El domingo pasado, en las páginas de la edición dominical de El Espectador, el escritor William Ospina sorprendió a los lectores con el contenido de su columna. En ella afirmaba que entre Santos y Zuluaga, el menor mal tenía el apellido de Zuluaga.
Más que su visión de la realidad, que argumentó muy bien, alejado de todo fanatismo y sesgo político, lo que sorprendió fue la virulenta reacción que emergió en la contestación que muchas personas hicieron de su opinión.
Todo el mundo tiene plena facultad para decir, con argumentación y respeto, que posiciones tiene frente a los sucesos esenciales que tienen lugar todos los días. Esa es la premisa básica para la democracia, la verdadera, la debatida, la pensante. Para mí, afirmar que “considero a Zuluaga el menor de los dos males. porque el uribismo es responsable de muchas cosas malas que le han pasado a Colombia en los últimos 20 años, pero el santismo es responsable de todas las cosas malas que han pasado en Colombia en los últimos cien años” no tiene nada de uribista. La posición de Ospina, más que una presunta venta de su conciencia al poder del uribismo, es simplemente una visión de la realidad que resulta primeramente impopular, deja muy mal parado a Zuluga y además resulta sumamente incómoda para el unanimismo de los medios de comunicación.
Escritores respetados como Héctor Abad cayeron en la tipica critica destructiva al afirmar cosas como: “Y es esto (el uribismo) lo que apoya un escritor que pasa así a pertenecer a la peor categoría de los dañinos: el dañino culto. El dañino que parece inteligente solo porque esconde su brutalidad detrás de una prosa adornada y relamida”.
¿Como es posible que una persona, que tácitamente se autodenomina culta, ponga en tela de juicio la capacidad pensante de su interlocutor solo porque no comparte su opinión? ¿En que parte de “prosa relamida y adornada” subyace la argumentación que demuestra el error en la opinión de Ospina?
Y no nos quedemos solo ahí, un artículo elaborado por la redacción de la revista Arcadia afirmó cosas tales como “Es posible que, una vez más, la tentación de convertirse en noticia haya hecho que el autor de "El país de la canela" usara esa vieja estrategia de Épater la bourgeoisie, creada por Rimbaud y Baudelaire en el siglo XIX, para escandalizar a la clase media y a la burguesía. Sin embargo, para muchos resulta espantoso que por ese camino se hayan justificado, en el pasado, males como los que llevaron a Europa a la Segunda Guerra Mundial, con el advenimiento de los totalitarismos.”
Lo que resulta curioso, en el mar de difamaciones, “profundas decepciones” y descalificaciones es que no haya argumentos sólidos que cumplan la función de antítesis a la tesis de Ospina. Por ejemplo en una parte de su columna William Ospina afirma: “Sé que si gana Zuluaga estaré en la oposición todo el tiempo”, como también dice: “De que es un mal, no tengo dudas. Es el representante de Uribe, quien tuvo en sus manos ocho años la posibilidad de cambiar a Colombia, de modernizarla, de construir la paz, y no lo hizo.” A lo que sus interlocutores han atinado en contestar: “Hoy siento que has decepcionado a mucha gente. Y tengo la sensación de que en tu escrito hay una vanidad que te enceguece”
Y si nos centramos en ese análisis ¿En que momento William Ospina dejó entrever su vanidad al decir que es mejor tener claro qué tipo de enemigo se tiene al frente?
En lo personal considero que el análisis hecho por William Ospina es sumamente respetable, y hubiera sido muy fructífero que en él hubiera incluido su opinión acerca de qué influencia tendría para el bienestar de la oposición, a la que el mismo pertenece, volver a las estigmatizaciones, o que consideraría respecto al retorno de una política diplomática internacional como la que practicó el expresidente Uribe.
Por otra parte vale plantearse interrogantes como cuál es la naturaleza de nuestros medios de comunicación, de dónde viene esa manera de hacer uso de los espacios de opinión, y que integridad tienen las personas que descalifican el aparente radicalismo de su interlocutor haciendo pleno homenaje de su utilización.