Hoy es un día lento, de esos que se desean después de muchas energías gastadas por tantos grados de estrés y trabajo, claro, en esta cuarentena trabajar desde casa podría ser conveniente, pero, no…no lo es. En el colegio trabajo de seis a doce del día, y las dos horas no presenciales en casa podrían pasar inadvertidas cuando se mezclan con las actividades rutinarias del mismo hogar. Siempre son más de ocho horas de trabajo, casi, podría asegurarlo, se vive, casi todo el tiempo, en función de la escuela.
Sin embargo, asumir toda la jornada en casa, desde que te levantas hasta que te acuestas, es otro cuento. Organizar la clase, hacer vídeos explicativos, los talleres y guías, las tareas, recibir mensajes de estudiantes solicitando algún tipo de explicación sea metodológica o de contenido es muy desgastante. La semana de lunes a lunes absorbe todo el interés del docente. Ser papá, esposo, hijo, hermano, amo de sus mascotas son papeles muy bien delimitados en el seno del hogar, pero ser maestro es un papel difuso, que no sabes en qué momento lo asumes o no; sabes tu horario de trabajo, pero, es obvio, desde los hogares no tienen a los muchachos sentados las seis horas de sus respectivas jornadas, no es para nada práctico ni sensato, al fin y al cabo no están en la escuela, están en sus casas, con sus pros y sus contras, con sus problemáticas específicas, están fuera de su sitio natural de socialización y estudio.
Seguramente, y no se descubre el agua tibia, muchos de nuestros estudiantes son maltratados por sus padres, es muy posible que se presente violencia sexual, golpes, maltrato físico, desatención, abandono; en otros casos, podríamos encontrar hambre, resignación ante la desgracia que tienen que sufrir porque la pandemia les ha quitado su refrigerio diario, ¡si vieran ustedes, muchas veces cuando sobran refrigerios, cómo algunos chicos se gozan empacando manjares para llevar a sus casas!; además, casos en que el computador y la internet que son necesidades básicas para este momento de urgencia, se convierten para muchas familias en lujo, o sea, en algo física y económicamente inaccesible. Los chicos no tienen herramientas de trabajo. En otros casos encontraremos familias donde hay tres hijos, un padre laborando por teletrabajo y un solo computador. Fregado cuando una sola máquina es necesitada a la vez por casi todos los integrantes de dicha familia. Heroico si todos ellos logran cumplir en un día con sus correspondientes deberes, ¡debe ser una loca carrera que cada uno logre cumplir cabalmente con sus compromisos!
Si a esto le sumamos familias donde sus padres han perdido el trabajo por causa de la cuarentena, y la presión recibida de muchos individuos inhumanos exigiendo el pago del arriendo y los servicios; si sumamos el hecho de que muchos padres salen a trabajar, sí o sí, por la ciudad contaminada y vacía para conseguir lo de la subsistencia diaria…es cuando caemos en cuenta que, en este momento, lo que realmente importa es la salud de nuestros estudiantes y sus familias; su seguridad y tranquilidad. No solo aludo a la salud física, también a la psicológica, que, hoy por hoy, golpea tan fuertemente como el virus que nos tiene confinados en nuestras cuatro paredes.
No desdigo de la buena voluntad del sistema educativo, pero a la legua nos hemos dado cuenta que no estamos preparados para asumir con la calidad que exige tan grande responsabilidad, una formación de jóvenes sin mucha disciplina ni hábitos, y sí con muchas problemáticas encima. Nos hemos quedado corticos como Estado. Además, desde el interior del hogar, hace mucho rato se renunció a forjarles carácter y responsabilidad a los jóvenes, sumado a la nula capacidad de este gobierno para interconectarnos debidamente, para crear proyectos de fácil acceso a computadores y tablets, para familias de escasos recursos. Pocos tienen todas las herramientas para estudiar, y un porcentaje muy pequeño, todas las condiciones para ser exitosos en la academia… y en la vida. Educación dividida en la de los que económicamente poseen todo y los que no poseen casi nada. Educación de ricos para ricos y educación de pobres para pobres.
Estos días lentos, siguen su andar anodino. Basta con enumerar las actividades del hogar, que, en sí son muy restringidas en número, así algunas agiten y agoten a quienes se encargan de cumplirlas a cabalidad. A eso le sumamos las actividades laborales en casa. No debería ser un día lento, pero lo es, no te encuentras cara a cara con tus estudiantes, no chocas por los pasillos con tus compañeros, no logras encontrar la cara de una coordinadora que busca incansable a los maestros para darles orientaciones, aún más, no logras observar a ese compañero directivo relajado que gana indulgencias con padres nuestros ajenos…no los logras encontrar, ¡y menos aún, al padre citado por alguna razón convivencial o académica de su acudido!, la distancia social es total.
Queda para pensar muy sesudamente la nueva manera de laborar por urgencia manifiesta después de este desastre sanitario. Los colegios y universidades, institutos y otros centros de formación deberán ponerse a tono con los tiempos. En estos días de reflexión, compete a toda la sociedad revisar el sistema educativo. Volver a lo mismo es errar de mala fe. Estado, sociedad en general, padres de familia, estudiantes, docentes, tanto sistema público como privado, deberán sentarse a transformar de manera profunda la educación en Colombia. Los padres revisando su estructura axiológica en casa, los centros educativos convirtiendo la escuela en centros de reflexión humana y de adquisición de saberes científicos; la educación religiosa, dejándola a la parroquia y a la escuela dominical; el maestro formándose a diario para poder ofrecer excelencia en los contenidos y didácticas para la enseñanza, los directivos, que en su papel de líderes deben orientar a la escuela por una senda, una sola dirección donde todos sus componentes hagan institucionalidad, o sea, donde las imposiciones y los actos represivos sean parte del pasado.
Sí, sí, señores, hoy es un día lento, sin embargo, ese tiempo de sobriedad, de templanza, de aparente tranquilidad, no es sinónimo de hacer nada. Muy seguro estoy que la mayoría de los habitantes de esta nación, y del mundo también, hemos tenido que dedicar este tiempo a pensarnos y repensarnos como especie, a observar muy finamente nuestro telos en este planeta, a prohijar nuevas cosmovisiones que defiendan la vida y la felicidad de los pueblos. Si esta tragedia que se vive y que a la fecha deja más de 35 000 víctimas, y más de 740 000 infectados en el mundo, no nos sirve para reaccionar, entonces, sin ser profeta bíblico o ave de mal agüero, el horizonte de vida nuestro será muy pequeño, y la brevedad será nuestra eternidad.