La pandemia tiene dos características esenciales. Por un lado, su nombre lo dice, se trata de un fenómeno global, que tiene la potencia de afectar a todos los continentes y todos los países. Por otro lado, se trata de un fenómeno cuya difusión toma la forma de una secuencia que se repite en todos los contextos. Es decir, que todos los países pasan por una misma serie de fases que suceden las unas a las otras (y que han sido identificadas con números por la OMS: fase 1, 2, 3, etc.).
Pero si la secuencia general parece tener un carácter universal, su desarrollo no tiene lugar al mismo tiempo en todos los lugares. Para decirlo de manera sencilla, la expansión es global, pero no simultánea: si todos los países pasan por las mismas etapas, lo hacen en momentos diferentes. De allí, la imagen de la pandemia como “fuerza en movimiento”: una fuerza que empezó en Asia para, luego, difundirse en Europa y Norteamérica y alcanzar, finalmente, a Sudamérica, África y Oceanía. De allí también, la impresión de que algunos países representan nuestro futuro, mientras que otros serían nuestro pasado.
Como primer país afectado (y en este sentido, como primer país en iniciar la secuencia), China ha sido construida como el lugar donde el resto del mundo podría mirar su “futuro”. Provocando, en un primer momento, una extraordinaria angustia (los casos van a incrementar y nuestros hospitales van a colapsar), para convertirse, luego, en un lugar de esperanza (llegará un punto en el cual los casos van a bajar y la difusión se va a controlar). A lo largo de las semanas, los países han evolucionado en la secuencia: mientras China salía de la tormenta, Italia apenas empezaba y otros países (como Colombia) se preguntaban si vendría el virus. Y, como en un juego de caballitos, las posiciones iban cambiando, algunos avanzando más rápido que otros, pero todos andando.
Este carácter a la vez secuencial y escalonado (no sé cuál sería la mejor palabra: ¿asincrónico, graduado, desfasado?) de la difusión de la pandemia tiene consecuencias paradójicas. Por un lado, constituye algo tenebroso: como en las películas de apocalipsis, uno observa —impotente— la ola del tsunami que se nos viene encima (o que sumerge a otros). Pero, por otro lado, nos brinda algunas oportunidades para la acción. Aunque los tiempos son cortos, el virus no nos toma por completa sorpresa. Los países que —como Colombia— iniciaron la secuencia de manera tardía tienen una oportunidad excepcional de aprender de los otros y tomar acciones que mitigarán el impacto del virus.
En este respecto, las experiencias de los países que ya fueron fuertemente golpeados dejan claro que ciertos desafíos se van a repetir una y otra vez, en todos los contextos. Para resumir, unos retos se relacionan con la vida social en general: mantener una “distancia social” entre las personas y “aislar” las comunidades no afectadas. Y otros tienen que ver con la capacidad hospitalaria: (1) realizar pruebas masivas para una detección temprana de los casos y (2) asegurar que los centros de salud tengan un número suficiente de camas, personales médicos capacitados y respiradores artificiales cuando el número de enfermos que requieren hospitalización empezará a subir. El manejo de los casos graves constituye un asunto esencial para entender la crisis. Alrededor del 20% de las personas infectadas requieren hospitalización. Cuando tienen acceso a un tratamiento (en particular a una ayuda respiratoria adecuada), la gran mayoría de estos pacientes se reponen. Sin embargo, llega una fase de la secuencia en la cual el número de personas infectadas aumenta de tal manera (los casos pueden duplicarse cada día) que los sistemas de salud no tienen la capacidad para atenderlas a todas. Cuando ocurre esta sobresaturación, los médicos se ven obligados de realizar un arbitraje entre los que se salvarán y los que no.
Pero, las experiencias de China, Japón, Italia, España, Francia, Estados Unidos, etc., permiten resaltar también como las singularidades propias de cada contexto nacional influyen de manera decisiva sobre las dinámicas de difusión del virus. A lo largo de las últimas semanas, ha sido cada vez más evidente que el desarrollo de las diferentes fases de la secuencia no dependía únicamente de condiciones biológicas incontrolables, sino de factores sociales, económicos, políticos, culturales, etc. El virus constituye —por excelencia— un asunto en el cual los procesos biológicos se entrecruzan en permanencia con cuestiones sociales.
