A 85 kilómetros de San José del Guaviare, en el muncipio de Calamar, los vieron por primera vez en febrero de 1988. Un grupo de 43 indigenas liderados por una anciana sorprendió a un grupo de antropólogos liderados por el argentino Gustavo Pollis, que le seguían la pista. Se creía que era la última tribu perdida del Amazonas.
Durante décadas los habitantes de San José del Guaviare ya se habían acostumbrado a verlos selva adentro. Siempre los dejaron en paz. Pero a partir de esa época intentaron asimililarlos a la civilización. Ese primer grupo se quedó a vivir en San José del GuaviareNadie sabe cuál es exactamente su territorio ancestral. Son nómadas y consideran que todo el Guaviare, mucho más allá del parque de 800 mil hectáreas que lleva el nombre Nukak Makpu, es de ellos. De todas formas por disposición de la alcaldía de San José del Guaviare los ubicaron en el corregimiento de Agua Bonita en Guaviare. Treinta y dos años después de haber sido descubiertos, el miedo a contraer Coronavirus.
Lo que no lograron hacer grupos armados como las Farc, el narcotráfico que los ha acechado desde comienzos de los años 90, la ganadería extensiva que los acosa, los cultivos de coca cada vez más agresivos, las enfermedades de los colonos, las amenazas con las que aprendieron a convivir, lo están consiguiendo los rumores que arrastra la enfermedad que tiene confinada en aislamiento a buena parte del mundo. La verdad las cosas para los Nukak no han salido muy bien desde que fueron descubiertos. En 1988 habían 1.000 indígenas, hoy solo quedan 600 de los cuales ya, desde hace algunos años, 125 habían regresado selva adentro.
Viven mayormente de la siembra y recolección del Asaí, una de las frutas amazónicas más apetecidas en el mundo y por las que le pueden pagar, a cada uno de ellos una cifra que nunca supera los 100 mil pesos mensuales. Restringidos en la vereda Agua Bonita desde hace rato sus lideres protestaban por el abandono en el que los tenía el estado. Además estaban los incendios. Desde mediados del 2019 las llamas, el humo, habían achicado aún más su mutilado territorio. Los viejos taitas aconsejaban seguir los designios de su cosmogonía y ser fieles a su instinto primario: ser nómadas.
Si, tienen que cuidarse. Los Nukak corren serios riesgos de desaparecer. Sólo quedan 200 familias. En los últimos años, con el acuerdo de paz firmado por el gobierno Santos con las Farc la esperanza había vuelto. Había plan de desminado y, además, asistencia social hasta el 2016. Hay denuncias terribles de que los colonos de la zona, dueños de grandes extensiones de tierra, los esclavizaban. Los cultivadores de coca, además, agarraron a decenas para que fueran raspachines. Nunca les pagaron un solo peso. Además a los hijos de los que mataban, según denunció en su momento el Instituto Colombiano de Bienestar Familiares, los colonos se los quedaban y terminaban convertidos en algo parecido a esclavos de sangre.
Para salvarlos necesitan recuperar para ellos las 800 mil hectáreas del parque natural, y aplicar el Plan de salvamento del pueblo Nukak que expidió Santos cuando era presidente en el 2016. Por ahora ellos lo harán a la brava. Los 12 asentamientos se dirigen a la tierra que abandonaron en 1988 encandilados por los espejos, por los carros, por el oropel.
+Datos obtenidos de artículo publicado en Revista Semana
