escenario donde se desarrollaba está escena, ignorada por mi sentido visual, sólo al ir avanzando a través de las calles del centro de la ciudad pude observar los causantes de tales sonidos ensordecedores; no fue sorpresa encontrar en la mayoría de los manifestantes, el ambiente universitario que expedía de su ánimo al emitir una a una las rimas citadas en el circulo del inconformismo –así llamé la aglomeración de las personas asistentes al compromiso de aquel día. Las pancartas también fueron protagonistas de la protesta, sus textos e imágenes alusivas al apoyo del paro agrario, exigiendo también avales para asegurar una educación superior de calidad; la combinación de todos estos elementos, engendraban en la plaza un ambiente de ceremonia ancestral.

Al poder optimizar el coro simétrico de los individuos presentes, me dispuse a desenfundar mi compañera de aquel día, una cámara fotográfica de apenas 10 megapíxeles –parámetro para medir la resolución de las imágenes-, la marca del objeto no es de importancia -nombrarla sería caer en el juego de la publicidad-, lo verdaderamente importante es lo útil que me fue tenerla en tal encuentro con los acontecimientos que constituyen el caminar en conjunto de un pensamiento colectivo; sin reflexionar, la cámara comenzó el proceso continuo del sonido característico en el momento de inmortalizar los instantes; los protagonistas ahora no eran los realizadores de la protesta sino los artículos que llevaban consigo, congelados en el tiempo por las pericias del desarrollo tecnológico. Dejar todo el contenido visual a las fotografías hubiera sido algo imperdonable; asumiendo las limitaciones de mi cónyuge, decidí cambiarla al modo video, que más adelante daría su recompensas al compás de la desolación.

Las comparsas del cambio seguían su metodología del hacerse oír a través de la resonancia de los versos provenientes del recóndito espacio de la impaciencia social; después de varios minutos de escuchar el ensordecedor sonido de los instrumentos, la caminata hacia la Plaza de Bolívar dio inicio. Ahora la comunidad de protestantes parecía más el caminar de los grupo militares en los desfiles pertenecientes a las fechas de independencia de las soberanías territoriales; al mejor estilo de una alianza sin concepción alguna, unos seguían a los otros como si el razonamiento estuviera manejado por el ideal de contribuir al rechazo de los negligentes actos por parte de entes gubernamentales. A pesar de las similitudes rítmicas de los protestantes, se optimizaban contrariedades visuales entre los instrumentos de pasividad -carteles, afiches, pancartas, entre otros más-, unos alusivos a favor del respeto por las laborales campesinas, mientras que otros denunciaban el precario estado de la educación pública en el país.

El trascurso del caminar por los protestantes en las diferentes vías de la capital se mantuvo con normalidad hasta el momento en donde se iniciaron desordenes en el comportamiento de varios sujetos, quienes cubrían sus rostros con capuchas, unas improvisadas –prendas del vestir diario se convirtieron en artículos para encubrir el signo diferenciador de un individuo con otro; la irracionalidad de los «desequilibradores» de la marcha, hizo que se dedicaran en cierto punto del trayecto a atentar contra establecimientos públicos, sin importar lo agresiones verbales de las demás personas participantes del paro, estos prosiguieron con su arremetida –acompañados de elementos necesarios en el ideal de provocar disturbios- para hacer desfallecer una marcha de connotaciones pacifistas. El camino iniciado por las voces de inconformismo, ya no era de admiración por los transeúntes sorprendidos por la intensidad de personas asistentes al evento, sino ahora el miedo dejado después de las intervenciones por los encapuchados, hizo que los ajenos tomarán como una posible amenaza para su integridad la movilización de miles de necesidades no subsanadas.

Mediante se desarrollaba la protesta, el incremento de la tensión era paulatino dependiendo del accionar de los entes engendradores de la mala interpretación de lo debido en acontecimientos de aglomeración como éste; fue de sorpresa para mí, el respeto obtenido por los encapuchados –pude notar que la procedencia de aquellas personas era el de estudiantes de educación superior- cuando me disponía a retratar su actos en el proseguir de la sistemática marcha hacia el lugar designado para el encuentro final. Mientras más avanzamos en destino de un único espacio, se incrementaba el acompañamiento de los equipos anti disturbios –también conocidos con la sigla de ESMAD (Escuadrón Móvil Anti disturbios)- al servicio de mantener el orden y la seguridad de la ciudadanía; cada vez veía más a dichos personajes cubiertos de una espesa armadura de un color símil al emitido por las sombras, anexo a su vestidura, un casco de procedencia medieval, al igual que los caballeros de la época donde se reconoció el auge de lo pagano, éstos poseían su espada y escudo de materiales ahora no forjados por artesanos sino por corporaciones con lucros dependientes del conflicto.

La creación un pensamiento irreal acerca de la posibilidad de disturbios en la marcha, ya no eran tal; las agresiones por parte de ambos bandos, -en uno teníamos a los encapuchados, mientras en el otro se encontraba la fuerza pública- hizo perceptible para los sentido lo antes conceptualizado como algo alejado del mundo existencial; las rocas tomaban vuelo gracias a la fuerza emitida por las personas involucradas en los disturbios, como en el diversas especias, los elementos desplegado en los aires variaban en su tamaño, como de su finalidad. En pleno medio día, una niebla espesa se posaba como personaje de reparto de una obra teatral; a diferencia de la optimizada en el comienzo de los días de temperatura baja, ésta traía consigo la habilidad de incitar a las vías respiratorias del cuerpo a declinar por las obstrucciones provocadas por medio de su inhalación. Esas sustancias –gases lacrimógenos- expedidas por los soldados andantes para la disolución de las masas inconformistas, poseen la debilidad de no tener un objetivo específico en el instante de hacer su aparición en la escena del conflicto, sometiendo el resultado de ésta en daños colaterales.