Esto quiere decir que los países que se encuentran aún en los inicios del proceso (como Colombia) deben realizar un doble trabajo de anticipación. Por un lado, deben prepararse para los desafíos ineludibles que ya fueron mencionados (y falta mucho por hacer). Pero, deben también realizar un trabajo de preparación específico según sus características propias. En este sentido, no se trata únicamente de reconocer que lo que ha sucedido (o que sucede) en los países que ya se encuentran en fases avanzadas ocurrirá también en Colombia (probablemente en algunas semanas o en algunos meses). Se trata de identificar también —y es algo más difícil— lo que no ha sucedido en otros contextos pero que podría ocurrir en el nuestro porque las condiciones no son las mismas. Muchas personas han notado, por ejemplo, como la trayectoria del caso chino había sido muy diferente de la del caso italiano. Pero la mayoría se limitó —para explicar estas diferencias— a enunciar aproximaciones “culturalistas”: los italianos no pudieron hacer lo mismo que los chinos porque, por naturaleza, son indisciplinados. En realidad, realizar un trabajo comparativo serio implica ir más allá de estas visiones superficiales y poner atención a los factores que más afectaran la experiencia del virus: el sistema de salud, la estabilidad económica, la estructura social, las condiciones de vivienda, la organización política y estatal, la demografía, etc.
Y no podemos esperar para hacerlo. La lucha contra la pandemia hasta hora ha dejado una lección muy clara: el virus siempre va un paso delante de los que lo persiguen. Ya en enero, varios médicos lo habían advertido: la velocidad lo es todo (speed is everything). Lo difícil, sin embargo, es que, si las medidas las más efectivas son las que se toman lo más temprano, los efectos de estas medidas, por lo general, no son inmediatamente visibles. Por esta razón, pueden generar frustraciones y aparecer como desproporcionadas, tanto para las poblaciones como para sus representantes (¿por qué bloquear la economía si tenemos poquitos casos?, ha preguntado más de uno). Por esta razón, la casi totalidad de los dirigentes de los países afectados (Trump siendo el caso más diciente de todos, pero no el único) han dejado pasar muchas oportunidades que hubieran ayudado a matizar los efectos de la crisis. Hace unas semanas, cuando Estados Unidos solo tenía una decena de casos diagnosticados, Trump prometía que el virus desaparecería pronto: hoy su país tiene más casos diagnosticados que China y el ápex de la epidemia no llegará antes de varias semanas.
Colombia no puede repetir estos errores: si queremos limitar las afectaciones para la población, no debemos pensar solamente en la situación actual (aunque son muchos los incendios por apagar), sino anticipar lo que sucederá la semana próxima, en un mes, en dos meses, etc. Adicionalmente, para prever situaciones y tomar decisiones acertadas, tenemos que basarnos a la vez en el conocimiento que ya tenemos sobre la pandemia (utilizando las múltiples proyecciones que ofrecen los científicos para predecir las evoluciones posibles de la contaminación) y en el conocimiento que tenemos sobre Colombia (para poder anticipar algunas de las consecuencias sociales y económicas que tendrá la epidemia).
Ahora bien, analizar los posibles escenarios de evolución puede ser asustador. En particular porque Colombia no tiene —es poco decirlo— los mismos recursos que las grandes potencias que sido han afectadas hasta hora para enfrentar lo que viene: una emergencia de salud pública combinada con una crisis socioeconómica, cada una exacerbando a la otra.
¿Sería mejor pretender que no sabemos? La política del avestruz no ayuda. Uno puede rezar para que la pandemia no sea tan fuerte como las proyecciones lo plantean. Todos lo hacemos. Pero los que insisten todavía en que los casos son pocos y que la situación se puede manejar están equivocados. Esto no va a suceder.
En consecuencia, Colombia debe tener una preparación realista y poner sobre la mesa todas las preguntas importantes. Tanto las que se relacionan con la gestión medica de la enfermedad, como las que tienen que ver con sus consecuencias económicas y sociales. Y debe responder de manera transparente. Si no identificamos claramente nuestras debilidades en relación con lo que viene, la experiencia será más terrible aún.
