La pasada semana asistí a un evento francamente conmovedor: el Encuentro Ecuménico al interior de la iniciativa ciudadana de Mayo por la Vida que por segundo año se desarrolló en Medellin con la intención de promover los temas de Noviolencia y reconciliación.
Representantes de once credos religiosos ofrecieron sus textos sagrados en un ejemplo de convivencia digno de ser celebrado. Una bella imagen.
Sin embargo, este gesto no me hubiese parecido tan conmovedor si no hubiese incluido, como incluyó, a un representante del ateísmo humanista.
El ecumenismo está de moda y la foto que resulta de los encuentros entre los líderes de las religiones, es siempre efectista y conmovedora. Pero no se puede pasar por alto, en especial cuando se trata de los representantes de los tres grandes monoteísmos, que la esencia misma de sus creencias les impide ir más allá de la foto: cada uno está convencido —porque su credo se lo exige— de que la suya es la única verdad revelada y de que los otros se condenarán por su error.
Sin embargo posan ante la cámara —quiero creer que de buena fe— y abrazan a sus diferentes, porque además de ser políticamente correcto, es necesario: en una sociedad secularizada, les urge sumar fuerzas para defender el papel de la religión, cada vez más cuestionado.
El reto verdadero, el que exige valentía, el que representa un genuino ejemplo de convivencia, reside en compartir mundo, escenario, mesa y foto, con quien cuestiona la necesidad misma de la existencia de las religiones, es decir, con un verdadero contradictor.
Dice el filósofo francés Michel Onfray, quien también hizo parte de la programación de Mayo por la Vida, que uno de los más reveladores índices de civilización al interior de una sociedad, es el respeto por el ateísmo. No podría estar más de acuerdo.
Imposible olvidar la imagen del Profesor Hernán Toro, representante esa noche del ateísmo humanista, ofreciendo como texto simbólico, la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Imposible no pensar que si bien lo que sucede en La Habana es trascendental para la pacificación del país, es con estos gestos silenciosos y minúsculos, como se construye la Paz, con mayúscula.
