Virulentas paradojas
Opinión

Virulentas paradojas

Respiramos mejor, oímos sonidos nuevos, nos damos cuenta de que hay otras especies compartiendo con nosotros el planeta y aprendemos que la ciencia gana más batallas que las armas

Por:
marzo 27, 2020
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Llevamos un poco más de tres meses enfrentados a la pandemia del coronavirus y ya, vía paradoja, podemos desaprender lo aprendido, o mejor, deshacer lo hecho. Todos los países del planeta enfrentamos al mismo enemigo y en tan poco tiempo ya nos tiene arrodillados. Podríamos decir que es una guerra muy corta para que deje tantas enseñanzas.

Lo primero que queda claro es que la tierra está mejor sin nosotros, los humanos. En tan corto tiempo el aire ha vuelto a ser puro y el agua transparente. Por supuesto es apenas una ligera reivindicación del medio ambiente que puede durar tan poco como nos demoremos en derrotar al covid-19. Pero el mensaje ha sido claro y lo será todavía más entre más días pasemos guardados en nuestras casas.

Por su parte, la fauna silvestre está feliz. Ya no hay cazadores detrás de ellos y puede regodearse por los bosques a su amaño. Los más osados se han acercado a recorrer las ciudades desiertas, como si se tratara de zoológicos en donde los que están enjaulados son los seres humanos y no los animales salvajes. Hemos podido ver, gracias a cámaras que observan silenciosas, osos, pumas, lobos, pavos y muchas otras especies deambulando despreocupadas por la llamada “civilización”.

Y esas ciudades, ahora desocupadas así sea temporalmente, han dejado sonar. ¿No les parece delicioso los despertares sin ruido de buses, de pitos o de muchedumbres? ¿Acaso no es mejor escuchar pajaritos en la madrugada que el timbre de la puerta o la bocina del vendedor ambulante o los gritos de odio y de violencia?

Pues, no solo estamos disfrutando del silencio y del aire puro, sino que esa bulla es precisamente la que aleja los pajaritos de las ciudades, la que nos genera neurosis y nos enferma de estrés. ¿Acaso en las celebraciones o en los diciembres no aumentamos los decibeles con explosiones de pólvora y tiros al aire para terminar de alejar a los animales y enfermar a nuestra mascota? Nada de eso ha ocurrido estas pocas semanas de enclaustramiento. Por eso respiramos mejor, oímos sonidos nuevos y nos damos cuenta de que hay otras especies compartiendo con nosotros el planeta.

Otra enseñanza derivada del virus que estamos padeciendo los humanos es la de que la ciencia gana más batallas que las armas. De nada serviría una ametralladora, o un cohete con misiles atómicos, o los aviones supersónicos con que se pavonean las potencias contra un bicho microscópico que ha puesto en jaque a reyes y a gobiernos.

Sin ciencia no hay salvación, parece decirnos el coronavirus. Pero no cualquier ciencia, sino la que está al servicio del bien común. Esa que se desarrolla para salvar gente, no para matarla. Ni los más ricos o los más poderosos pueden hacer nada enfrentados a esta enfermedad. Necesitan personas entrenadas en la vida, no en la muerte como los militares, o en hacer plata como los banqueros.

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Frente a esas barreras conocidas como fronteras, la enfermedad no necesita permiso, nada la detiene, ni la arrogancia de un Trump o la estupidez de un Bolsonaro

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Frente a las barreras levantadas en los linderos de los países, eso conocido como fronteras, la enfermedad no necesita permiso, nada la detiene, ni la arrogancia de un Trump o la estupidez de un Bolsonaro. Para detener al virus, estas fronteras necesitan ser traspasadas por la solidaridad de los pueblos y por el aprendizaje colectivo.

Mucho se ha dicho sobre el cambio que vamos a sufrir las sociedades después de esta pandemia. Es seguro que muchas cosas cambiarán y ojalá muchos aprendizajes como los que he señalado queden para siempre. Tal vez para que estas paradojas sean realidades haya necesidad de un último aprendizaje: si queremos que el mundo se salve, que la humanidad traspase con éxito esta amenaza y otras que vengan después, no podemos seguir eligiendo líderes como los que tenemos.

www.margaritalondono.com

 

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