Bajo la misma estrella: Otra Cancer Movie

Bajo la misma estrella: Otra Cancer Movie

Una joven obediente y un guapo con pierna de titanio

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junio 12, 2014
Bajo la misma estrella: Otra Cancer Movie

Entre todas las Cancer Movie’s que he padecido, debo decir que Bajo la misma estrella ha sido la menos aberrante. En ningún momento te entra el deseo de irte de una sala inundada de lágrimas de adolescentes deprimidas porque el galán de turno acaba de dejar exánime, en su lecho de muerte, a la más pura y hermosa de las muchachas. Es increíble que la fórmula inventada en el Paraíso por Jorge Isaac todavía funcione.

Me sorprendió gratamente la actuación de Shailene Woodley a quien ya habíamos visto en Los descendientes robándole escenas al gran George Clooney y que se perfila desde ya como una nueva Kate Winslet. Con todo en contra la joven actriz consigue darle dignidad y credibilidad a un personaje que en manos de otra actriz seguramente hubiera resultado odioso e insoportable.

Sepan disculparme, pero es que a mí todas esas niñas que mueren de cáncer en el cine me caen gordas.  Me resulta irrespetuoso con todas aquellas personas que en la vida real están padeciendo este infierno, la manipulación calculada con la que los realizadores de este tipo de películas construyen a estos personajes. Acá sin embargo el chantaje emocional es menos evidente y por momentos te sorprende la solidez con la que está escrito el guión y las escenas en los que los protagonistas se burlan de la misma enfermedad aliviando la tensión y despertando risas dentro del público.

Pero desde ningún punto de vista sus virtudes  justifican la unanimidad que ha despertado en la crítica Bajo la misma estrella. Desde que en el 2012 John Green publicara su libro consagratorio, los premios y los elogios no han parado de caer sobre el autor de 36 años. Ya se habla de un nuevo genio, del hombre que supo interpretar a toda una generación. Es bastante diciente que un folletín de auto ayuda, precariamente escrito, sea el On the Road de esta época. Eso muestra claramente lo aburridos, pacatos, obedientes y sanos que son los jóvenes de hoy en día, los mismos que han convertido a los fumadores en una raza en vía de extinción, los mismos fascistoides que en sus ratos libres, cuando dejan descansar por un momento sus consolas de video juegos y sus Smartphone , se ponen a leer novelas de nombres tan directos y peligrosos como Contrainsurgencia, un mundo en donde los seres atormentados, esos autores que como Poe cayeron baje el embrujo maligno y maravilloso de una botella de ajenjo, sean despreciados y subestimados por una juventud que está convencida que el bien máximo es estar sano, delgado, hueco y bonito.

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Gugleen el nombre de la película y les apuesto que no encontrarán una sola crítica mala. Ya se habla de un nuevo clásico juvenil, de la película que supo interpretar los deseos de los adolescentes norteamericanos y por ende de los adolescentes del mundo. Que desolador es voltear la cabeza para atrás y ver que Easy Ryder fue el cántico libertario de los muchachos en la década del sesenta, que Asesinos por naturaleza fue el manifiesto de unos pelados que preferían salir a matar a seguir sentados en una mecedora escuchando los cuentos bíblicos de la Tía Emilia en una tarde de domingo y que Donnie Darko demostró, en la década pasada, que los post-modernos eran capaces de encerrarse en un laberinto, cerrar la puerta con llave y arrojarla a la nada.

Ahora, en la era de Crepúsculo y del K-pop, la verdad está en las enseñanzas de una niña de 16 años enferma de cáncer, que para salir de la depresión de su agonía es capaz de meterse con su madre una maratón entera de American Top Model y después, como niña obediente que es, complacer a sus papitos e ir a un grupo de apoyo, dirigido por un treintón patético que acaba de perder un testículo, en donde encuentra al amor de su vida, un chico alto y guapo que tiene una pierna de titanio.