A causa de los gases lacrimógenos -puestos en la mesa de la disimilitud de ideales-, mi vista era casi nula, además de la intensa presión sentida desde mi pecho hasta mi rostro; caminaba sin rumbo alguno, sólo la creencia de poder salir de la espesa nube de irritantes componentes, hacia soportable tal situación a la que había sido conducido por mi propia voluntad. El mareo también era parte del conjunto de efectos incitados en mi entidad física, a pesar de no poseer una plena conciencia de mis sentidos, pude observar en mi trayecto a salvo, personas flageladas por el gas, muchas de ellas posaban en el piso como la hojas en la temporada de otoño; pidiendo ayuda como su fuerza aún presente se la posibilitaba. La sustancia emitida por el SMAD no distingue raza, sexo, edad ni género, es como el cáncer, no tiene clemencia con su víctima. Después de de varios minutos en la espesa neblina, logre lo anhelado en ese momento de sosiego físico, como mental; el paisaje era diferente al de un comienzo, ya no se oían tambores ni cantos, sólo el golpeteo de las multitudes huyendo despavoridamente como si su próximo aliento dependiera de ello.

En lo único que pasaba por mi raciocinio después de escapar del lamentable hecho, era el estado de la cámara, que por un instante pensé perder a causa del agua incorporada para el desalojo de los manifestantes; la angustia paso en sólo unos segundo, cuando la iluminación autónoma de la pantalla de mi compañera, dio un aviso del poder seguir abstrayendo de la realidad hechos con destino efímero. Para asegurar la subsistencia de mi humanidad –como también del ente que me acompañaba-, preferí posicionarme en la parte posterior del escuadrón antidisturbios, donde para mi sorpresa se encontraban los representantes de las grandes compañías dedicadas a difusión de información; sin ningún desaire en su perfil físico, impecables, como si la vivencia de la marcha la hubieran padecido en un palco, alejado de toda la desorientación provocada por las agresiones entre los choques ideológicos. Las nubes se dispersaron, el sol se posaba en mi rostro de forma deslumbradora en mis ojos, a pesar de ello pude notar sobre mi camisa, manchas de ese color que lo empeora todo; anonadado por lo visto, comencé a dar retroceso a los lamentables escenarios donde quizá se le había atentando a mi integridad.

El apuro de poseer alguna herida productora de las desalentadoras deformaciones en mi vestimenta, fue otro errado de mi excitación momentánea, se trataba de la pintura arrojada por los manifestantes a los individuos designados para control de las actitudes tomadas por la población en eventos de éste tipo. El pasar de las horas no causaban el cese de las agresiones, todo lo contrario, las reiteradas acciones por parte de todo personaje entrometido en la marcha, condujo a niveles de desprecio hacia la humanidad de quienes poseían un papel neutral, dedicados sólo a mostrar la verdad –a excepción del uso dado por algunas cadenas “amarillistas”, aprovechando de las ventosidades de la protesta para convertir el suceso como un producto de alto consumo-, a plasmar las bajezas a las que pueden llegar las acciones de un pensamiento manejado por el interés individual, constituido en la obtención de un reconocimiento por sus logros alcanzados a través de los ataques hacia los grupos de revelamiento cultural; acciones justificadas sobre el argumento del orden social.

Dispuesto a dar por terminada la jornada de altibajos emocionales, como corporales, me dirigí a recoger mis pasos devuelta a mi residencia, pero algo obstruyó mi regreso; ante mí, una escena no ajena a lo vivido en anteriores momentos, a diferencia de lo optimizado en instantes de un pasado no tan lejano, la formidable visibilidad de la discusión me condujo al lugar donde ésta se llevaba a cabo. Entre los protagonistas de la disputa se encontraba un joven de aspecto banal, como también, un individuo perteneciente de la fuerza pública; discutían acerca de una presunta agresión cometida hacia el manifestante por parte un policía que se movilizaba en una motocicleta; la conversación comenzó sistemáticamente a tomar un rumbo de tensión, premeditando en sólo unos segundo la agresión del uniformado hacia la contra parte. Provocando la necesidad en mí de desenfundar la cámara para mostrar al mundo las vivencias en acontecimientos de éste tipo; mala decisión, arrojando de nuevo a mi fiel compañera al ruedo de abstraer la realidad, se concedió la inclemencia de la censura.

Mientras grababa la escena, sin previsión alguna, un haz de luz oscuro pasó a centímetros de mi humanidad; su trayectoria, el lente de la cámara; el sonido proveniente del encuentro entre el bastón usado por la autoridad y la capsula dedicada al cuidado de los instrumentos que hacían posible conservar los instantes; fue la despedida de un objeto personificado hacia su dueño anonadado por los sucedido. La respuesta de mi parte frente a tal agresión se entabló en el silencio de las imágenes: observando el estado de la cámara, la mirada de culpabilidad del policía y el profundo sosiego de perder lo obtenido. El tiempo llega a hacer una idea intangible, de variabilidad dependiendo de la cuestión que rodee; el acontecimiento sólo duro unos segundos, pero en mi pensamiento se recopilaron momentos suficientes para dar paso a una charla de horas. No habiendo nada más para observar en aquel sitio, finalmente llegó el regreso a mi residencia, con una cámara destruida, manchas en mi vestimenta, una bebida para enfriar el cuerpo y la certeza de haber vivido una experiencia que marcaría mis memorias.

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