Varias de estas preguntas son las mismas que se hacen todos los países en relación con la infraestructura hospitalaria: ¿cuántas mascaras tenemos para proteger el personal de salud en su trabajo?, ¿cuántos kits de prueba para diagnosticar rápidamente la difusión de la epidemia en el territorio nacional?, ¿cuántas camas de hospitales equipadas con respiradores artificiales y máquinas ECMO?, ¿cuántos profesionales de salud calificados para operarlas?; Y, en cada caso: ¿cuántos más necesitamos de acuerdo con las proyecciones?, ¿en cuánto tiempo?, ¿con qué medios podremos conseguir lo que nos hace falta?
Debido a las particularidades del contexto colombianos, estas preguntas requieren unas respuestas diferenciadas. No pensando solamente en Bogotá y en las capitales regionales, sino en todos los territorios y departamentos del territorio nacional. No pensando solamente en la pequeña fracción de los colombianos privilegiados que tienen acceso a un servicio de salud prepago, sino también en los más vulnerables.
Los impactos de la pandemia —como los de todos los desastres (ambientales u otros)— serán socialmente diferenciados. Los que ocupan las posiciones las más vulnerables en las estructuras jerárquicas que caracterizan a la sociedad colombiana serán sin duda los más afectados. Y, en esto, debemos pensar de manera “interseccional”, articulando las lógicas de clase, genero, raza, regiones, etc.
Sabemos que las respuestas a estas preguntas serán —sin duda— desalentadoras. Sería ingenuo esperar milagros de un sistema de salud que vive colapsado en tiempos ordinarios. Ciertamente, no se lograrán suplir todas las carencias. Pero no hay que rendirse: tenemos todavía muchas posibilidades de actuar para mitigar los efectos de lo que nos viene encima. Solo quiero mencionar algunas que me parecen esenciales, para cerrar este texto.
Las primeras oportunidades se relacionan con la mitigación de las consecuencias —no de la enfermedad en si misma— sino de la cuarentena. ¿Cómo garantizar condiciones de vida decentes para las familias que se encuentran en la imposibilidad de ejercer su actividad económica, pensando especialmente en las que viven del trabajo informal? Si actúa inmediatamente y de manera organizada, Colombia tiene los recursos suficientes para garantizar que ninguno de sus ciudadanos tenga que pasar hambre durante los meses que vienen.
Las segundas se relacionan con la necesidad de evitar la conformación de nuevos clusters. Es importante ser conscientes —en este respecto— de una especificidad de la situación colombiana en relación con los países que luchan actualmente contra el virus: la existencia de múltiples comunidades, relativamente aisladas, con un acceso muy limitado (para no decir inexistente) a infraestructuras médicas. Estas comunidades serán —indudablemente— de las más vulnerables frente al virus. Por lo tanto, tienen que ser objeto de medidas excepcionales de protecciones. Es probablemente muy tarde para lograr dotarlas del material médico adecuado (aunque todos los esfuerzos posibles deben realizarse en este sentido). Pero todavía estamos a tiempo para apoyarlas en su intento para imponer —con rigor y disciplina— un autoaislamiento inmediato y sistemático. La existencia de pacientes asintomáticos —pero potencialmente contagiosos— será probablemente el principal desafío para estas comunidades. Dado que muchas personas que vienen de los centros urbanos no tienen síntomas que permiten identificarlos como portadores del virus, las comunidades solo tienen dos opciones: realizar pruebas sistemáticas sobre todos los visitantes o cerrarse totalmente y permanecer aisladas mientras sigue la expansión de la pandemia.
Para cerrar, quisiera simplemente repetir que, a mi modo de ver, Colombia debe reconocer dos advertencias esenciales: 1. El virus se va a difundir aquí como se ha difundido en otros países. 2. Las particularidades —económicas, sociales, culturales, etcétera— de la situación colombiana hacen que no tenemos ni los mismos desafíos, ni los mismos recursos que los países que ya están en fases avanzadas. Sin embargo, como en todas partes, solo podremos ganar la lucha contra el virus con la solidaridad y responsabilidad necesarias. Y cada retraso en nuestras respuestas se traducirá en oportunidades perdidas que lamentaremos mañana. Actuemos hoy.