Un libro con el improbable nombre de Un dolor imperial y su inconcluso final,  unirá a la parejita y los hará a viajar a Amsterdam en donde en vez de encontrar la verdad en Peter Van Houten,( el único personaje que parece tener un poco de cerebro y humanidad y que acá nos lo muestran tal y como el autor y sus lectores creen que es un intelectual:  un tipo frío, sucio  y despiadado que desayuna con whisky y cena con vodka), la encuentran en la casa de Anna Frank y allí, en el ático de la angustia, los enfermitos terminales, entre cables de oxígeno y patas de palo, se dan un beso lleno de mucosidad y la gente, agolpada en ese lugar en donde se escribió uno de los testimonios más desgarradores de la historia moderna, rodea a la agonizante parejita y les da un sonoro aplauso. El sacrificio de Anna Frank no es nada comparado con lo que está sufriendo Hazel Grace Lancaster.

El dolor no se entiende leyendo libritos baratos sobre niñas moribundas. Hay gente que bajo condiciones extremas, como la tuberculosis, el cáncer o el peor dolor de todos, el que puede proporcionar el hambre, han escrito obras maestras indiscutibles. Joyce se encerró en un mísero hotel a escribir de noche El ulises y dormir de día para burlar las ganas de comer y el dolor que le generaba una punzante periodontitis que no sólo terminaría tumbándole sus dientes sino que a la postre acabaría con su vista. Dostoyevsky, acorralado por sus deudores y por los cada vez más frecuentes ataques epilépticos, escribía en la tarde Crimen y castigo y en las noches le dictaba, a la que a la postre sería su última esposa, El jugador para ver si cumplía los plazos que los despiadados editores le habían dado. Proust, con el pecho tapado por el asma, acabó en su cama, vencido por la pereza y la asfixia, los ocho tomos de En busca del tiempo perdido, mientras que Kafka, agobiado por esos coágulos de sangre tan típicos de la tuberculosis en su última fase, avanzaba en El castillo.

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En cada uno de estos libros maravillosos y eternos los autores no caen en la visión paternalista e ingenua de creer que tienen la cura contra la depresión que pueda generar una enfermedad terminal, no, lo que ellos hacen es aún más difícil y loable: desde su dolor nos muestran el infierno, la desolación, lo pesadillezco de un estado febril y también, en sus periodos de calma, nos muestran el paraíso que es la evocación, la libertad de la niñez, los dorados campos en los que descansas mientras, por un breve instante, el dolor se ha largado.

Esa es la distancia que va de un escritor de verdad a un vulgar conferencista como es John Green. Ni la literatura ni el cine están ahí para resolver preguntas, todo lo contrario, una obra de arte lo que hace es formular más cuestionamientos. ¿Quién puede ser tan caradura como para decir que tiene una respuesta que explique el vacío absurdo de la existencia?  lo siento jovencitas pero nadie, ni siquiera Hazel Grace, tiene las respuestas.

El libro y la película es lo más leído y visto ahora en la tierra de Mark Twain y Henry Miller, dos gocetas que supieron celebrar la vida hasta las últimas consecuencias. Su éxito es sintomático y coherente con los tiempos que nos toca vivir. Desde que se inventaron la imprenta y el cinematógrafo, siempre han existido esperpentos como Bajo la misma estrella, lo desolador es que ahora son apreciados y valorados como Alta Cultura e incluso a un crítico colombiano le leí que la película era lo más destacado dentro del  Nuevo Cine Independiente Norteamericano.

El tiempo, que es el gran juez, determinará la verdad. Por lo pronto, para los pocos que no se han indignado ante este escrito les tengo malas noticias: lo que se viene es un tsunami de películas de autoayuda, películas en donde los ateos e intelectuales son mostrados como seres despreciables, altivos, degenerados pedófilos amargados que no descansaran un segundo antes de aplastarte la felicidad que conlleva estar vivo y creer en Dios, así no puedas caminar, así cada vez que necesites ir al baño debas oprimir un botón y una linda enfermera aleje de ti tu propia suciedad. La industria del entretenimiento ha descubierto, en el dolor de un enfermo terminal, su última mina de oro.

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